miércoles, junio 27, 2007

Monicca (I)

Lo malo de encontrar
el amor verdadero
es que luego
cualquier otra cosa
te parece insustancial.

Lo malo de encontrar
el amor verdadero
es que después
conoces chicas interesantes,
incluso atractivas,
pero que no te dicen nada.

Lo malo de encontrar
el amor verdadero
es que te sientes tan vivo,
desprendes tanta luz
que todo el mundo lo percibe,
la gente se siente atraída,
intenta seducirte,
pero tú lo único que quieres
es estar solo.

Lo malo de encontrar
el amor verdadero
es cuando se acaba.



- Estoy en La Casa de Granada, con unas amigas.

La voz de Merteuil sonaba sugerente, a las 7 de la tarde de un domingo cualquiera en el centro de Madrid. Llevaba todo el día en la oficina y me apetecía dar una vuelta para despejarme un poco. Y un fin de noche compartiendo vinos con la marquesa y sus amigas resultaba una propuesta imposible de rechazar.

- No os mováis, estoy en veinte minutos.

Me acerqué caminando al bar, junto a la plaza de Tirso, al tiempo que el sol se ponía en el horizonte. Merteuil estaba bebiendo cerveza y fumando algún porro que otro. Me pedí un tinto con limón.

- ¿Qué tal el día?

- Cansado. Pero vengo muy vital.

Así me sentía yo: vital. Tenía la sensación de que me podía comer el mundo, que toda la energía del universo se concentraba en mí.

- ¿Habéis hecho algo el fin de semana?

- Nada, lo de siempre.

Pedimos otra ronda de cervezas y tintos, pero el bar estaba cerrando. Así que nos fuimos al Máximo, en Lavapiés. Allí pedimos más cervezas, y yo me pasé al tinto a secas.

- Te veo bien.

- Ya te digo que vengo muy vital.

Seguimos bebiendo. La conversación transcurría sin sobresaltos, con muchas risas, y las rondas se acumulaban en la barra. Empecé a notarme algo mareado.

- ¿Has leído los últimos comentarios en el blog?

Una pareja entró en el bar. Se sentaron en una mesa al lado de la puerta. Me fijé en la chica. Vaya, pensé.

Ella se dio cuenta de que la miraba, sonrió, e hizo gesto de arreglarse el pelo.

Vaya, volví a pensar, y sonreí a mi vez.

Seguimos bebiendo vino, y mirándonos de vez en cuando. Lástima de ir borracho, no me gustaría meter la pata. Bueno, lo que tenga que suceder, sucederá.

- ¿Te quieres hacer un porro? Me estaba costando vocalizar.

- Bueno.

¿Había anochecido ya?

- No tenemos papel.

- Espera.

Me levanté con decisión, aunque con poco equilibrio, sabiendo a quién se lo iba a pedir. Me acerqué a la mesa de la esquina y mirando a la chica a los ojos les pregunté si tenían papel.

- Espera un momento.

Rebuscó en su bolso y sacó un librillo.

- Toma dos, para luego, me dijo sonriendo.

- Muchas gracias.

Volví donde Merteuil y le di uno de los papelillos. El otro me lo guardé de recuerdo. Al rato me acerqué a la barra y pedí papel y bolígrafo. Dividí el folio en dos, anoté un par de cosas y me volví a acercar a la pareja.

- Tomad, esto es la dirección de un blog que tenemos con unos amigos.

- Ah, gracias.

- ¿De qué es, de cine, de fotografía...?, preguntó él.

- No, qué va. Son escritos, un poco de todo, poesía, relatos cortos... cada uno escribe lo que le apetece.

- Gracias, repitió ella, y volvió a sonreír. Qué ojos más bonitos, pensé. Volvía a ser consciente de que andaba bastante borracho.

- ¿Cómo te llamas?, me preguntó.

- Enrique. ¿Y vos?

- Yo me llamo Monicca. Encantada.

Tenía un leve acento extranjero. Nos dimos dos besos. Me gustaba su olor.

- Hola, yo soy Enrique, dije tendiendo la mano hacia el chico.

- Qué tal, yo soy Pablo.

