Piel pálida
(1)
Ya no me duele. No sé si es bueno o es malo. Me temo que es malo, pero con el alivio me siento bien y la angustia se diluye lentamente de mi garganta, aunque no me quedan fuerzas ni para levantar la cabeza de este áspero y sucio suelo. En un último contacto con la realidad que me rodea soy completamente lúcido de lo que significa el final.
Deseo con toda mi alma pedir ayuda, pero la voz no me sale del alma, si es que queda ya alma en este maltrecho cuerpo. Bastante tengo con respirar. Antes de que todo sea negro, definitivamente negro, recuerdo en un instante lo acontecido...
(2)
Humo y media luz. Música algo alta, pero no ensordecedora. Colores rojos y naranjas, y yo en la barra, tomando mi segundo Havanacola mientras espero con incertidumbre que algo ocurra. El sitio, bien se podía llamar la garganta del infierno, por el calor y hedor que desprende. Una mezcla de ambientador sintético y barato, de aroma inexistente en la naturaleza, y tabaco rancio de muchas noches invade todo.
La camarera me dice algo, pero no la entiendo. Me limito a asentir con la cabeza, a sonreir y a mirar al infinito escote que dejan al descubierto buena parte de sus tetas. Al instante veo en la barra el tercer Havanacola preparado.
Distraigo el tiempo mirando a los que entran y salen. Fantaseo con situaciones absurdas e inconfesables. Miro el reloj cada cinco minutos y parece que el tiempo no avanza nunca.
Ahí llega. Estoy seguro que es ella. Un poco más bajita y delgada de cómo la había imaginado, pero sin lugar a dudas es ella. Me acerco e intento hablar. Sus grandes ojos verdes me miran. Está un poco sorprendida, pero al fin sonríe y relaja su gesto. Me ha reconocido.
Me da dos besos y siento su olor. Aroma fresco, suave y dulce. ¿Colonia infantil?. Creo que sí. Su pelo es largo, rojizo y lacio. Cae por sus hombros desnudos. Viste una camiseta, sin mangas, negra, algo ancha y un pantalón del mismo color, muy ceñido. Adornan sus brazos, pulseras y colgantes de cuero y metal. Una cadena ancha de eslabones desproporcionados de la que cuelga una cruz, se ajusta a su cuello. Su piel es pálida en extremo y sus labios rojo fuego, contrastan armoniosamente en el blanco de sus mejillas.
Charlamos y reímos, como si nos conociéramos de toda la vida. No me atrevo a preguntarle la edad, pero empiezo a sospechar que no llega a los dieciocho. No quiero poner en duda lo que previamente sabía de ella, pero eso me empieza a preocupar.
Tomo varios Havanacola y ella se limita a agua mineral y a fumar cigarrillos rubios. Supongo que irá puesta de algo más. Tampoco pregunto nada porque es algo que no me importa, o no debería importarme. Nos limitamos a lo intrascendente, o a lo demasiado importante, es decir, a arreglar el mundo con remiendos hechos de humo, pero de nosotros mismos obviamos la conversación, huyendo cualquier ocasión en la que un leve reflejo muestre algo personal.
Miro el reloj y ya son las dos de una madrugada de primavera cálida. Excesivamente cálida y molesta. Decidimos irnos. Salimos agarrados de la mano y en el umbral del local, en el claroscuro que marca la frontera del garito, nos besamos de forma salvaje. Mi lengua bucea con ansia en su boca, mientras ella busca mis labios con sus dientes, para morderlos. Siento un poco de dolor y me retiro suavemente. Con el dorso de mi mano toco mi boca y veo sangre en ella. Me sonríe dulcemente, mientras muerde su labio inferior con sus dientes. Luego se relame con su lengua puntiaguda y traviesa, como una gata después de un festín. Creo que voy a estallar. La tomo por la cintura, la estrecho y la vuelvo a besar, dejando que me muerda de nuevo.
Salimos por fin a la calle. Hay mucha gente, pero poco me importaría el desnudarla allí mismo y .... Me ha puesto muy excitado y lo sabe. Me mira de arriba abajo y ahora soy yo quien se siente un objeto, un trofeo o un juguete.
Vuelve a agarrar mi mano y comienza a caminar deprisa, casi corre. La sigo ciegamente entre la multitud del sábado. Esquivamos sombras en una laberíntica y frenética carrera hacia un sitio aún para mi desconocido.
