jueves, mayo 28, 2009

Hitchhiking en Las Antípodas I

Llevo dos meses moviéndome por Nueva Zelanda a base de autostop. En general ha sido bastante sencillo, aunque las últimas veces se están demorando demasiado en recogernos, quizás porque ahora somos dos, quizás porque ahora estamos en la isla norte. Quién sabe. El 27 de este mes Heike se vuelve a Alemania, y en principio vuelvo a estar solo, entonces veremos si se debe a una causa o a otra, o no tiene que ver con ninguna de las dos.

Es importante saber situarse en un punto en el que los coches te puedan ver desde lejos, que llevas equipaje y así tengan más confianza en ti, y tengan sitio para parar detrás tuya. Esto último es especialmente importante, porque todas las carreteras que interconectan distintas ciudades de por aquí son de un solo carril, incluidas las autopistas. De vez en cuando hay una señal que reza 'Zona de Adelantamiento, x metros', y entonces el carril se divide en dos, y la x indica la longitud de dicha zona. Pero como digo, en general hay un solo carril, por lo que los coches que vienen detrás necesitan espacio suficiente para pasar al coche que para sin invadir el otro carril. Y por supuesto hay que tener paciencia. En la isla sur normalmente no tenía que esperar mucho, pero en la isla norte con Heike las esperas se nos están haciendo eternas. Como en general no tengo prisa no se hace excesivamente duro, aunque es bastante cansado ver pasar coche tras coche sin que pare ninguno, algunos te saludan, otros te sonríen, pero ninguno te recoge, y ahora quieras que no me siento algo responsable, porque Heike hasta este momento viajaba en autobús y si está haciendo autostop es porque yo quiero, claro que en última instancia es su elección. Y si a veces se pone algo nerviosa le doy un abrazo y le digo que le quiero mucho y ya está. Y al final siempre hay alguien que te recoge, y estás tan contento que no piensas en el tiempo que has estado esperando.

Los viajes de Christchurch a Waitati y de Milton a Te Anau los hice en autobús. De Waitati a Milton me acercó Louise, mi primera host de helpx. Un cielo, Louise. Pero luego en Fiorland decidí probar el autostop porque todo el mundo con quien hablaba del tema me decía que aquí en Nueva Zelanda funciona muy bien, así que el viernes que dejé el backpackers en Te Anau cogí la mochila (otra cosa importante es que la mochila no pese demasiado por si tienes que caminar un rato buscando un buen sitio para hacer dedo), el didgeridoo y la bolsa de Marruecos y cuando salí de la ciudad me puse a esperar. Pasaron algunos coches y como a la media hora paró un chico alemán que estaba tres semanas de vacaciones y había alquilado el coche para moverse más rápido por la isla. Creo recordar que en un par de días se juntaba con su novia, que venía de Alemania también. El chaval no iba para Queenstown, sino para Dunedin, pero me hizo un recorrido de unos 80 kilómetros hasta Lunsdem, y en general fue bastante simpático. A la media hora de dejarme se puso a llover, pero afortunadamente diez minutos antes un nativo de Queenstown me recogió en su furgoneta. Detrás llevaba un ciervo que había cazado el día anterior, y me habló de cuando estuvo viviendo en Inglaterra, Holanda y Andorra. Según parece también hizo bastante autostop en Europa, y una vez yendo hacia Barcelona le recogió un tipo que era dueño de un restaurante, que al llegar a la Citat Condal le invitó a cenar y le dio alojamiento, y desde entonces siempre para para recoger a la gente. Estuvimos hablando de Queenstown, la temporada de esquí, y de cómo en sus montañas se rodó gran parte de El Señor de los Anillos, de que casi todos sus amigos habían hecho de Hobbits en la película, y de que muchos anuncios que luego se emitían en Europa se rodaban allí.

- Todo el mundo en esta jodida ciudad tiene un agente. Yo tengo un agente. Hasta él, dijo señalando a su perro, tiene un agente.