- ¿De dónde eres, Monicca?

- Soy italo-asturiana. ¿Y tú, eres argentino?

- No, de Badajoz. Sonreí adivinando el origen de la confusión entre el vos argentino y el voseo heredado de mi tiempo en Cali.

- ¿Cómo?

- De Badajoz, Extremadura. Esto es Portugal, esto es Andalucía, aquí está Extremadura y esto es Badajoz, expliqué, al tiempo que dibujaba un mapa imaginario en el aire.

- Pues gracias por la dirección. Ya le echaremos un vistazo.

- Es http://revistavicaro.blogspot.com. Os he apuntado también mi mail, por si queréis comentarme algo.

- Vale. Volvió a sonreir. Qué ojos más bonitos.

- Pues nada, a ver si nos vemos pronto.

- Seguro.

La noche no dio para mucho más. En un momento dado las amigas de Merteuil se fueron y nos quedamos ella y yo solos. La parejita seguía a lo suyo, hasta que una vez que pedí otros dos vinos, sentí un leve toque en el brazo.

- Enrique, creo que eso es tuyo.

Me volví y era Monicca. Sonreía. Dios, ¿es que nunca paraba de sonreír? Y esos ojos...

- Gracias, balbuceé como pude recogiendo los dos vasos de la barra.

A ver si consigo centrarme un poco y les digo a Monicca y a Pedro que se unan a nosotros, pensé en un momento de lucidez. Pero ya era demasiado tarde. Al levantar la vista desaparecían por la puerta del bar.

La marquesa y yo seguimos hasta tarde de bares y de confidencias. De madrugada nos arrastramos hasta la cama. Me desnudé y me dormí pensando en que acababa de conocer a un ángel.

(Fin de la primera parte)

lunes, junio 18, 2007

GOOOOOOOOOL!

Son más de las nueve. Ha sido un domingo deprimente. Me he pasado el día poniendo un examen.
Mi madre telefonea, me dice que el Madrid pierde. Me cago en la puta. En fin, debía haber ganado la semana pasada, de no ser por el penalti que no se pitó y la mano del minimaradona que no se vio. Bueno, o eso dijo el árbitro.
Pasa el tiempo. La primera parte termina. Lo veo en el periódico, que actualiza cada minuto la información.
Prefiero no mirar. Total, es una soberana tontería ponerse nerviosa por un partido de fútbol.
Además, yo soy del Madrid por herencia familiar. En fin, que le den, que va a empezar "Sin rastro".
...
...
Mi vecino está gritando, le oigo, dice: "Goooooool". Miro el periódico. Joder! Hemos empatado. Pongo la radio. ¡Qué tío! ¡Se va a asfixiar!
Me agobian los locutores de radio, y... ¡Goooooool! Llamo a mi madre, esta vez estoy gritando yo, no mi vecino.
Comparto la alegría con mi madre, mi padre está en el bar.
Mi vecino grita de nuevo ¡Gooooool! Es el tercero. Las primas no han valido para nada. El Madrid gana, en el último suspiro, emociante. Amazing! Ya van 30 ligas.
Se va Beckam, con lo bueno que está. Lástima.

De revolutionibus #1 - The Heart of Understanding

The Heart of Understanding (Thich Nhat Hanh)

(Lo tenía en inglés, cuando pueda lo vuelvo a editar y pongo también la versión en castellano, es una auténtica maravilla, besos)

If you are a poet, you will see clearly that there is a cloud floating in this sheet of paper. Without a cloud, there will be no rain; without rain, the trees cannot grow, and without trees we cannot make paper. The cloud is essential for the paper to exist. If the cloud is not here, the sheet of paper cannot be here either...

If we look into this sheet of paper even more deeply, we can see the sunshine in it. If the sunshine is not there, the tree cannot grow. In fact, nothing can grow. Even we cannot grow without sunshine. And so, we know that the sunshine is also in this sheet of paper. The paper and the sunshine inter-are. And if we continue to look, we can see the logger who cut the tree and brought it to the mill to be transformed into paper. And we see the wheat. We know that the logger cannot exist without his daily bread, and therefore the wheat that became his bread is also in this sheet of paper. And the logger's father and mother are in it too...

