Te quise sin poder quererte
UNA CARTA NUNCA ENVIADA...
Nada me dolió tanto como aquel susurro en el que me dijiste “te quiero”. Evité escuchar tus palabras y te pedí que las repitieras. Negaste con la cabeza y sonreíste amargamente, pero no volviste a decir nada. Fue desgarrador. Tu me querías, y yo aun queriéndote no podía quererte. Después de la tormenta que arrastró las últimas hojas de aquella flor por florecer, alguien me contó que me quisiste de verdad, con la misma fuerza, que el amor que no pude darte y que siempre guardaré por si algún día se te ocurre buscar en los recuerdos amargos, aquellos labios que pocos besos te dieron.
No olvidaré la intensidad de aquellos momentos, la brisa de tus caricias, tus miradas eternas, sobrecogedoras y profundas, la dulzura de tu piel prohibida y los abrazos en las sombras más oscuras y alejadas de la vida.
Obviamente, muchas veces pienso en ti. En esos momentos añoro saber algo de tu vida, de tu deambular por el mundo. Y eso que por pequeños rescoldos que vas dejando sé que vives y hasta sé dónde vives. Pero… ¿Quién soy yo para cruzarme en tu camino, aún sabiendo por dónde está? ¿Quién soy yo para intentar recuperar, no ya lo que perdí, sino lo que abandoné? No me asiste ningún derecho y lo sé.
Quiero provocar al mar, hacer que las aguas turbulentas choquen contra la tierra. Hacer saltar las olas con tanta fuerza que quiebren milenarios acantilados. Es muy difícil, pues con mi voluntad no basta y mi debilidad es inmensa. ¿Cómo puedo hacerte mirar hacia mí, sin que salga de mi boca un leve suspiro? ¿Cómo hacerte recordar, si es que no recuerdas, aquellos días de agridulce sabor y de aromas de tierra mojada?
Con el paso de los años he conseguido no llorar lágrimas. Nadie me verá llorar por ti. Pero mi alma, desgarrada, se aferra con ansia y dolor a las zarzas de tu recuerdo eterno, al sabor de tu aliento, al color de tus ojos, a la miel de tu boca y a tantas cosas que marcaron mi vida, que jamás dejarás de morar en mi corazón.
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