Los dos siguientes desplazamientos los hice con conocidos. El primero, de Queenstown a Wanaka, fue un trayecto de unos 50 kilómetros por carretera de montaña con una pareja de taiwaneses que habían estado de couchsurfing en la misma casa que yo. El chaval invadía el carril contrario de forma sistemática cada vez que tenía que coger una curva.

- ¿En China y Taiwan es habitual esto que haces de invadir el carril contrario para coger las curvas?

- Es que así es menos cansado. Pero antes me aseguro de que no viene nadie de frente.

- Pues cuando vayas para Europa no lo hagas, porque es ilegal y te pueden multar.

Estoy seguro de que aquí también lo es, pero no quiero parecer demasiado pedante cuando además me están llevando gratis. El segundo fue con una amiga de Linda, la chica con la que hice helpx en Wanaka. No me acuerdo de cómo se llamaba, Bárbara quizás, pero hicimos buenas migas y como ella iba para Queenstown no le importó coger el camino de la autopista y dejarme en Cromwell. Allí volví a hacer autostop y de nuevo me recogieron justo antes de que se pusiera a llover, en este caso un señor mayor que me preguntó de dónde era y que si el palo que llevaba era una caña de pescar. Tenía un acento muy cerrado, o quizás era mi oído el que estaba cerrado. Por decir algo le pregunté sobre el tiempo que íbamos a tener los próximos días, y como contestación estuvo hablando sin parar durante diez minutos. Yo no me enteraba de nada, así que de vez en cuando soltaba algún 'ajá' o un 'yeah', o sonreía en los momentos que me parecían apropiados. Lo único que le entendí fue algo relacionado con Rusia, Moscú, dos vías lácteas, la nieve y que había estado trabajando en las montañas, o algo así. Tras una pequeña pausa y como parecía que le apetecía hablar le dije 'Actually, here you have a lot of mountains'. El tipo me miró con aire grave y contestó: 'Absolutelly', y ya no paró de hablar hasta que llegamos a Alexandra. Iba muy despacio y cuando otro coche venía por detrás reducía aún más la marcha y se arrimaba al arcén para facilitar el adelantamiento. De Alexandra me llevó al cruce con la StateHighway 1 otro señor que conducía un todoterreno y arrastraba un mini velero. Le gustaba navegar, sus hijos estaban en una competición de seis meses alrededor del mundo, y ahora estaban en Europa. Si les iba bien en algunas regatas algunas marcas les esponsorizaban las siguientes, y él les había dicho que adelante, que ahora que eran jóvenes era una buena oportunidad para ver mundo. Su hija estaba estudiando en Dunedin, y aunque no lo tenía muy claro quizás probara a hacer algo de prospección de tierras. Él también había estado en España a principios de los 70.

Un estudiante universitario me recogió a los pocos minutos y cuando se enteró de que era español me contó todo ilusionado que él quería ir al País Vasco, porque competía cortando troncos y sabía que allí era un deporte muy popular. Su especialidad era la velocidad, esto es, a ver quién cortaba un tronco más rápido, supongo que a base de eliminatorias, como un torneo. Otra prueba era cortar varios troncos, pero eso llevaba más tiempo y no era lo suyo, entiendo que en este caso se podría catalogar como prueba de resistencia. Si hay algún vasco leyendo esto y que nos lo pueda aclarar, yo personalmente le estaría muy agradecido. Le dije que en el País Vasco también levantan piedras y juegan a la pelota vasca, aunque esto último se lo tuve que explicar porque no lo conocía.

Mis siguientes viajes fueron de Owaka a Dunedin, que me llevo Stu, Dunedin - Timaru, que fui con Richard y Gina, y Timaru - Christchurch, que lo hice con Amanda. Todos estos no cuentan como hitchhiking porque fueron con amigos o familiares de amigos, así que no tuve que hacer dedo. Mención especial para Amanda, que se desvió 20 kilómetros de su recorrido para dejarme sano y salvo en casa de Eric y Caroline.

Juegos de palabras

- A los españoles no se os entiende cuando habláis porque lo hacéis con la boca cerrada. Debe ser porque sois muy vagos.

- Es que así reservamos energía para otras cosas.

- Of course, to eat and to fuck.