You cannot point out one thing that is not here -- time, space, the earth, the rain, the minerals in the soil, the sunshine, the cloud, the river, the heat. Everything co-exists with this sheet of paper... As thin as this sheet of paper is, it contains everything in the universe in it.

sábado, junio 16, 2007

Feminismo: el gran triunfo del machismo

Es cierto que a lo largo de los tiempos han existido profundas desigualdades e injusticias que, con más o menos acierto, se han corregido: racismo, xenofobia, prohibición del voto a causa del género, persecución de la homosexualidad...
Afortunadamente, hemos superado una buena parte de estos problemas, al menos en lo que llamamos Occidente. Fruto, principalmente, de las ideas liberales de la Ilustración, donde el ser humano se reviste de una serie de derechos que sólo tienen como límite los derechos de los otros, su bienestar y la ley. A eso se le llamó Estado de Derecho.
En un Estado de Derecho se supone que todos somos ciudadanos con las mismas oportunidades, libertades y deberes, independientemente de nuestro género, condición sexual, raza o religión. Hasta aquí todo parece perfecto.
Es evidente que no todos los ciudadanos aceptan las reglas del juego, sigue habiendo gente que es racista, xenófoba, homófoba o misógina, y sin llegar a tanto, es cierto que todavía hay dosis de machismo que llevan a ciertos hombres a pensarse superiores a las mujeres. Pero quiero creer que no son la inmensa mayoría y que para perseguir estas cosas están las leyes. Luego, en mi caso, como mujer, ¿para qué quiero una ley que nos discrimine nuevamente aunque sea de forma positiva?
Y lo de "positiva" tiene muchos matices, para mí la discriminación es siempre negativa. Porque yo, que trabajo en un lugar donde la mayoría son hombres, la nueva ley será la excusa de los machistas para decirme que si he llegado donde estoy es porque hay que cumplir la cuota.
Por otro lado, pienso que el movimiento feminista radical ha sido el mejor triunfo del machismo de siempre.
La mujer, para igualarse al hombre, no ha pretendido adquirir sólo sus mismos derechos, que son intrínsecos a su condición de seres humanos, sino que se ha masculinizado. Es algo que se siente en todas partes. Si una mujer decide dedicarse a ser ama de casa es vista como una esclava, si un hombre toma la misma decisión se supone que es un mantenido. La mujer se ha cargado con la responsibilidad de tener los hijos, de amamantarlos, de educarlos y, además, de ser sexy, atractiva, de ser la puta que el marido necesita, para que no se vaya a buscarlo fuera de casa, de trabajar, de triunfar en su carrera, incluso aunque no le guste. La mujer está obligada a trabajar, aunque sea en una oficina, en el empleo más aburrido del mundo, para demostrar que se merece ser como el hombre.
Automáticamente se ha infravalorado el trabajo que han hecho nuestras antepasadas, nuestras madres y abuelas que "no trabajaban". Ser ama de casa se ha convertido en sinónimo de fracaso personal, de falta de realización. Nosotras, las hijas, no aspiramos a ser como nuestras madres o abuelas, queremos parecernos a nuestros padres o abuelos. No queremos encerrar nuestra vida entre cuatro paredes dedicándonos a la aburrida tarea de criar hijos o administrar el hogar.
En resumen, no hemos alcanzado más derechos, sino más deberes. La mujer busca la aprobación de los hombres, masculinizándose, informándose de como satisfacerlos sexualmente, realizando, si es preciso, jornadas agotadoras tanto en casa como en el trabajo. ¿Para qué? Para no ser como nuestras abuelas, unas mantenidas.
¡Qué gran equivocación! El feminismo radical ha echado por tierra el trabajo que las mujeres han hecho por la Humanidad a lo largo de la historia. Porque la Humanidad ha sobrevivido gracias a las mujeres, que han alumbrado las nuevas generaciones y las han educado. En tiempos de guerra, las mujeres han reconstruido lo que los hombres destruían. Aún así, las mujeres consideramos un triunfo nuestra entrada en el ejército, a ser posible fuera de la retaguardia.
Hasta en la moda, nos visten hombres que desean ser mujeres, transformando nuestras curvas pensadas por la naturaleza para generar vida, en líneas andróginas, para satisfacer su ego desesperados de artistas. Y las mujeres, lejos de levantarse frente a tal atentado contra la salud, caen en la trampa, se arrastran en el lodo de la anorexia para enfundarse la talla 36 del vaquero de moda.
Mientras la mujer se masculiniza, el hombre se aprovecha de las circunstancias. En el matrimonio, la mujer amamanta y cría, pero a la hora de invitar en un bar, que cada uno se pague lo suyo, no sea que resulte machista.
Mientras la mujer se vuelve más sexy para el hombre, el hombre responde con celos, agresiones y asesinatos. Ya no sólo los hombres, hasta los niños de 17 años se despechan de tal manera que asesinan a sus "ex".
Las mujeres son educadas para que sepan hacer de todo, pero los hombres siguen siendo educados de la misma forma.
Quizá el mundo funcionaría mejor si en vez de habernos masculinazado las mujeres, se hubieran feminizado un poco los hombres. Probablemente, en ese caso, y atendiendo a las estadísticas, habría mucha menos gente en la cárcel por delitos de sangre.
Nuestro verdadero triunfo, el de la mujer, llegará el día en que no queramos ser iguales a los hombres, y estemos orgullosas de nuestra singularidad como mujeres, algo que no tiene nada que ver con que, como ciudadanos, tengamos los derechos de cualquier ser humano a decidir nuestro futuro.

