Las cosas de Coque
Es sábado por la mañana y en la ferretería se respira un ambiente muy distinto del resto de la semana. Hoy hay poco trabajo y me dedico a ayudar al jefe de almacén a comprobar los últimos pedidos que han llegado. Así salgo también de la rutina diaria de papeles y cuentas que me encierran en la oficina durante largas horas.
Estamos ya todos los que nos toca trabajar. Los sábados hacemos turnos y viene solo la mitad de la plantilla. Bueno, todos... no. Falta Coque, pero ese va a siempre a su rollo.
Coque es el mozo de almacén y tiene diecinueve años. Es bajo, algo barrigón y un poco corto de entendederas. Va de modernillo, con sus pantalones anchos y caídos, camisetas ceñidas que acentúan su tripa, y unas zapatillas deportivas de gran tamaño que lleva siempre desatadas. Su pelo, castigado por mil productos del todo a cien, de dudosa procedencia, está cortado de forma extravagante, con puntas en rubio platino incluidas. Está colgado por los coches y anda todo el día viendo revistas de automoción. Tiene un carro de enésima mano, pintado por él mismo en colores chillones y tuneado de baratillo, a base de piezas sobrantes que ha ido pillando en diversos desguaces, donde es muy conocido.
Pasan de las nueve y media cuando le vemos llegar en su destartalado y esperpéntico coche, con la música tan alta que retumba hasta el suelo. Algún día se quedará sordo del todo. Aparca dando un volantazo a escasos centímetros del flamante Fort Focus recién comprado del jefe de almacén, que al verlo sale alarmado, pegando unos chillidos tremendos:
- ¡Coque, estás gilipollas! ¡Casi le das a mi coche!....
Coque mira a través de sus gafas de sol, con cara de estar ajeno a los espavientos del jefe de almacén. Se baja tambaleándose un poco y balbucea unos buenos días casi inaudibles. Me hace mucha gracia ver el panorama.
Coque entra en el almacén y se sienta en las escaleras de la derecha. Emana vapores de alcohol por todos sitios. Se quita las gafas de sol y deja al descubierto unos ojillos pequeños y enrojecidos. Huele a tabaco, a garito de mala muerte y a vómito. Antes de hablar pega un sonoro eructo...
- Joe, que marcha...
- Lo primero es dar los “buenos días” - le digo conteniendo la risa que me provoca la situación – y lo segundo es que llegas media hora tarde. Seguro que ni has dormido.
- No, pero estoy bien, de verdad....
- Claro, y casi te cargas el coche nuevo de Luis.
- Tíos – nos dice, pasando de mi reprimenda mientras se pone en pie – Ayer ligué con una tía que está buenísima y por eso he llegado más tarde. La he acompañado a casa y “to”.
- Coño, el Coque con una tía, no me lo puedo creer – Ironiza Carlos, que estaba observando todo desde el mostrador.
- Sí.... ¡y tiene unas tetas enormes!
- Vaya, ¿eso es lo único que te importa de una tía?- le reprime – ¿Sólo quieres que tenga unas tetas grandes?. Es que no te importa que sea simpática, agradable, buena persona.... no sé, que tenga buenos temas de conversación...
Coque, le mira muy extrañado y sentencia:
- Es que ésta habla y “to”.
Me imagino la moza en cuestión. Para estar con Coque debe tener unas anchísimas tragaderas o estar desesperada, cosa que pongo en duda en un chica joven. Además me hago una idea de la situación en la que se produjo el acercamiento y concluyo que o bien la chica estaba en un estado de embriaguez cercano al coma etílico o su coeficiente intelectual está muy por debajo del coeficiente del Coque, que ya es tirar por lo bajo.
Mando a Coque que monte unas estanterías y sigo comprobando el pedido con Luis, que aún no ha superado el susto de ver como el zarrioso coche de Coque casi se empotra contra el suyo.
Va pasando la mañana muy tranquila. Voy a buscar a Coque donde lo dejé con la diez-once en la mano. Me lo encuentro tirado en el suelo, y me asusto al principio. Pero al acercarme veo que está dormido como un angelito. Las cuatro baldas que ha montado en la estantería están visiblemente torcidas. Llamo a Luis y a Carlos para que vean el panorama.
Luis no se anda con contemplaciones y lo despierta de un puntapié... Coque se espabila y se incorpora, y sin decir nada, se pone en pie y sigue con el trabajo.
v.m.j.a.
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