- And don't forget, to drink.

Hice una pausa.

- Also, to run in front of the bulls.

Heike me miró con aire irónico.

- No, sentenció, to run behind the balls.

miércoles, mayo 20, 2009

LAS CÁRCELES DEL ALMA

Sentada en el ordenador, escribiendo de manera que me pueden leer en cualquier lugar del mundo, me olvido de donde estoy y todo me parece fruto de una pesadilla. Pero si vuelvo la cabeza veo que no, que no estoy soñando, que sigo en India, en la cárcel de mujeres, en la sala de ordenadores donde nos dejan estar unas horas un día a la semana. La mayoría de las páginas están capadas pero no tengo interés en leer lo que ocurre en el mundo exterior, sólo necesito escribir. Sacar a pasear de su encierro a mi alma ya que no puedo sacar a mi cuerpo.

Que cómo he acabado entre rejas es algo difícil de creer. Para empezar yo no debería estar aquí. Pero eso es lo que piensa la mayoría de nosotras. Ayer se llevaron a mi compañera de celda envuelta en ese papel de aluminio que utilizan para que no se vean o se huelan los cadáveres. Según ella misma apuñaló a su marido hasta verlo muerto. No es que yo pueda decir que el tío se lo merecía, pero tener encerrada a tu mujer en casa debería ser delito. Pero no lo es, y menos en India. Mamattha se sentía tan culpable, tenía tanto miedo de que la fueran a ejecutar que prefirió hacerlo ella misma. Así que ahora tengo una celda para mi sola. En mi egoísmo pienso que un poco de intimidad nunca viene mal. Y desear que mi próxima compañera hable inglés o español me anima la mente porque a menudo se ahoga con las palabras que no pueden salir de la garganta.

Las primeras semanas intenté tomármelo como una meditación, meterme tanto en mí misma que no me importara estar aquí dentro. Yo soy una secuencia de latidos, una respiración continua, un alma atrapada en un cuerpo. Un cuerpo encerrado en una cárcel. Así que básicamente estoy doblemente encarcelada. La cosa tiene su gracia. Mi propia cárcel, mi cuerpo, está encerrada en otra cárcel. Si bien mi cuerpo no puede hacerme callar mucho menos lo podrán hacer unas rejas. Mi alma sólo puede ser esclavizada por mí. Nadie más que yo puede encarcelarla. Y si como decía Marea la voz no hay quién la encierre, ni rejas ni paredes, ahora con internet las palabras no hay quién las borre.

Es irónico que haciendo tan poco tiempo que he aprendido a liberar mi alma me encierren a mi entera. Desde que estoy aquí río y lloro a la vez constantemente. Todo me parece para descojonarme y llorar a moco tendido. Así que cuando me desahogo ahogándome en lágrimas estoy lista para echarme a reír. Cada vez que bajamos al comedor y aspiro el olor a curry, a chilli, a pakora, a cúrcuma...me imagino que sigo fuera, paseando por las calles de Hampi, buscando un sitio donde comer. Y es que lo bueno de estar en una cárcel india es que sigues comiendo comida india, que debe ser mejor que la comida de las cárceles españolas. Por lo que cuentan porque lo único que sabía hasta ahora era basado en películas y en algún colega de San Blas que comentaba que donde mejor hachís había fumado era en el talego. Una pena que aquí eso no pase porque el Charas indio abre las puertas de la percepción. Pero cada vez que insinúo a alguna compañera (o colega, no se cómo referirme al resto de mujeres que me acompañan en mi penitencia) que cómo se consigue aquí de fumar me invitan a callar con la mirada. Supongo que además de ser esto India, es India en femenino, así todo está doblemente censurado. Y lo único que me consuela es pensar que a lo mejor Manuel tiene suerte y puede conseguir de fumar y relajar mente y cuerpo. Aunque Manuel no tiene ni un solo músculo tenso, lo que también me consuela en el caso de que aquí también se estile porculizar a los novatos en el tigre, porque Manuel podía meterse mi mano por el culo en cualquier momento sólo para enseñarme que se pueden tener todos los músculos del cuerpo relajados con sólo creer que se puede hacer. Manuel! Mi amor! Dónde estarás? Estarán nuestras cárceles tan sólo a unos metros de distancia? O te habrán llevado a la otra punta de este país? Manuel, ni siquiera tengo tu email, tu dirección, tu teléfono. Quién nos iba a decir que nos íbamos a separar? Y ahora puede que te haya perdido para siempre, mi vida. Sé que si estuvieras aquí me dirías que eso es imposible, que nuestras almas ya se han encontrado y que nunca se separaran...pero me cuesta tanto creer en esas palabras ahora...Yo quiero estar contigo en cuerpo y alma.

