jueves, octubre 25, 2007

Hombres y Mujeres

Y Dios creó el mundo. Y le pareció bien. Y creó peces, animales y plantas. Y le pareció mejor. Y creó al Hombre para reinar y dominar sobre el resto de la creación. Y le pareció magnífico... durante un rato. Al tiempo, Dios se dio cuenta de que el Hombre no era tan magnífico como le había parecido. Por una parte, tenía muy poca iniciativa. Le gustaba mucho dormir, y si era necesario hacer algo (buscar un refugio contra la lluvia, cazar o pescar, recoger fruta para alimentarse...) siempre lo postergaba para más tarde. En resumen, el Hombre era un procrastinador (‘procrastinador’, pensó Dios, ‘vaya, qué palabra más maja se me ha ocurrido. Soy tan sabio que a veces me sorprendo a mí mismo’) que siempre que tenía la ocasión, y cuando no también, buscaba una sombra en la que quedarse tirado tocándose los huevos (‘¿Y para qué habré creado al Hombre con huevos? ¿Será para que se los rasque mientras vaguea? No lo recuerdo muy bien, debo estar haciéndome viejo’) (N. del A.: todos sabemos que eso no es cierto, Dios es atemporal, lo que viene a decir que siempre ha existido y siempre existirá, por lo que los términos joven o viejo no le son aplicables. Lo que sí podemos deducir de sus palabras es que es un tío muy modesto). Por otra, el Hombre se dejaba llevar mucho por sus instintos: si tenía sueño, dormía. Si tenía hambre, cazaba o recolectaba fruta. Claro que muchas de las veces sus instintos entraban en conflicto con su falta de iniciativa, pero eso no era mayor problema y normalmente optaba por lo segundo, que era lo que requería menos esfuerzo. El caso es que Dios ya no estaba tan seguro de haber acertado. ‘¿Para qué le he dotado de inteligencia’, se preguntaba, ‘si es lo que menos utiliza?’.

Así que Dios, aprendiendo de sus no-errores (todos sabemos que Dios no puede errar) creó a un ser aún más perfecto: la Mujer. La Mujer era responsable, no evitaba sus obligaciones, antes de dejarse llevar por sus impulsos razonaba lógicamente... Parecía que Dios había acertado de pleno. Y se retiró a descansar.

Pero he aquí que un día la Mujer llamó a Dios: quería hablar con él. Dios se acercó a donde se encontraba ella (¿hemos dicho ya que Dios es muy humilde?) y le preguntó qué sucedía. La Mujer dijo que se aburría. Que todo era muy fácil. Cazar, recolectar alimentos, construir refugios para la lluvia... Que lo único que le seguía interesando era el sexo, pero que el Hombre se había cansado ya de satisfacerla, teniendo todo el sexo que quería cuando quería, y encima cuando a él le apetecía no duraba ni un minuto, y se cansaba enseguida porque no hacía nada más, aparte de dormir, y no tenía forma física. Que ella a veces se hacía un dedo pero también de eso había terminado muy aburrida. En resumen, lo que la Mujer le pedía a Dios era algo de estímulo para que todo no pareciera tan monótono y aburrido.

Dios se retiró a meditar. Por una parte, si le quitaba algo a la mujer para hacerla menos perfecta y que le costara más hacer las cosas sería reconocer que se había equivocado al crearla así, y eso no podía ser porque Dios es infalible; por otra parte, crear a alguien más perfecto para incentivar a la Mujer tampoco era posible, ya que la Mujer ya era perfecta. Finalmente llegó a un consenso consigo mismo. Llamó a la Mujer a su presencia y le habló de esta forma:

- Mujer, creo que he encontrado una solución a tu problema, y por ende, al del hombre

- Menos mal, Dios, ya empezaba a desesperarme. ¿En qué consiste esa solución?

- Pues es algo que voy a darte, ya que no puedo quitarte nada, pero que hará tu vida más interesante: las Hormonas.

- ¿Las qué?, preguntó la mujer.

- Hormonas. Es algo que alterará tu vida de forma diaria. Habrá veces que tengas ganas de reír, o de llorar, o de jugar, sin motivo aparente; habrá días en que ames a tu pareja con todas tus fuerzas, y te parecerá el ser más maravilloso del Universo, mientras que al día siguiente tendrás ganas de matarlo. De esta manera pondrás a prueba tu resistencia y tu inteligencia, al tener que enfrentarte a las mismas situaciones desde diferentes estados de ánimo. Necesitarás la compañía de otras mujeres para hablar de problemas y situaciones tan complejas que el hombre no será capaz de entenderlos. Con esto conseguiremos darle diversidad a tu existencia. Y además, no tendrás tantas ganas de sexo ni te sentirás atraída por el hombre continuamente (al oír esto la Mujer torció el gesto, pues no era de su agrado), lo que obligará a éste a poner un poco de su esfuerzo, tener más iniciativa y valorar más lo que es la intimidad con una Mujer. ¿Te parece bien?

- Hombre, no es que sea para tirar cohetes, pero si tú crees que va a funcionar...

- Funcionará. No olvides que Dios es infalible.

Y, desde entonces, así son las cosas.

El año de la crisálida

Por aquellos días de primavera, la adolescencia hervía en mi en todo su esplendor. Quizás no tuviera más de trece años, muchas fantasías en la cabeza y terribles historias de amor no correspondido.

Los juegos de otros tiempos habían quedado olvidados, enterrados y desterrado por siempre. Los amigos seguían siendo los mismos, pero la forma de pasar el tiempo era muy distinta.

Tras la primavera, llegó el primer verano de mi etapa "adulta" o el último verano de mi niñez, según el prisma con el que se mire. Las sensaciones eran incómodas y en mi estaban ya bien despiertos los instintos naturales. Mi tiempo transcurría entre partidas eternas de Monpoly, penosos conciertos con un pequeño teclado Casio, y largas, larguísimas charlas con los amigos. Por entonces descubrí también la música. Los programas de radio comenzaban a tener sentido y empezamos a comprar alguna cinta que otra y también vinilos que aún hoy conservo con cariño. Aquellas desoladoras tardes mis pensamientos volaban entre notas musicales.

No arreglábamos el mundo en nuestras eternas conversaciones, para eso habría tiempo algunos años más adelante. De hecho, no creo tener consciencia entonces de los problemas que siempre nos rodean. Nuestras charlas distaban mucho de ser filosóficas, científicas o en algún modo útiles para otros fines que no fueran aplacar el fuego de nuestras hormonas.

