5 años de vícaro: Belleza
Fecha original de publicación: 18 de septiembre del 2007
Autor: víctor
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Me gusta tu aroma cuando no estás, pero prefiero tener tu presencia. En la soledad del alba, me despierto sin ti, entre una maraña de sábanas blancas. No me invade la tristeza porque tu recuerdo es suficiente para deshacer la angustia y el nudo en la garganta. Ahora me queda buscarte por los pasillos ocres de la mañana.
El sol ya se derrama a través de las vidrieras y camino buscando en cada sombra. Cada cuadro de la pared y cada escultura invitan a una reflexión. Pienso en las manos de los creadores, en el padre de cada obra, pienso en sus pensamientos y analizo a base de hipótesis infundadas sentimientos que un día quedaron plasmados para ser admirados. Sin embargo, en lo más profundo e interior, ¿quién asegura el verdadero significado de la realidad tangible?
Llego a la biblioteca y entro. La gran sala está vacía. Solo los libros en sus estantes descansan en su letargo calmado, tranquilo y paciente. Son miles. Paso mis ojos al azar por alguno de los lomos. Letras oscuras sobre fondo claro, letras claras sobre fondos oscuros, títulos dorados, plateados y grabados, holandesa piel, rústica, cartoné... formas y colores que no son nada comparados con la esencia que guarda. El olor inconfundible a papel viejo lo invade todo, lo llena todo y lo impregna todo. No tomo ninguno en mis manos. Prefiero imaginarlos desde la distancia de los estantes y hago juego de palabras mezclando los títulos de los unos con los otros, buscando la originalidad y la chispa de genio perdida.
Me asomo por la ventana que da al campo abierto. La mañana ha reventado en todo su esplendor. La luz llena todo. Al fondo las montañas, delante un valle verde por las primeras lluvias tímidas y árboles altos. Matices otoñales, colores ocres, marrones, verdes, grises fundiéndose en la claridad del día y en el azul de un cielo raso. Aire fresco que llena mis pulmones, y cierto olor a tierra mojada. Pronto el frío lo llenará todo y la nieve cubrirá cada rincón, pero de momento, la estampa guarda la esencia cálida del color.
Vuelvo al interior y sigo por los pasillos. Al fondo te veo. Menuda, desnuda, perfecta. Te acercas con pisadas felinas de tus descalzos pies sobre el frío mármol. Sonríes y tus labios me invitan a desayunar besos húmedos. Te tomo por cintura y te atraigo hacia mi. Siento tu piel y tus curvas, te abrazo y te aprieto. Fundo tu cara dulce en mi pecho, hundo mis dedos en tu pelo, aspiro cada gota de aroma que emana de tu cuerpo y suavemente, muerdo tu blanco cuello. Bebo el néctar del deseo, a sorbos pequeños, lleno mi boca de un sabor intenso y me dejo arrastrar hasta el infierno, para luego, en vertical vuelo, subir al cielo de tu universo.
Me gusta tu aroma cuando no estás, pero prefiero tener tu presencia. En la soledad del alba, me despierto sin ti, entre una maraña de sábanas blancas. No me invade la tristeza porque tu recuerdo es suficiente para deshacer la angustia y el nudo en la garganta. Ahora me queda buscarte por los pasillos ocres de la mañana.
El sol ya se derrama a través de las vidrieras y camino buscando en cada sombra. Cada cuadro de la pared y cada escultura invitan a una reflexión. Pienso en las manos de los creadores, en el padre de cada obra, pienso en sus pensamientos y analizo a base de hipótesis infundadas sentimientos que un día quedaron plasmados para ser admirados. Sin embargo, en lo más profundo e interior, ¿quién asegura el verdadero significado de la realidad tangible?
Llego a la biblioteca y entro. La gran sala está vacía. Solo los libros en sus estantes descansan en su letargo calmado, tranquilo y paciente. Son miles. Paso mis ojos al azar por alguno de los lomos. Letras oscuras sobre fondo claro, letras claras sobre fondos oscuros, títulos dorados, plateados y grabados, holandesa piel, rústica, cartoné... formas y colores que no son nada comparados con la esencia que guarda. El olor inconfundible a papel viejo lo invade todo, lo llena todo y lo impregna todo. No tomo ninguno en mis manos. Prefiero imaginarlos desde la distancia de los estantes y hago juego de palabras mezclando los títulos de los unos con los otros, buscando la originalidad y la chispa de genio perdida.
Me asomo por la ventana que da al campo abierto. La mañana ha reventado en todo su esplendor. La luz llena todo. Al fondo las montañas, delante un valle verde por las primeras lluvias tímidas y árboles altos. Matices otoñales, colores ocres, marrones, verdes, grises fundiéndose en la claridad del día y en el azul de un cielo raso. Aire fresco que llena mis pulmones, y cierto olor a tierra mojada. Pronto el frío lo llenará todo y la nieve cubrirá cada rincón, pero de momento, la estampa guarda la esencia cálida del color.
Vuelvo al interior y sigo por los pasillos. Al fondo te veo. Menuda, desnuda, perfecta. Te acercas con pisadas felinas de tus descalzos pies sobre el frío mármol. Sonríes y tus labios me invitan a desayunar besos húmedos. Te tomo por cintura y te atraigo hacia mi. Siento tu piel y tus curvas, te abrazo y te aprieto. Fundo tu cara dulce en mi pecho, hundo mis dedos en tu pelo, aspiro cada gota de aroma que emana de tu cuerpo y suavemente, muerdo tu blanco cuello. Bebo el néctar del deseo, a sorbos pequeños, lleno mi boca de un sabor intenso y me dejo arrastrar hasta el infierno, para luego, en vertical vuelo, subir al cielo de tu universo.
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