Dejar de ser consciente del tiempo que llevo aquí y del que me queda es la mejor terapia para mí. Me alegro de haber aprendido a hacer que el tiempo sea cero. Aquí hay compañeras que dibujan los típicos palitos de a seis y los tachan con el séptimo para contar las semanas. Dicen que así te vuelves menos loca pero yo estoy convencida de lo contrario; contabilizar este calvario sería mi muerte. Si medito lo suficiente puedo hasta creerme que estoy de retiro espiritual. Y es que nunca he meditado mejor que aquí dentro. Es irónico, ya digo que no paro de reír y llorar todos los días. Incluso estoy aprendiendo hindi, porque el inglés que hablan aquí es tan rudimentario que siempre acabo hablando por señas. Nos vamos conociendo poco a poco. Aquí dentro cada historia que oyes es tan increíble que termina siendo creíble. Y desde luego todas tratamos de pensar que somos inocentes. Y es que un error de cálculo te puede traer aquí. Fumando en el baño del tren por ejemplo, un policía que va de paisano te sale al paso. Te viene con el cuento de que o te folla allí mismo o acabas en prisión. Así que te mete mano como si tuviera 12 años, amasándote las tetas, y parece que está bromeando. Pero cuando se arrima y notas que está empalmado desaparece esa percepción. Manuel está lejos y no puede venir en mi ayuda, pero sé que en cuanto esté a unos metros de mí podrá sentir el miedo en los latidos de mi corazón y vendrá a ayudarme. Y sí, viene, y le dice al policía que si no le da vergüenza estando casado…Y el tío baja la cabeza humillado porque sabe que Dios le está mirando. Pero para entonces una mujer nos ha visto y el lío ya está montado. Y me separan de mi vida, de mi amor, y le veo alejarse sonriéndome y cantando para mí, para que no tenga miedo.Y se lo llevan a rastras entre 5 porque no pueden con él. Y le devuelvo el amor con otra sonrisa. Y pensando en él me olvido de que estoy en comisaría y de que me están encerrando entre 3 paredes y unas rejas. Y no se me borra la sonrisa porque el amor llena mi cuerpo, mi alma mi todo. Y los policías deben pensar que estoy fumada o loca pero me da igual. Ya no puedo hacer nada de todas maneras.

Y aquí sigo, viviendo el momento presente, sin pasado ni futuro. Haciendo mucho yoga y meditando más que nunca. Prestando más atención que nunca a mi respiración y a mis latidos…así que a veces me parece que cuando estaba encarcelada era cuando estaba fuera. Y es que empiezo a perder la noción de dentro y fuera, de viva o muerta. Empiezo a entender lo de ser uno con el universo porque a veces pierdo por completo mi identidad, y mi ego se está muriendo. Y eso es lo mejor que le puede pasar a una, aunque desde luego irónico que haya necesitado estar aquí dentro para que suceda.

Y claro, todo sería más fácil si no tuviera que mentir cada vez que escribo a mis padres, lo que daría por verles, por darles un abrazo. Pero no puedo decirles donde estoy, vendrían a verme y se les caería el mundo encima. Y a mí, por lo único que se me empieza a caer el mundo encima es porque sin compañera de celda no puedo alcanzar la ventanita por la que se ve el atardecer, con esa transición de colores con los que atardece aquí en India. Lo que más deseo es que mi próxima compañera sea alta, como Mamattha, y subirnos a hombros para alcanzar a ver el sol con nuestros ojos. Porque por mucho que aprenda a vivir con el sol que llevo dentro creo que nunca querré prescindir del que brilla ahí fuera.