Sí, hablábamos de chicas. Hasta hacía poco tiempo, las niñas eran seres extraños, que tenían sus juegos, su forma de ser tan distinta a la nuestra, sus cosas... Ahora las líneas, antes paralelas, comenzaban a tomar ángulos, comenzaban a buscarse irremediablemente en el espacio y en el tiempo.

Aquel verano, hubiera sido el novio de cualquier niña que me lo hubiera propuesto (yo era entonces demasiado tímido para proponer algo). Entendiendo el concepto de novios, el mero hecho de aceptarse mutuamente como tal. Lejos estaba entonces cualquier acercamiento de otro tipo. De hecho, recuerdo el "escándalo" montado por uno de nuestros amigos cuando besó en los labios a una chica. Aquello era lo máximo, lo inalcanzable, lo platónico, lo nunca visto. Nuestro amigo, tuvo que relatarnos muchas veces cómo lo hizo, como sabía su boca (seguramente a chicle de fresa), y qué sintió. Mi amigo se deshacía en el relato de un beso que no llegó a tres segundos, lo alargaba hasta el aburrimiento, lo estiraba como una goma, sintiéndose envidiado protagonista .

No sé si fueron años inocentes, pero eso me da igual. Fue lo que me tocó vivir y no me he planteado nunca nada al respecto.

Recuerdo perfectamente aquel verano. A parte de mi Casio PT20 y el Monopoly, por las mañanas jugábamos al baloncesto en la pista cercana de la Parroquia. Sudábamos de tal forma que terminábamos metiendo la cabeza bajo el chorro de agua, nada fría, de una fuente de hierro cercana. Algunas tardes las pasábamos en la piscina, mirando los cuerpos de toda fémina, como buitres hambrientos. De vuelta, alargábamos la tarde hasta entrada la noche, charlando, como siempre, en los alrededores de nuestra casa, en un lugar que llamábamos el muro. Allí nos sentábamos, como pájaros posados en un alambre, y allí pasaban las horas perezosas, hasta que alguien era llamado para irse a dormir.

A principios de septiembre de ese caluroso verano se celebraron las fiestas de la Parroquia, verbena incluida. Recuerdo con mucha ternura aquella noche del siete de septiembre. La música sonaba, nos habíamos puesto guapos para la ocasión, y fue quizás la primera vez que nos acercamos directamente a las niñas de nuestro barrio.

Aún conservo en el corazón aquel beso de presentación de Inma. Sus cabellos largos y rubios, ligeramente rizados. Su talle fino, casi espigado y sus ojos color miel. Su voz tierna y acaramelada. Inma estaba sudando ligeramente, como lo estábamos todos, y la leve humedad de su rostro al contacto con el mío despertó mis sentidos. Quizás fuera la primera "mujer" que me presentaran "formalmente". Mis manos se movían nerviosas como independientes del resto de mi cuerpo y mi boca solo balbuceó un tímido y ahogado "hola" que no escuchó ni el cuello de mi camiseta. Sonaba la canción de Suzanne, y siempre asociaré este tema a aquel encuentro.

La vida no fue justa con Inma, era una auténtica muñequita, que perdió la inocencia quizás demasiado pronto. No tardamos en verla convertida en una mujer, madre, y despreciada por un marido mayor que ella que el único mérito que tuvo fue quedarla preñada antes de cumplir los dieciocho. Hace años que no sé de ella. Hace años que quedó perdida en esos días que solo existen en la memoria.

Por aquellos entonces llegó Lola a mi vida. Mi dulce y tierna Lola. Nunca tuve un amor platónico más doloroso, duradero y horrible que el de Lola. Me pasaba las noches sin dormir pensando en ella, en su piel pálida, en su cabello corto y negro, en sus ojos profundamente oscuros. Escribía largas cartas de amor, que por supuesto jamás le entregaba, y fue la musa de mis primeros poemas. Leía a Becquer hasta aprenderme de memoria cada verso, escuchaba baladas tristes y ahogadas que me hacía sufrir, y ese sufrimiento me ensalzaba más aún, me hacía más fuerte en mi propósito de conseguir que Lola se fijara en mi. La perseguía por la calle y hacía cómplices de mis movimientos a mis amigos.

Fue una batalla perdida. Nunca hubo correspondencia. Estuve más de un año anhelando una respuesta que no llegó jamás, y cuando lo hizo, fue una negativa tajante.

Tras aquel verano empecé el Bachillerato, y dejé definitivamente mi vida anterior atrás. Una tarde de domingo, cambiamos sin planearlo la reunión en la sala de juegos por una cerveza, la primera, en un bar de la Plaza Mayor. No olvidaré nunca aquel sitio, que luego frecuentamos cientos de veces; ni aquella cerveza, que sin tomar más que la mitad, llegó a producirme cierta resaca a la mañana siguiente. La sensación de haber hecho algo que no debía, me llenó a la vez de arrepentimiento y libertad. Comenzaba a jugar a ser adulto.

Durante ese curso la discoteca New People nos marcó a todos de alguna manera. Comenzamos a ir a las fiestas que por la tarde de viernes y sábado se organizaban. Allí nos juntábamos toda una generación. Mi generación. Allí esperábamos pacientemente a que la música cambiara a ritmo de lentas para sacar a bailar a la chica de turno. Allí sentí baladas como Still Loving You de Scorpions, Last Christmas de George Michael o Cruz de Navajas de Mecano. Allí recibí negativas firmes y tajantes cuando me atrevía a pedir algún baile y allí bailé por primera vez con una chica, que era la prima de uno de mis amigos, unos años mayor que yo. Entonces no vi en ella el gesto de compasión y piedad que seguramente tuvo.

Poco tardó luego la vida en curtirme y en hacerme más firme y decidido. Como cazador de amores imposibles fallé varios blancos, pero la experiencia me sirvió para afinar la puntería hasta tal extremo que en la primavera terminé saliendo con una chica, la primera, pasando por encima de otros rivales, que además de rivales eran amigos.

Mi corcho de inocencia estaba totalmente perdido y mi perspectiva de las cosas era muy diferente. No es que hubiese madurado, ni mucho menos, pero la pequeña crisálida que habitaba en mi, había salido ya transformada de su letargo, pero eso es otra historia.



v.m.j.a.
31 julio 2006

miércoles, octubre 17, 2007

3

Espera...¿qué hora es? Las 13:30h. Buff, mierda de resaca. Hacía tiempo que no me cogía una así... ¿Dónde acabamos? Ni idea, a saber. ¿La Fontana de Oro, tal vez? No recuerdo. El caso es que tampoco bebí demasiado. Bueno, sí, entre el vino de la cena, los licores, los Cutty con cola, y los sorbos de los vasos de los demás, a saber. Y además, los porros. Y encima, como siempre, sin comerme un rosco. Soy patético.