miércoles, junio 13, 2007

Princesa

Irrumpiste en mi vida

como una cascada.

Me sacaste de mi infierno

de lamento y pena.

Hiciste que deseara

que llegara un nuevo día

sólo por volverte a ver.

Me despierto a media noche

y te contemplo, a mi lado.

La luna llena baña tu cuerpo desnudo.

Hace que parezcas un ángel.

Me pierdo en tus ojos,

tu cuello,

tu sonrisa.

Voy donde tú vayas.

Soy feliz simplemente

estando contigo.

Acariciando tu cabello.

Disfrutando tu esencia.

Ven, entra en mí,

a través de mis ojos,

bajo mi piel,

hacia mi corazón.

Sueña,

duerme en mis brazos

todo lo que necesites.

Yo cuidaré de ti.

He vuelto a recuperar

la ilusión de vivir.

Ya nada es rutinario

porque tú haces todo

bello,

nuevo,

resplandeciente.

El futuro no existe

y el pasado fue ayer.

¿Por qué distraer mi mente

con momentos sin sentido

en vez de disfrutar

este ahora contigo?

Incluso hiciste que me olvidara

de mi viaje a Asia.

Todo es

prácticamente perfecto.

Ahora sólo

me falta

encontrarte.

domingo, junio 10, 2007

Piel pálida

(1)

Ya no me duele. No sé si es bueno o es malo. Me temo que es malo, pero con el alivio me siento bien y la angustia se diluye lentamente de mi garganta, aunque no me quedan fuerzas ni para levantar la cabeza de este áspero y sucio suelo. En un último contacto con la realidad que me rodea soy completamente lúcido de lo que significa el final.

Deseo con toda mi alma pedir ayuda, pero la voz no me sale del alma, si es que queda ya alma en este maltrecho cuerpo. Bastante tengo con respirar. Antes de que todo sea negro, definitivamente negro, recuerdo en un instante lo acontecido...


(2)

Humo y media luz. Música algo alta, pero no ensordecedora. Colores rojos y naranjas, y yo en la barra, tomando mi segundo Havanacola mientras espero con incertidumbre que algo ocurra. El sitio, bien se podía llamar la garganta del infierno, por el calor y hedor que desprende. Una mezcla de ambientador sintético y barato, de aroma inexistente en la naturaleza, y tabaco rancio de muchas noches invade todo.

La camarera me dice algo, pero no la entiendo. Me limito a asentir con la cabeza, a sonreir y a mirar al infinito escote que dejan al descubierto buena parte de sus tetas. Al instante veo en la barra el tercer Havanacola preparado.