Y hoy he encontrado una edición en inglés de "Las cárceles del alma" que me recuerda tantos libros devorados en el metro camino al instituto. No podía haber encontrado otro título más acertado en estos momentos. Quién me iba a decir que lo releería aquí dentro.

miércoles, mayo 13, 2009

miércoles, mayo 06, 2009

La importancia de un abrazo

Desde siempre he sido muy tímido cuando estoy en grupo. Suelo intervenir poco en la conversación, y cuando lo hago suele ser con miedo, con un hilo de voz o tan poca convicción en lo que digo que la gente, o no me hace caso, o pregunta a su vez: ‘¿Cómo dices?’. O a lo mejor cuando tengo algo que aportar no encuentro el momento apropiado, y cuando lo encuentro la conversación ha tomado otro rumbo y ya no tiene mucho sentido mi aporte intelectual.

- ¿De verdad que te pasa eso? Pues conmigo no te pasa.

- Claro, porque tú y yo no somos un grupo. Individualmente no tengo problemas, pero colectivamente me corto mucho. A veces estoy con gente, y si viene algún amigo tengo ganas de darle un abrazo, pero no me atrevo. Me da miedo que me diga ‘¡Pero tú qué haces!’, y me rechace.

- ¡Pues menuda tontería! A mí me encanta que me den abrazos. Tú no te cortes, verás cómo la gente responde. Así que espero que la próxima vez que me veas por ahí me des un abrazo.

Desde entonces lo he puesto en práctica, y la cosa funciona mejor de lo que esperaba. Al año siguiente de tener esta conversación, estando en Inglaterra, la gente venía al piso cuando se encontraba mal, a que les diera un abrazo.

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- Hola.

- ¡Hola! ¡Qué casualidad! ¿Vas también para Wellington?

- Sí, qué cosas, ¿no?

Pues sí, qué cosas. Nos habíamos visto dos días antes en un backpackers de Picton, yo estaba calentando agua para el té y ella cogió la tetera para rellenarla.

- No, no hace falta, la estoy calentando.

- Ah, perdona, es que no hay ninguna luz ni nada que lo indique.

- No worries. ¿Qué tal todo?

- Bien, bien en general, aunque llevo unos días regular, creo que es gripe, y físicamente no me encuentro muy allá.

- Entiendo. Escucha, ¿quieres que te de energía?

- ¿Darme energía?

- Sí, con las manos. Mira.

Coloqué mis manos sobre su espalda unos segundos.

- Gracias.

- De nada, mujer. Si esta tarde te sientes mejor, abrimos un negocio.

- Entonces, mejor que no me tome esto, sonrió señalando su vaso, porque no sabremos si es por la medicina o por la energía que me has dado.

- Mejor tómatelo, que todo ayuda.

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- ¿Cómo andas de la gripe?

- Igual, más o menos. ¿Y tú con tu energía?

- Como siempre.

Estuvimos hablando de todo un poco. De su trabajo, de que llevaba seis meses en Nueva Zelanda, de cómo cuanto más profundizo en el concepto de energía más me sorprendo, y más se sorprende la gente.

- ¿A qué te refieres?

- Pues que es asombroso cómo, gente que no cree en nada de esto, pongo mis manos sobre ellos, pero de forma natural, en medio de la conversación, y al rato me dicen, oye, qué me has hecho, que ya no me duele la espalda, o la muñeca. Y que sienten la energía, o lo que sea, fluyendo. ¿Tú sentiste algo?

- La verdad es que sí. Cuando me ofreciste darme energía mi primera reacción fue que no, porque un problema que puedes tener dando energía a la gente es que se acostumbren a recibirla siempre de otros en vez de buscar otras fuentes. Lo puedes ver normalmente en un grupo, que siempre hay alguien que coge energía de los demás. En mi caso ya te digo que mi primera reacción fue que no, pero luego dije, bueno, ha sido él quien me la ha ofrecido, a ver qué pasa, como un experimento.

- ¿Y qué pasó?