Joder, qué dolor de cabeza. ¿Es que no me bebí los tres vasos de agua correspondientes? No lo recuerdo bien, así que supongo que no. Estos martillazos en la sien... Bueno, me lo pasé bien. Nos lo pasamos bien. Aunque ya no estoy para muchos trotes como éstos, qué mierda. A ver si desayunando algo... uff, mi estómago. Mejor me ducho primero, así me quito de la piel toda la mierda que llevo encima: sudor, olor a tabaco, y semen. Siempre igual, al final llego solo a casa, totalmente fumado, totalmente bebido, o ambos, y con unas ganas de sexo, como si no hubiera follado en años. Y hala, a hacerme una paja. Que está muy bien y es muy sano, pero me deja una sensación de culpabilidad... supongo que la educación religiosa. Bah, es una gilipollez, a ver si de una puta vez supero mis traumas.

Ligar, siempre ligar. ¿Por qué los tíos le daremos siempre tanta importancia al sexo? También la educación, supongo. Las niñas, cuando salen, salen principalmente a divertirse. Los tíos, principalmente a ligar. Claro que ellas lo tienen mucho más fácil, si necesitan compañía hay un montón de tíos dispuestos a dársela. Deberíamos cambiar el mundo, equilibrarlo. La compañía nocturna es agradable, el cariño siempre es reconfortante. Te hace sentirte mejor. Seríamos mucho más felices, mucho más seguros, si no tuviéramos tanto miedo de expresar nuestro cariño. Y menos agresivos.

- Buenos días.

Miralles entró en la cocina. Con el pijama puesto y sin gafas, parecía un científico loco, con el cabello de punta y sin peinar.

- Buenos días. ¿Quieres un café?

- No, gracias, voy a tomar un zumo. ¿Quieres tú uno?

- Sí, gran idea. Tengo la cabeza que me va a reventar.

- No me lo creo.

Los dos sonrieron. Ambos compartían esa complicidad que se suele dar entre personas que tienen un mismo sentido del humor.

- ¿Dónde terminamos anoche? Estoy intentando recordar, pero no soy capaz.

- En la calle.

- Vale, me refiero a antes de venir para casa.

- En la calle. ¿No te acuerdas que nos echaron de un taxi, y nos quedamos tirados en la calle como dos gilipollas?

Joder, era verdad. Al salir del último bar, Miralles y yo fuimos a coger un taxi con dos chicas que habíamos conocido dentro. Todo parecía muy normal, hasta que al entrar en el coche una de ellas me dio un empujón que me hizo caer al suelo, encima de Miralles. Los dos contemplamos el taxi mientras desaparecía por las venas de la noche. Luego nos miramos y estallamos en risas, tirados por el suelo como unos diez minutos. Hasta que Joaquín salió del bar, nos hicimos un porro y nos vinimos para casa.

- ¿De qué os reís?

Joaquín acababa de entrar. Recordando la escena habíamos vuelto a empezar a reír, sólo que esta vez sin tirarnos por el suelo.

- De cómo nos dejaron tirados las dos pivas de anoche.

- ¿Y cómo fue?

- Te lo contamos anoche, antes de volver.

- Hicisteis como que me lo contabais. Estabais tan borrachos que no hacíais más que balbucear.

- Pues, que cuando salimos...

Miralles describió la escena. Se le da mejor contar historias que a mí. En general no se me da bien contar historias. Mis amigos se terminan aburriendo cuando les cuento algo que dura más de dos minutos.

Entre los tres reconstruimos la velada. Habíamos cenado en ‘Viento del Sur’, un restaurante de comidas del mundo, muy barato, que además destinaba parte de sus ingresos a distintas ONGs. Allí disfrutamos de la comida, el buen vino y la grata compañía de dos amigas de Joaquín, muy guapas y muy simpáticas, por cierto. Joaquín suele ir siempre bien acompañado, aunque no tiene pareja estable. Un alma solitaria, supongo. Como la de casi todos. Después, ya bastante contentos, comenzamos el desfile por los bares de la calle La Palma: La Vaca que Ríe Cuando da Leche, el Ombú, la Vía Láctea, el Tupperware... en alguno de ellos, las chicas nos abandonaron. Y entonces, comenzó la cacería. Bueno, exagero. Hace ya tiempo que descubrimos que si buscas ligue, lo más probable es que no lo encuentres y además te acuestes amargado, así que intentamos salir a divertirnos, sin pensar demasiado en el sexo contrario. Pero una cama solitaria es una cama muy fría, cargada con el peso de las noches que no fueron y las noches que no serán, así que siempre te acercas a alguna chica que te parece atractiva, con la esperanza de que será tu alma gemela, al menos hasta que despunte el alba. Kundera escribió que hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos cosas distintas; la primera es deseo, la segunda es amor. Estoy seguro de que muchos hombres de treinta para arriba, cuando salen ‘a ligar’, lo que buscan es lo segundo, pero están tan condicionados por el estereotipo de masculinidad que se centran toda la noche en conseguir lo primero. Como dije antes, el cariño siempre reconforta.

- Al final terminamos en La Palma de Oro, y vosotros ibais tan borrachos que Miralles, antes de entrar, tiró un porro recién hecho después de darle dos caladas. Y tú, Miguel, ni siquiera protestaste. Por cierto, muy buena música y muy buenas chicas. ¿No te acuerdas que estuviste hablando con una bastante tiempo? Se os veía bastante a gusto. ¿Qué pasó?

Intenté recordar esa parte de la noche. Entre brumas me vino a la memoria la imagen de una chica alta, de espalda ancha, con trenzas reggae y un piercing en la nariz. No recuerdo su nombre, no recuerdo la conversación que mantuvimos. Sólo recuerdo sus ojos, azules y verdes al mismo tiempo, limpios como el cielo de Menorca en un atardecer de septiembre, y de una tristeza profunda, melancólica y solitaria.

- No lo sé, sólo sé que estábamos hablando y de repente desapareció.

