Elegir
Hay muchas ocasiones en la vida en las que es complicado decantarse
por una postura determinada. Elegir un camino condiciona y más cuando
uno titubea en la encrucijada, sobre todo si los argumentos de las
partes enfrentadas tienen razón. ¿Puede ser algo blanco y negro a la
vez? Si entendemos la verdad como relativa, sí.
Me parece que a
mi edad, tengo las ideas asentadas, pero sobre esa base más o menos
fuerte, se construyen torres de cristal que amenazan con desmoronarse
con la brisa más leve.
Hace mucho tiempo —tendría yo unos veinte
años—, creía tener unos principios sólidos, asentados sobre rocas
firmes. Veía a mi alrededor a mucha gente perdida, sin ese faro que
marca con claridad el rumbo a seguir en las noches más cerradas. Pensaba
que tenía suerte porque no era como esos pobres naúfragos que buscaban
en mitad de la nada un tablón al que agarrarse. Estaba contento con mi
forma vivir. Pero habitaba entonces en una isla y no lo sabía. Mi mundo
estaba separado de los otros y sin se consciente, había construído mis
pilares en terreno volcánico.
Lo que ocurrió después, cualquiera
se lo puede imaginar. Primero fue un temblor de tierra, suave, casi
inapreciable, luego un latigazo y al final, la temida erupción que
arrancó de raiz mis cimientos.
Por eso digo que es tan
complicado elegir, porque los principios en los que se fundamenta el
pensamiento pueden cambiar con un movimiento bajo los pies. Nadie está
exento de esto y de hecho, vemos ejemplos a nuestro alrededor cada día.
Esta
reflexión viene a cuento porque he llegado a la siguiente conclusión:
me cuesta adoptar una postura determinada. Hay momentos, en los que con
toda rotundidad, señalo mi preferencia, pero hay otras muchas veces, en
las que no sé por dónde ir. Entonces me siento molesto, porque no solo
pienso en mí, sino en lo que los demás pensarán y ahí está mi verdadero
dilema y mi error.
2 comentarios:
Muy buena reflexión, y con muy buena pluma. Yo estoy llegando a la conclusión de que podré estar o no de acuerdo con determinadas ideas y posiciones, pero intentando siempre no juzgar a la otra persona. Porque conforme pasa el tiempo me encuentro que defiendo ideas y posiciones a las que antiguamente despreciaba.
Por otra parte, me gusta mucho tu última frase. El miedo a la reacción de los demás no es miedo a su reacción, sino miedo a cómo esa reacción me va a afectar a mí. Miedo a que la imagen que la otra persona tiene de mí (la cuál no es más que una identidad falsa, creada por nuestro ego) se vea afectada de alguna manera. Lo que es a su vez apego a una de nuestras muchas identidades.
Gracias.
Yo siempre he creído fírmemente en la libertad: todos somos libres de opinar, pensar y actuar.
También he vivido la sensación de que lo que había aprendido hasta ahora era erróneo. Sin embargo, siempre he tenido la cabeza bien amueblada y las ideas claras y siempre tengo razón.
No comulgo con casi nada y me gusta pensar que utilizo la justicia en la que me educaron.
Si alguna vez temo la opinión que los demás tienen de mí es porque ésta me ha afectado en los hechos: han perjudicado a mi persona, bien laboral o personalmente (para colmo, rumores e imaginaciones y películas que se han montado: ninguna de estas personas se molestó en mirar los hechos), pero miedo a lo que piensen de mí no tengo.
Publicar un comentario