- Pues que sí sentí un montón de activación energética, claro que también pude ser yo que ante la situación provoqué esa sensación de forma inconsciente. De todas formas no utilicé esa energía porque no era mía. Pero si quieres podemos probar ahora, dijo tendiéndome la mano.

Seguimos hablando un rato, con su mano entre las mías, esta vez de cómo me sentía yo últimamente, de mi decepción con Golden Bay y Nelson, decepción provocada en último término por mis expectativas, de cómo parecía que el viento me empujaba hacia la isla norte, y de cómo sin embargo, en Picton, las cosas habían empezado a cambiar.

- De hecho, lo primero que me sucedió nada más llegar al backpackers fue encontrarme a un alemán y un italiano que compartieron su cena conmigo y me hablaron de las maravillas de Hopewell... ¿te encuentras bien?

- No mucho, la verdad, es extraño porque yo nunca me había mareado en un barco hasta que llegué al hemisferio sur, y aquí, cada vez que cojo un barco, me mareo.

- Bueno, pues te voy a dar de nuevo energía, a ver si ayuda.

Esta vez posé una de mis manos sobre las suyas y la derecha sobre su hombro. Seguimos hablando y al rato subí mi mano desde su hombro a su cuello.

- Anoche sin ir más lejos me puse a hablar con una chica inglesa, la que me había recomendado la ruta de por la mañana, y lo primero que me dijo fue que iba para Christchurch para cortar con su novio. Así que compramos una botella de vino y estuvimos hablando de la vida, las relaciones de pareja, de la evolución del concepto de relación a lo largo de la historia. Ella decía que quería llegar a los 60 con hijos y una familia, y que no quería arrepentirse en el futuro de haber tomado una decisión equivocada, porque de hecho su novio quería casarse y tener hijos, y aunque no fuera una relación perfecta, en realidad las relaciones perfectas no existían, y a lo mejor lo que había que hacer era perseverar y trabajar en la relación. Yo le decía que en última instancia la decisión que tomara no era importante, que lo realmente importante era que una vez que la tomara fuera consecuente con ella y no se arrepintiera pasase lo que pasase, porque de todas formas su vida posterior iba a estar llena de momentos buenos y momentos malos independientemente de esa decisión, y que todo dependía de la percepción de cada momento, no de decisiones pasadas.

- ¿Y qué pasó al final?

- Pues cuando terminamos la botella de vino me dijo que después de hablar conmigo se reafirmaba aún más en su decisión de cortar con su novio. Cosa de la cuál me alegro, no de que corte con él, por supuesto, sino de que haga lo que haga lo haga con convicción. Y por mi parte, pues me siento bien por ser útil.

Callamos un momento y aproveché para quitar mi mano de su cuello, pues no quería que se sintiera incómoda.

- No, no la quites, me siento mucho mejor si está ahí.

Estábamos llegando ya a Wellington. El ferry comenzó a reducir su marcha.

- ¿Y no te cansa estar dando continuamente energía, como anoche a esa chica o ahora a mí?

- Bueno, en realidad no estoy dando energía de forma continua, de hecho una de las cosas que me faltan mucho en este viaje es el intercambio de energía y conocimientos, y por otra parte, yo me veo más como un canalizador de energía que como un donador. Aunque un poco fatigado sí que termino. Lo que sí que hago luego es pedir un abrazo, si a la gente le apetece, y así me vuelvo a recargar.

- Ajá, y así a tu vez cierras el círculo.

- Supongo.

Así que nos abrazamos. Y cerramos el círculo. Y fue como volver a casa. El olor de su piel me recordó a las praderas fragantes de mi no-Extremadura. A las balas de paja amontonadas en otoño. A la tahona del pueblo de mi padre por las mañanas temprano, al olor del pan recién hecho.

- ¡Wow! ¡Gracias!

- Gracias a ti. ¿Me das otro abrazo?

- ¡Claro!

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Ahora Heike y yo estamos viajando juntos por la isla norte. Wellington, Raumati South, Napier, Rotorua, Coromandel... Nuevos lugares donde darnos nuevos abrazos.