- Pues es una pena, porque parecía una tía interesante. ¿Qué hacemos hoy de comer?

lunes, octubre 15, 2007

LA LOCURA

Esta semana la locura ha ganado su batalla. Y ha sido una victoria justa. He estado encerrada, envuelta en legañas de sueños, ensetada de fiebre, empapada en el sudor de mi soledad. La mirada fija en el techo. La mirada fija en la pared. En la otra pared. En el suelo. Esquizófrenicos pensamientos que me hacían despertar con el miedo agarrado al corazón. El miedo al miedo. Vivo o sueño, no sé muy bien. No sé si han pasado horas o días desde que noté está agonía pensándome en el cuerpo; sacos de desamor oprimiéndome el alma. Eludiendo su presencia en mis ratos de lucidez tratando de leer, de comprender. No sé si es sueño o es realidad. Esta desidia ha tejido su hilo tan fino, aprovechándose de mi debilidad, que esta mañana ya no puedo salir de esta madeja, de esta tela de araña que me tiene en su interior de burbuja. Alzo una mano para intentar traspasarla, los sedosos y pegajosos hilos me cogen del brazo en cuanto las yemas de mis dedos empiezan a asomar por fuera. Lo retiro con las pocas fuerzas que me quedan y lo repliego contra mi cuerpo. Cierro los ojos con fuerza y pienso en él. En sus ojos negros, en su piel morena, en su negro y canoso pelo. En las veces que trepa a mi balcón y me araña la piel con sus caricias, me muerde los pezones hasta el placer-dolor, me penetra acompasadamente mientras sus escasos besos llegan a mi boca. Luego baja sigiloso por donde ha subido y desaparece en los albores del amanecer. Por las mañanas, envuelta en mi manta de esperanzas, me asomo al balcón con mi mejor sonrisa, por si me está viendo desde algún tejado, por si vuelve para robarme un último beso. Pero nunca sé cuando volverá. Una bola de fuego se enciende en mi sexo al recuerdo de su cuerpo desnudo encima del mío. Abro los ojos y creo divisar una sombra. Su sombra.

-¿Estás ahí?

-Sí, estoy aquí.

-Dame la mano.

Alargo mi mano para sentir la suya pero no llego a tocarla. Maldita tela de araña. Estallo en un grito que inunda de un fuerte eco mi jaula-burbuja. Salto, alzo los brazos y rompo la tela. Miro a mi alrededor buscándole pero la habitación esta vacía. Otra mala pasada de mi esquizofrenia. Me asomo al balcón.

-¿Estás ahí?

Una sonora carcajada por encima de mi cabeza.

-No, tú no. Vete, déjame sola.

La veo venir flotando en el aire, con su bello cuerpo desnudo, la cabellera le nace roja como el fuego y se le atornilla en tirabuzones de oro que caen sobre sus senos; su pubis níveo y sin vello. Sus ojos verdes, centelleantes por el éxtasis, me atrapan una vez más. No quiero mirarla, se que no debo mirar esos ojos, pero me atraen mágica, diabólicamente, y una vez más sé que es inútil resistirse. Me tiende la mano y se la agarro sin vacilar. Me alza en el aire, me sube bien arriba y con sus dedos bajo mi barbilla pone mis ojos a la altura de los suyos para apoderarse completamente de mi alma. Yo dejo que se la lleve. Me muerde el cuello, los labios, las muñecas.

-Ahh! Duele.

-Es que tiene que doler.

Noto como los regueros de sangre brotan de mis venas y resbalan rojos por mi blanco cuerpo. No sé donde estoy, siento que floto, que estoy suspendida en el aire, los tejados se divisan al fondo. Vértigo, náuseas, ganas de morir, ganas de reír. Creo que voy a perder el conocimiento y entonces le veo a él, veo sus ojos negros otra vez, que me miran tiernamente al tiempo que me dicen adiós, sin dolor. Mi amor se da la vuelta y siento que se va para siempre. Le veo alejarse y miro su nuca. Empecé enamorándome de su nuca. Los ojos se me abren, no puedo soportar verle marchar, y me encuentro de nuevo con los ojos verdes, de la que no deja de reír y disfrutar con mi agonía. Noto convulsiones, punzadas en mi cuerpo. Coloca su huesuda mano bajo mi cabeza, mete su lengua, jugosa por mi sangre, en mi oído y me susurra.

-Ya eres mía... Para siempre.

-No...no...sí, sííí

Estoy ya fuera de mí, no sé lo que me está pasando aunque en realidad creo que soy perfectamente consciente de lo que me ocurre. Me da un largo beso en los labios, me los lame, me mira ardiente y deseosa, está disfrutando de lo que acaba de conseguir. Violentamente me arroja en la dirección de la fuerza de la gravedad que me engulle en su viaje al centro de la Tierra. Oigo el crujir de mis huesos contra el suelo. Por primera vez voy a morir y no voy a ver mi muerte.

viernes, octubre 05, 2007

Alicia: el O(H)TP aplicado

- ¡Hola kike!

- ¡Hola! ¿Alicia?

- ¡Sí, soy yo! ¿Cómo estás?

- ¡Bien, bien, como siempre! ¡Qué guay escucharte! ¿Qué tal tú, sigues por Almería?

- Sí, sigo por allí, pero ahora estoy en un curso en Toledo. Es hasta el miércoles, pero en el trabajo he dicho que es hasta el jueves, para quedarme un día más. Había pensado en acercarme a Madrid a verte.

- Claro, mujer, gran idea.

- ¿Puedo pasar la noche en tu casa?

- Por supuesto. No esperaba menos.

- Tengo muchísimas ganas de verte.

- Sí, yo también.

Llegó por la noche, así que quedamos directamente en el metro de Tirso de Molina. Alicia y yo nos habíamos conocido en un cámping en el Cabo de Gata, un par de meses antes. Yo había bajado con un amigo, ella con una amiga, plantamos la tienda, os echamos una mano, jí jí jí, já já já, yo soy kike, yo Alicia, y anduvimos juntos un par de días. No pasó nada en sí, pero hubo muy buen rollo, así que no me sorprendió mucho que me llamara estando cerca de Madrid.

- ¿Qué tal el viaje?

- Bien, gracias. Toledo está muy cerca, ¿no?

- Sí, muy cerca. Mi casa está muy cerca también, si te parece dejamos tus cosas y luego vamos a comer algo por ahí.

- De acuerdo.

Dicho y hecho. Dejamos sus cosas en casa y salimos por el barrio. Pincho en La Tomasa, mojito en el Delict, copa de vino en el Vara Vara, un rato al Marula, paso esporádico por el Contra Club. A la 1 nos fuimos a casa y nos preparamos un té con velas en el salón.

- Ali, yo me voy a acostar, he tenido una semana muy dura y mañana trabajo.

- Sí, claro, no te preocupes. ¿Dónde duermo?

- Pues, aquí en el salón hay varios colchones, elige el que quieras.

- Pero aquí en el salón, no sé... ¿no pasa gente?

- Bueno, sonreí, si quieres podemos meter uno de los colchones en mi habitación.

