Un edificio se construye sobre unos cimientos que jamás se mueven. Si
eso llegara a ocurrir, estaríamos ante un temblor de tierra o un
terremoto, lo que significaría que el edificio tendría muchas
posibilidades de sufrir graves daños y, en el peor de los casos, que se
viniera al suelo. No hace falta contar las devastadoras consecuencias de
un terremoto de intensidad, porque en nuestra memoria conservamos
imágenes muy recientes de este tipo de catástrofes naturales.
Hace muchos años yo era de los que pensaba que la vida se asentaba sobre
apoyos firmes e inamovibles y que sobre ellos tendría que construir mi
“hogar”, es decir, mi existencia y el día a día. Pero el tiempo ha
transcurrido y he aprendido que los pilares que creí firmes, se han
movido bajo mis pies. Sin embargo, ni he sufrido daños de gravedad ni me
he derrumbado.
Esto me lleva a una conclusión: o los temblores
de tierra que he padecido no han sido lo suficientemente fuertes o mi
hogar no está sustentado sobre columnas, sino que habito en una
autocaravana, que si bien puede parecer más incómoda o más pequeña que
otro tipo de casa, es mucho más divertida y ligera, además de permitir
una movilidad extraordinaria.
Aunque parezca extraño, he ido
madurando esta forma de pensar con el paso de los años. La experiencia
me ha enseñado que en el día a día no hay cimientos firmes en los que
enraizarse y cualquier intento de buscarlos queda reducido al fracaso
más notable o a la condena de unas cadenas terribles, porque después de
todo, el que se ata a algo firme, está construyéndose una prisión de la
que luego será muy doloroso y complicado escapar.
Viendo cómo
están las cosas, prefiero seguir recorriendo la vida en este vehículo.
Me siento muy a gusto y así he conseguido afrontar una serie de
situaciones complicadas o raras y he logrado salir de encrucijadas
oscuras con bastante holgura y sin demasiados rasguños.
Cuando se
viaja de esta manera, se puede huir de las borrascas, de los huracanes,
del frío, de la sequía y de otros azotes de los elementos, mientras que
cuando se habita en un edificio bien agarrado a la tierra, no queda más
remedio que aguantar lo que va llegando y cruzar los dedos para que en
una de esas no se venga todo abajo con nosotros dentro.
En
definitiva, una autocaravana puede estar mucho tiempo aparcada en el
mismo sitio, anclada en el mismo rincón del mundo, pero siempre tendrá
el depósito lleno para recorrer nuevos caminos en un momento dado.