Penetramos en un local muy oscuro y muy lleno de humo. Ahora el ruido sí es ensordecedor. La música estalla por todos sitios y guitarreos interminables se confunden con baterías estruendosas y voces que no cantan sino gritan poemas desgarrados de odio contra todo. Conseguimos llegar a la barra y pedimos chupitos de bourbon. No sé cuantos llevamos, cuando me toma otra vez de la mano y la sigo en carrera violenta hacia una pista llena de gente que salta por todos sitios y choca entre sí en una orgía de baile indescriptible. Arranco las últimas amarras de serenidad y la agarro fuerte contra mi. Mis manos ya no se posan en su cintura sino que buscan directamente las curvas de su culo. Le aprieto las nalgas con fuerza y la noto excitada. La beso y me besa. Ahora lame mi cuello sudoroso y noto de nuevo como clava sus dientes hambrientos. No sé cuanto tiempo permanecemos en ese estado pero pierdo la noción del tiempo y del espacio. Más que ciego de alcohol voy ciego de deseo y lujuria.
Salimos del sitio. En el exterior los oídos me pitan por el infernal estruendo musical. Hemos pasado en ese antro mucho tiempo. Ahora todo parece más calmado. De hecho quedan pocas personas por la calle. Son ya cerca de las cinco de la madrugada. Nos sentamos en unas escaleras al lado de un parque. Fumamos, mientras charlamos poniendo un poco de freno a la noche salvaje. Pero terminados los cigarrillos, volvemos a nuestro juego...
Buscamos en el parque un rincón oscuro, y allí, me siento en un banco. Ella se sienta sobre mi y un torrente desenfrenado de besos y caricias nos recorre el cuerpo, como un doloroso y dulce latigazo. Nos comemos de nuevo con hambre de alimañas. Desabrocho sus pantalones y hundo mis dedos entre sus piernas, por de bajo de las bragas. Ya ha pasado el tiempo de las fronteras. Ahora no hay límites... Ella responde con el mismo fuego y cuando queremos darnos cuenta, hemos perdido los pantalones. Quedo sentado en el banco, con las piernas estiradas. Ella cabalga sobre mi, y mis manos acarician su ahora desnudo culo, mientras penetro en el interior de su ser, sintiendo su calor y su aroma más profundo. Noto su humedad, su temperatura, su fluir más íntimo. Un temblor, un estremecimiento, un jadeo acelerado, cada vez más, un gemido, un quejido y por fin, una explosión y después, su cuerpo, como muerto descansando sobre mi. Se sobrepone al instante, y sigue cabalgando, con más y más fuerza hasta que ahora el que estalla soy yo...
“Creo que ha sido el mejor polvo de mi vida”. Calla mi comentario besándome ahora suavemente. Casi no reconozco sus labios, desnudos de la violencia acostumbrada. Acaricio su pelo y retenemos el instante un poco más.
(3)
Está amaneciendo y caminamos sin rumbo y perezosamente por las calles más viejas y gastadas de la ciudad, agarrados de la mano. Nos paramos de vez en cuando y nos besamos suavemente.
Llegamos a un portal de un edificio bastante antiguo. Las sombras del amanecer juegan, caprichosas, con los detalles de la fachada, escondiendo fantasmas. Saca una llave de su bolsillo y abre la puerta. Me invita a pasar. Subimos por unas escaleras amplias y altas, hasta la tercera planta. Abre de nuevo otra puerta, desproporcionadamente alta y entramos en un pequeño estudio. No le pregunto nada, pero supongo que es ahí donde vive.
Me besa de nuevo. Sin decir nada se desnuda de la ropa y se viste con la suave luz del amanecer que entra por la ventana. Ahora contemplo con asombro la belleza de su cuerpo pálido y precioso. Se dirige a mi de nuevo y violenta, arranca mi camisa, y araña con energía mi espalda mientras muerde mi cuello. Enciende de nuevo la llama, con más fuerza, con mucha más fuerza que en el parque...
No sé cuanto tiempo estamos amándonos, ni cuantos placeres compartimos. Al final, mi cuerpo sudoroso cae rendido de cansancio sobre su cama de sábanas blancas y me duermo acurrucado en sus caricias ahora tiernas y dulces. Siento como un beso suave roza mi cara, y poco a poco, voy perdiéndome en una espiral cada vez más profunda.
Me despierta un terrible dolor en el estómago. Me llevo la mano al abdomen y noto un líquido viscoso y caliente que sale de mi cuerpo. Miro mi mano y veo una gran cantidad de sangre. Intento ponerme en pie y no puedo... El miedo me ahoga. Un miedo atroz que me hace temblar. No estoy en su cuarto, ni en su cama, ni ella está aquí. Han desaparecido sus caricias, sus besos, su cuerpo y todo el placer, disueltos en un oscuro pozo de dolor. Estoy en una calle que no conozco, en un sucio callejón trasero lleno de mierda y basura, desangrándome horriblemente.
Víctor M. Jiménez
21 mayo 2007
6 comentarios:
de puta madre, chaval
a mí también me ha gustado :)
y a mi :-)
Gracias a todos. La verdad es que así animáis a seguir.
esto de chuparnos las pollas entre nosotros tiene su gracia... :o
Muy bueno Kike. Jajaja
Publicar un comentario