- ¿Tu habitación es ésa de la cama tan grande?

- Sí, la del colchón inmenso.

- Bueno, a mí no me importa que durmamos juntos.

- Pues por mí, perfecto.

Entramos a mi habitación. Me quedé en calzoncillos y me acosté. Alicia se quitó la ropa despacio, se quitó el sostén, apagó la luz y se metió en la cama. Pegó su cuerpo semidesnudo al mío y me besó. Y la noche se nos quedó corta.

A la mañana siguiente se volvió hacia mí, me miró muy seria con sus grandes ojos negros y dijo:

- Oye, tú esto... lo tenías planeado desde el principio, ¿verdad?

Camden Town, London

Ahora mismo estoy en Camden Town, tomando un Arabian Jasmine en un restaurante fashion. La decoración es japonesa y la música muy moderna (funky drum chill, o una mezcla de ésas). Enfrente hay un grupo de unas quince personas bebiendo champagne, igual pertenecen a alguna compañía de teatro, o a alguna serie de televisión. He subido buscando un poco de tranquilidad, un asiento cómodo donde descansar y una taza de té caliente con la que recuperar fuerzas y no quedarme dormido, pues es la hora de la siesta. Me senté pero nadie vino a atenderme, miré la carta pero no había tés. Por fin pasó un chico vestido totalmente de negro, le hice una seña y se acercó. '¿Un té, por favor?'. '¿Qué clase de té?'. 'Er... no sé, cuáles tienen? He mirado en la carta y no aparecen'. '¿No? Déjeme mirar... Vaya, pues deberían'. 'Quizás en la otra, espere, sí, aquí están'. 'Disculpe, deberían aparecer en esta también'. Al final me he decidido por el Arabian Jasmine. Lo trae el mismo chico en una jarrita de cristal transparente. Me dice que si se lo permito, al té me invita él. 'Thank you very much', respondo. Cuando voy por la mitad de la jarra le llamo de nuevo. 'Disculpe, ¿podría traer algo de azúcar, por favor?'. 'Por supuesto', contesta. 'Y le voy a volver a llenar la jarra, si no va a saber muy amargo'. 'Gracias', repito de nuevo. Y cuando regresa, 'Está siendo muy amable conmigo'. 'No se preocupe, es la vida. Primero soy yo el amable, luego lo es ustéd, y así'. No sé si se referirá a algo en concreto, pero me da igual. Cuando la gente es positiva, me mola. Me ha puesto de buen humor.

jueves, octubre 04, 2007

UNA MAÑANA EN EL SKALARIA

Martes por la mañana, paseo por la Gran Vía de Madrid dejándome envolver por el ambiente que le da la luz del día, tan diferente del que le da la oscuridad de la noche; tan vitales e interesantes ambos. He quedado para comer con una amiga que está como loca porque se casa en unos meses y quiere presentarme a su futuro marido. Es curioso que me haya invitado a la boda cuando apenas si la he visto en los últimos años y ni siquiera conozco a su chico. Por lo visto son inseparables y a ella ya no le apetece quedar con nadie que no sea él. A menudo la gente comete el error de dejar a sus amigos a un lado para dedicarse a tiempo completo a sus parejas, y luego, cuando la relación se rompe, se encuentran con que se han quedado solos. En fin, camino por la calle Montera, observo a las putas y a sus presuntos clientes. Parece que trabajen 24horas. La luz del día hace su trabajo más duro, bajo las sombras de la noche les debe resultar más fácil.

Tengo ganas de ver a Susana, de charlar con ella como hacíamos antes de que se echara novio, pero sé que el tema de conversación durante toda la comida se centrará en su vestido blanco que ahora no la convencerá, en sentar o no a fulanito en la misma mesa que a menganita, en si el menú es el adecuado...Me invade un tremendo hastío de pensar en la pérdida de tiempo de preparar un bodorrio, de charlar sobre algo que me interesa tan poco, con la de temas interesantes de los que podríamos disfrutar durante la comida, ¿o será que ya no nos quedan y por eso la vida nos ha separado tanto? Puff, necesito coger energías antes. Decido ir al Skalaria un rato, tomar un buen té, fumar un porrito y leer la revista que publican cada mes. El Skalaria, tan concurrido y ruidoso por la noche, es un bar tranquilo por las mañanas donde apenas si somos cuatro personas ensimismadas en nuestras lecturas. Entro por la puerta y me dirijo a mi mesa preferida, la del rincón al lado del ventanal. Ya estoy saboreando mi momento cuando veo que un chico va en la misma dirección Mierda, me va a quitar la mesa Acelero el paso pero está visto que él llega antes. Se da la vuelta para mirarme.

- ¿Te ibas a sentar aquí?

- Eh,...sí, pero no pasa nada, me siento en esta de al lado

- A mí me da igual una que otra...

- Ah, pues si te da igual acepto la oferta...es que es mi mesa preferida en este bar

- Siéntate tú entonces, yo me siento en la otra, me estoy terminando un libro y es de eso que estoy tan metido dentro que me voy a olvidar al instante de donde estoy sentado

- Gracias.

Mientras nos sentamos, me pongo a mirar de reojo el libro que está leyendo “Primavera con una esquina rota“. Vaya, que buen libro.

El camarero se puso en medio de los dos y me preguntó que quería.

- Un té moro y un trozo de tarta de chocolate.

Noto que el chico me mira por detrás del cuerpo del camarero mientras pido. Es su turno y le oigo pedir:

- Un té moro y un trozo de tarta de chocolate.

Sus ojos son negros, profundos, interesantes...No dejan de mirarme.

-No es que me hayas dado envidia, es que es lo que suelo pedir siempre.

Me sonríe, tiene un colmillo que sobresale por el resto de los otros dientes y queda mordisqueando ligeramente el labio de abajo. Qué chico más atractivo. La coincidencia pica mi curiosidad y le comento:

-Primero la mesa, luego el té y la tarta...y además me he leído “Primavera con una esquina rota“ la semana pasada...parece que tenemos gustos parecidos...

Se mete la mano en el bolso, saca una cajita de madera y la abre para enseñarme lo que lleva dentro: marihuana, papelillo y mechero. Me echo a reír.

-Toma, hazte uno...que seguro que era con lo que ibas a acompañar el menú...

Su voz suena muy masculina y dulce, combinación perfecta. Nos reímos y charlamos un rato mientras nos deleitamos con la trilogía de sabores. El cuarto placer, su risa, me hace flotar en el Skalaria.

