Unos vecinos intolerantes
Tengo unos vecinos que no aguantan nada. Entiendo que si montáramos
escándalos constantemente, estuvieran mosqueados, pero lo que no entra
en mi cabeza es que las tres veces en un año –siempre en sábado- que he
tenido visita en casa, me hayan llamado la atención en cuanto el reloj
ha pasado de las doce de la noche. Como pueden imaginar, no es que en mi
casa pongamos la música alta, o contratemos a algún grupo de
percusionistas, o nos juntemos cincuenta personas bailando en el salón,
ni mucho menos. Me refiero al ruido que pueden hacer dos familias con
niños tranquilamente reunidas. Lo curioso del tema es que de estos
vecinos me separan dos plantas. Pero todavía me puedo dar por conforme,
porque llegaron a denunciar en su día al del cuarto (ellos viven en el
primero) por un perro que ladraba de vez en cuando. Les he oído muchas
veces protestar por los llantos del bebé que vive en frente, por los
niños que juegan en el patio, por la verja exterior cuando alguien entra
o sale del edificio, por el sonido de pasos en las escaleras e incluso
porque la gente de ducha por la mañana temprano. Es algo fuera de toda
lógica. Su intolerancia es terrible y son un grano infestado dentro de
la convivencia normal de una comunidad de vecinos.
Creo –y
cualquier día se lo digo- que se han confundido de vivienda. Para ser
felices, tenían que irse a una cabaña en mitad del monte, muy alejados
de cualquier núcleo de población y de cualquier contacto humano. Y
pueden dar gracias que vivimos en un barrio relativamente tranquilo. No
sé que hubiera sido de ellos si estuvieran en otras zonas más
conflictivas de la ciudad.
Cuando cuento estas cosas, recuerdo la
vieja historia de aquel señor que estaba dormido. Su sobrino, para
gastarle una broma, le untó el bigote con un trozo de queso apestoso.
Cuando se despertó, renegó de todo el mundo porque decía que olía mal
donde quiera que iba y se enojaba con el que se cruzaba en su camino,
sin saber que el problema estaba en él mismo.
La próxima vez que
vea a mis vecinos del primero, les recomendaré que se laven el bigote
con bien de agua y jabón, a ver si acaso.
2 comentarios:
Creo recordar que Didge y yo compartimos un piso en el que el vecino de arriba era del mismo tipo. Nos llamaba la atención porque decía que las puertas (todas las de la casa) había que cerrarlas girando el pomo y llevando la puerta hasta el final, luego soltanto el pomo, de manera que no hiciésemos ningún ruido. Afortunadamente, mi capacidad para ignorar al personal por aquel entonces estaba muy desarrollada. Ánimo.
Puede ser reacción a la gran ciudad... El caso es que hay gente que se dedica a estar pendiente de los demás: siempre conviví con algún vecino problemático y jamás hubo queja por mi parte: todos somos libres, hasta donde empieza la libertad del otro.
Por otro lado, nadie ha considerado el dineral que se ahorran las constructoras en los muros y aislantes...¡ahí está la cuestión!
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