-Voy a tener que ir al baño. Decimos los dos a la vez, y nos echamos a reír. Estamos fumados, embriagados por la magia del humo que aparece reflejado por el sol. Nos levantamos y bajamos las escaleras hacia los servicios. Giro el pomo del de chicas pero está cerrado.

-Ups, tengo que subir a pedir la llave.

-Entra en el de tíos si quieres, te espero.

Entro a mear, me siento muy bien. Decididamente me encantan las mañanas de los martes. Salgo y sonrío a mi desconocido compañero de la mañana. Está apoyado en el lavabo, hay poco espacio para pasar entre él y la pared así que nuestros cuerpos se rozan. Él posa ligeramente su mano sobre mi cintura mientras paso y mi cadera nota el volumen en reposo de su entrepierna. Nos miramos y me dice:

-También ahora te apetece hacer lo mismo que a mí.

-Sí .Respondo sin pensar.

Me pasa una mano por la nuca, con la otra me rodea toda la cintura y me da un tierno y jugoso beso. La atracción y la química llenan el ambiente al instante. El volumen de su rabo había aumentado y lo noto a la altura de mi ombligo, mi tanga se está humedeciendo a cada movimiento de nuestros cuerpos. Sus manos bajan por mi culo y llegan a mis muslos, las siento subir ahora por debajo de mi vestido. Van avanzando por su cara interior muy despacio hasta detenerse en la tela del tanga. Con la otra mano me saca una teta por encima del sujetador y comienza a chuparla. Retira el tanga a un lado y me roza con sus dedos. Ahh! Se resbalan por todo mi clítoris, juguetean con él, hasta bajar y meterse dentro de mi sexo. No puedo dejar de besarle, de agarrarle el culo con fuerza, de lamerle los pezones. Le quito los pantalones, le manoseo la polla por encima del calzoncillo mientras sus dedos no dejan de buscar y acariciar mi entrepierna. Me baja el tanga arrodillándose un poco y mordisqueando mi tripa. Me arrincona contra la pared, me levanta y abrazo su cintura con mis piernas. Es alto, fuerte, muy moreno, me resulta muy atractivo. Coloca la punta de su polla en mi clítoris y moviéndola muy suavemente la mete un poco dentro de mí. Paramos por un momento de besarnos, chuparnos y tocarnos, nos miramos a los ojos. Cojo mi bolso y saco un condón, al contrario que quitarme el rollo, la interrupción me pone más cachonda, la idea de sentirle dentro en unos instantes me hace desearle más. Muerdo la envoltura mirándole llena de deseo, le cojo la polla y comienzo a meneársela suavemente, le enrollo el preservativo y recorro toda su longitud. Tiene una buena polla. Nos besamos de nuevo, me siento encima de la mesa de mármol del lavabo, coloca su cuerpo entre mis piernas, coge mi cara con una mano, desliza su dedo pulgar hacia mi boca, acaricia mis labios, le cojo el dedo con mi lengua y se lo empiezo a comer ansiosa. Se agarra el miembro con la otra mano y lo deja justo en mi sexo para luego, cogiéndome de los hombros, empujarlo hacia dentro lentamente y sentir cómo entra; grande y duro. Los suaves movimientos de nuestros cuerpos comienzan a ser más rápidos, mis pies hacen fuerza contra la pared y mis manos se agarran al borde del mármol. La violencia de nuestros movimientos, de nuestros sexos golpeándose uno dentro de otro, hace que la mesa se tambalee. Paramos. Me incorporo y noto como su polla se sale. Ahh. Me giro rozando mi culo con su cuerpo, con su miembro erguido. Me inclino sobre el lavabo, mi cara frente al espejo, la suya también, y le muestro mi culo, mi sexo pidiéndole ser penetrado. Siento de nuevo su polla dentro de mí y gemimos los dos de placer. Alarga una mano para deslizar sus dedos en mi clítoris. Miro sus ojos a través del espejo que siguen el movimiento de mi teta saliendo por fuera del sujetador. La intensidad que precede el orgasmo aparece, cierro los ojos, se escucha el golpetear de mi colgante contra el espejo, el golpeteo rítmico de nuestros sexos chocando, ese sonido hueco acompañado por el de la mezcla de fluidos. Abro los ojos, nuestras caras están llenas de placer, de deseo. Una pequeña convulsión me agita, me voy a correr. Gimo más intensamente mientras él se muerde el labio con su colmillo, mira mi espalda, mi cintura estrecha que se ensancha en unas grandes caderas; su movimiento. Pongo mi mano sobre la suya que sigue acariciando mi clítoris con rápidos movimientos, la aprieto un poco, acelero el ritmo de mis caderas y me corro, aprieto fuertemente las piernas mientras sigo moviéndome cada vez más rápido, oigo su voz, distingo los gemidos precedentes a la salida del semen. Se dobla sobre mí, me abraza por el pecho y me da un beso en la espalda mientras las convulsiones orgásmicas agitan nuestros cuerpos. Permanecemos así unos segundos, y entonces alguien intenta abrir la puerta del baño. Mi desconocido amante cierra rápidamente.

-Un momento. Grita.

Me incorporo, su miembro relajado sale de mi interior. Busco mi tanga mientras él se viste. Nos damos un beso. Un espasmo orgásmico me recorre el cuerpo y aprieto las piernas. Me mira y sonríe. Me sube el vestido, se arrodilla con su cara a la altura de mi coño, retira el tanga con un dedo y siento la punta de su lengua en mi clítoris empapado, Me lo lame increíblemente bien unos segundos y me corro en sus labios, en su colmillo tan sexy. Le cojo la cabeza entre las manos y le levanto. Nos damos un beso con el sabor de mi sexo. Nos abrazamos y golpean en la puerta.

-Ya va. Dice con su voz tan dulce y tan masculina. Oye, yo voy a entrar a mear, que al final me has entretenido y...¿Me esperas arriba?

Salgo del baño sonriéndole. El chico que llama a la puerta me mira y me da la risa, estoy fumada y muy satisfecha.

Una vez arriba los dos, sentados en la misma mesa (en mi favorita), charlamos y reímos durante un buen rato. Miro la hora y veo que tengo que irme a comer con mi amiga y su futuro marido.

-Bueno, tengo que irme, he quedado para comer....no sé, si eso nos vemos otro día por aquí.

-Me podías dar tu teléfono y quedamos.

-No sé... casi prefiero dejarlo así...ha estado muy bien, no vayamos a estropearlo...si nos volvemos a ver estupendo, pero lo de darnos los teléfonos y quedar...no sé...

-Mira que eres rara... Ha sido un polvo de puta madre...y antes de eso nos hemos reído mucho...

-Sí, ha sido una buena mañana... Yo que sé, no me mires así, acabo de echar un polvo con un desconocido en el cuarto de baño y creo que prefiero que sigas siendo un desconocido...no quiero saber ni tu nombre, ni a que te dedicas, ni ninguna otra cosa poco interesante de tu vida que cambie la magia de este día...

-Está bien...bueno, espero que nos volvamos a encontrar un día de estos...

-Seguro.

Nos damos un abrazo y un pico, nos sonreímos. Salgo del bar y los pitidos de los coches me devuelven a la realidad. Camino hasta el restaurante pensando en que igual he sido una gilipollas por no haberle dado el teléfono, a lo mejor era un tío de puta madre. En fin, ya estaba dicho...y hecho. Mi sonrisa debe ser grande porque la gente me mira. Sí, acabo de echar un polvazo. Entro en el restaurante con un humor excelente, ahora si que tengo energías para aguantar el tema menú de bodas. Susana ya estaba allí.

-¡Qué sonriente vienes! ¿Qué tal estás?

-Muy bien y ¿tú? Si te cuento lo que me ha pasado...pero mejor luego, ahora la que tiene que contar eres tú, ¿estás muy enamorada o qué?

-Sí, la verdad es que sí. Es un tío de puta madre...Estoy histérica con la boda, no veas los preparativos que hay que hacer, no tengo tiempo de nada...

Estoy preparada para pasar una comida escuchando y asintiendo con la cabeza, además, se ve a Susana tan emocionada que da gusto escucharla. Pedimos vino y brindamos. Miro por los cristales a la calle, hace un día estupendo. Susana saluda a alguien con la mano.

-Mira, ya está Borja aquí. Ya verás, te va a caer fenomenal.

Me giro para recibir al susodicho con mi mejor sonrisa y allí está Borja, el mismo con el que acabo de follar en el cuarto de baño. No sé a quién de los dos se le descompone antes la sonrisa. Nos damos dos castos besos. Increíble, menudo capullo. Susana le abrazaba tiernamente. Ésta si que va a ser una comida tensa. Susana no para de hablar toda sonrisa, su cara iluminada por el amor. Borja y yo apenas pronunciamos síes y noes. Me imagino su rabo duro penetrándome, mezcla de excitación y asco. Con lo contenta que me hubiera ido a casa sin haber vuelto a saber nada de él, imaginando que había follado con un tío perfecto, la idea romántica me hubiera acompañado algún tiempo durante ensoñaciones y masturbaciones. Ahora sólo quería gritar lo hijo de puta que me resultaba por haberme implicado en una infidelidad con una amiga. ¿Cómo iba a ocultárselo a ella? ¿Cómo decírselo? Mi tanga todavía estaba mojado. Mi sexo todavía tenía pequeñas convulsiones. Llegó el momento en que el vino hizo sus estragos y Susana nos dejó solos para ir al servicio.

-Ves cómo era mejor ser unos desconocidos...tienes un nombre espantoso. Intenté bromear.

-Oye, no puedes decirle nada a Susana, nos vamos a casar...y yo la quiero...

-No me vengas con rollos, o se lo cuentas tú o lo hago yo...elige.

Puso su mano sobre la mía, la misma que me había llevado al orgasmo, la misma que acababa de pasar por la cara de mi amiga. Me miró con sus preciosos ojos negros, acercó la rodilla por debajo de la mesa a mi entrepierna.

-Por favor, es mejor que no se entere...

Una parte de mí deseaba restregarse contra su rodilla, otra me hacía odiarle por lo que le había hecho a Susana. Bebí de un trago mi copa casi llena y la volví a rellenar. Corté por lo sano.

-Me voy, te dejo con tu chica y espero que se lo cuentes...de otra manera se lo contaré yo y será peor...

Me desprendo de su mano que intenta agarrarme, y me levanto sin mirarle. Salgo del restaurante con ganas de reír y llorar al mismo tiempo. ¿Qué hubiera pasado si le hubiera dado mi teléfono cuando aún era un desconocido y no le hubiera visto hasta el día de la boda? ¿Hubiéramos sido amantes hasta ese día?

Paseé sin parar hasta que se hizo de noche, pensando en la de cosas que pueden pasar un martes por la mañana y cambiar la vida de alguien. Pensando porqué la felicidad de unos se convierte a veces en la desdicha de otros. En cómo un buen polvo con un desconocido pasa a ser una infidelidad. En la libertad de actos de estar soltera. En la responsabilidad que conlleva tener pareja... Pienso, en fin, en mi vida y en la de Susana. Y en medio de mis pensamientos no puedo dejar de ver el colmillo de Borja clavándose sobre su labio, humedecido por mi sexo.

lunes, octubre 01, 2007

Hace tiempo que no leo a Proust

Y lo estoy notando. Todo empezó unas navidades de hace algunos años. Acababa de leer un libro de Francisco Umbral (creo que es el único libro suyo que me he leído, aunque me gustó mucho) titulado Mis mujeres. En él entrevistaba y reflexionaba sobre distintas mujeres conocidas de la época, y entre ellas se encontraba Ana Belén. Una Ana Belén de veinte años que leía a Proust. Fíjate, pensé, que llevo tiempo queriendo leer a este tío, y ahora leo una entrevista de hace treinta años y aparece su nombre. Así que se lo comenté a una amiga, y esas navidades Baltasar me trajo el primer volumen de la heptalogía En busca del tiempo perdido, titulado Por el camino de Swann.

Al principio fue horroroso, no había por dónde cogerlo. Por aquella época tomé la costumbre de leer varios libros al mismo tiempo, y me apliqué a dicha tarea con más ahínco aún. Es que era lentísimo. Qué digo lento, simplemente no sucedía nada. Muy aburrido. Muy contemplativo.

Afortunadamente, como he comentado, iba alternando diferentes lecturas, y a Proust le iba dando cancha de vez en cuando, encuentros breves, pero frecuentes. Aprovechaba los desplazamientos cortos, en metro o en autobús, para leer unas cuantas páginas. Me gustaba su estilo, pero me aburría mucho. Párrafos interminables sobre luces, recuerdos y sensaciones; frases que ocupaban páginas enteras... vosotros ya me entendéis. Cuando iba por la mitad del libro creí descubrir por qué no había contado nada hasta ese momento. Normalmente, una novela dedica su primera parte a describir los personajes y sus situaciones, luego viene el nudo, y finalmente el desenlace. Haciendo un cálculo subjetivo, digamos que a la descripción se le suele dedicar un 15-20% de la novela. Pues bien, más o menos a la mitad de Por el camino de Swann, Proust, creo que hablando de Gilberta Swann, comenta someramente una situación que describirá con más detalle 'en uno de los libros posteriores'. Es decir, que el tío ya sabía a priori que iba a dedicar varios volúmenes a su historia. Y haciendo un cálculo rápido y tomando por buenos los porcentajes de los que hemos hablado, como mínimo iban a ser cinco, si todo ese primer libro lo dedicaba a descripciones.

Así que me armé de paciencia y todo continuó igual hasta cierto día que cogí un cercanías para ir a Tres Cantos. Estaba leyendo un párrafo interminable sobre la luz que, a cierta hora del mediodía, se reflejaba en el campanario de Batenville, y dividiendo su esencia en distintas tonalidades, a veces anaranjadas, a veces, ocres, caía de nuevo sobre las gotas de rocío que mantenían su precario equilibrio entre las verdes hojas de los árboles a los que aún no había atacado el otoño, permitiendo a su vez que miríadas de ruidosos insectos... Insoportable. El tren paró, miré por la ventana y ahí estaba: la luz que caía en tonos anaranjados y ocres sobre las gotas de rocío que aún mantenían su precario equilibrio... Me quedé embobado. Y aún observé algo más: el contraste entre las zonas del árbol donde el sol se reflejaba de forma directa y sus sombras. Fue una revelación.

Desde entonces sigo leyendo a Proust, siempre a ratos, por supuesto. Afortunadamente, hacia el final del primer libro y en los subsiguientes tomos se hace más entretenido, en parte porque por fin suceden cosas, en parte porque las descripciones que realiza son más bien de caracteres y comportamientos. Y en este sentido Proust es un maestro, además de ser un tío muy divertido. Por otra parte, el hecho de ser tan contemplativo tiene un efecto tranquilizante sobre mí que, cuando llevo un tiempo sin experimentar, echo mucho de menos, como ahora. Así que en breve retomaré el quinto tomo, La prisionera, el cuál llevo leyendo desde hace aproximadamente un año, y me sumiré de nuevo en el ritmo pausado, el análisis psicológico de los personajes y la contemplación de las relaciones sociales en el París de finales del siglo diecinueve. Eso sí, en pequeñas dosis.

Las cosas de Coque

Es sábado por la mañana y en la ferretería se respira un ambiente muy distinto del resto de la semana. Hoy hay poco trabajo y me dedico a ayudar al jefe de almacén a comprobar los últimos pedidos que han llegado. Así salgo también de la rutina diaria de papeles y cuentas que me encierran en la oficina durante largas horas.

Estamos ya todos los que nos toca trabajar. Los sábados hacemos turnos y viene solo la mitad de la plantilla. Bueno, todos... no. Falta Coque, pero ese va a siempre a su rollo.

Coque es el mozo de almacén y tiene diecinueve años. Es bajo, algo barrigón y un poco corto de entendederas. Va de modernillo, con sus pantalones anchos y caídos, camisetas ceñidas que acentúan su tripa, y unas zapatillas deportivas de gran tamaño que lleva siempre desatadas. Su pelo, castigado por mil productos del todo a cien, de dudosa procedencia, está cortado de forma extravagante, con puntas en rubio platino incluidas. Está colgado por los coches y anda todo el día viendo revistas de automoción. Tiene un carro de enésima mano, pintado por él mismo en colores chillones y tuneado de baratillo, a base de piezas sobrantes que ha ido pillando en diversos desguaces, donde es muy conocido.

Pasan de las nueve y media cuando le vemos llegar en su destartalado y esperpéntico coche, con la música tan alta que retumba hasta el suelo. Algún día se quedará sordo del todo. Aparca dando un volantazo a escasos centímetros del flamante Fort Focus recién comprado del jefe de almacén, que al verlo sale alarmado, pegando unos chillidos tremendos:

- ¡Coque, estás gilipollas! ¡Casi le das a mi coche!....

Coque mira a través de sus gafas de sol, con cara de estar ajeno a los espavientos del jefe de almacén. Se baja tambaleándose un poco y balbucea unos buenos días casi inaudibles. Me hace mucha gracia ver el panorama.

Coque entra en el almacén y se sienta en las escaleras de la derecha. Emana vapores de alcohol por todos sitios. Se quita las gafas de sol y deja al descubierto unos ojillos pequeños y enrojecidos. Huele a tabaco, a garito de mala muerte y a vómito. Antes de hablar pega un sonoro eructo...

- Joe, que marcha...
- Lo primero es dar los “buenos días” - le digo conteniendo la risa que me provoca la situación – y lo segundo es que llegas media hora tarde. Seguro que ni has dormido.
- No, pero estoy bien, de verdad....
- Claro, y casi te cargas el coche nuevo de Luis.
- Tíos – nos dice, pasando de mi reprimenda mientras se pone en pie – Ayer ligué con una tía que está buenísima y por eso he llegado más tarde. La he acompañado a casa y “to”.
- Coño, el Coque con una tía, no me lo puedo creer – Ironiza Carlos, que estaba observando todo desde el mostrador.
- Sí.... ¡y tiene unas tetas enormes!
- Vaya, ¿eso es lo único que te importa de una tía?- le reprime – ¿Sólo quieres que tenga unas tetas grandes?. Es que no te importa que sea simpática, agradable, buena persona.... no sé, que tenga buenos temas de conversación...
Coque, le mira muy extrañado y sentencia:
- Es que ésta habla y “to”.

Me imagino la moza en cuestión. Para estar con Coque debe tener unas anchísimas tragaderas o estar desesperada, cosa que pongo en duda en un chica joven. Además me hago una idea de la situación en la que se produjo el acercamiento y concluyo que o bien la chica estaba en un estado de embriaguez cercano al coma etílico o su coeficiente intelectual está muy por debajo del coeficiente del Coque, que ya es tirar por lo bajo.

Mando a Coque que monte unas estanterías y sigo comprobando el pedido con Luis, que aún no ha superado el susto de ver como el zarrioso coche de Coque casi se empotra contra el suyo.

Va pasando la mañana muy tranquila. Voy a buscar a Coque donde lo dejé con la diez-once en la mano. Me lo encuentro tirado en el suelo, y me asusto al principio. Pero al acercarme veo que está dormido como un angelito. Las cuatro baldas que ha montado en la estantería están visiblemente torcidas. Llamo a Luis y a Carlos para que vean el panorama.

Luis no se anda con contemplaciones y lo despierta de un puntapié... Coque se espabila y se incorpora, y sin decir nada, se pone en pie y sigue con el trabajo.

v.m.j.a.