Distraigo el tiempo mirando a los que entran y salen. Fantaseo con situaciones absurdas e inconfesables. Miro el reloj cada cinco minutos y parece que el tiempo no avanza nunca.

Ahí llega. Estoy seguro que es ella. Un poco más bajita y delgada de cómo la había imaginado, pero sin lugar a dudas es ella. Me acerco e intento hablar. Sus grandes ojos verdes me miran. Está un poco sorprendida, pero al fin sonríe y relaja su gesto. Me ha reconocido.

Me da dos besos y siento su olor. Aroma fresco, suave y dulce. ¿Colonia infantil?. Creo que sí. Su pelo es largo, rojizo y lacio. Cae por sus hombros desnudos. Viste una camiseta, sin mangas, negra, algo ancha y un pantalón del mismo color, muy ceñido. Adornan sus brazos, pulseras y colgantes de cuero y metal. Una cadena ancha de eslabones desproporcionados de la que cuelga una cruz, se ajusta a su cuello. Su piel es pálida en extremo y sus labios rojo fuego, contrastan armoniosamente en el blanco de sus mejillas.

Charlamos y reímos, como si nos conociéramos de toda la vida. No me atrevo a preguntarle la edad, pero empiezo a sospechar que no llega a los dieciocho. No quiero poner en duda lo que previamente sabía de ella, pero eso me empieza a preocupar.

Tomo varios Havanacola y ella se limita a agua mineral y a fumar cigarrillos rubios. Supongo que irá puesta de algo más. Tampoco pregunto nada porque es algo que no me importa, o no debería importarme. Nos limitamos a lo intrascendente, o a lo demasiado importante, es decir, a arreglar el mundo con remiendos hechos de humo, pero de nosotros mismos obviamos la conversación, huyendo cualquier ocasión en la que un leve reflejo muestre algo personal.

Miro el reloj y ya son las dos de una madrugada de primavera cálida. Excesivamente cálida y molesta. Decidimos irnos. Salimos agarrados de la mano y en el umbral del local, en el claroscuro que marca la frontera del garito, nos besamos de forma salvaje. Mi lengua bucea con ansia en su boca, mientras ella busca mis labios con sus dientes, para morderlos. Siento un poco de dolor y me retiro suavemente. Con el dorso de mi mano toco mi boca y veo sangre en ella. Me sonríe dulcemente, mientras muerde su labio inferior con sus dientes. Luego se relame con su lengua puntiaguda y traviesa, como una gata después de un festín. Creo que voy a estallar. La tomo por la cintura, la estrecho y la vuelvo a besar, dejando que me muerda de nuevo.

Salimos por fin a la calle. Hay mucha gente, pero poco me importaría el desnudarla allí mismo y .... Me ha puesto muy excitado y lo sabe. Me mira de arriba abajo y ahora soy yo quien se siente un objeto, un trofeo o un juguete.

Vuelve a agarrar mi mano y comienza a caminar deprisa, casi corre. La sigo ciegamente entre la multitud del sábado. Esquivamos sombras en una laberíntica y frenética carrera hacia un sitio aún para mi desconocido.

Penetramos en un local muy oscuro y muy lleno de humo. Ahora el ruido sí es ensordecedor. La música estalla por todos sitios y guitarreos interminables se confunden con baterías estruendosas y voces que no cantan sino gritan poemas desgarrados de odio contra todo. Conseguimos llegar a la barra y pedimos chupitos de bourbon. No sé cuantos llevamos, cuando me toma otra vez de la mano y la sigo en carrera violenta hacia una pista llena de gente que salta por todos sitios y choca entre sí en una orgía de baile indescriptible. Arranco las últimas amarras de serenidad y la agarro fuerte contra mi. Mis manos ya no se posan en su cintura sino que buscan directamente las curvas de su culo. Le aprieto las nalgas con fuerza y la noto excitada. La beso y me besa. Ahora lame mi cuello sudoroso y noto de nuevo como clava sus dientes hambrientos. No sé cuanto tiempo permanecemos en ese estado pero pierdo la noción del tiempo y del espacio. Más que ciego de alcohol voy ciego de deseo y lujuria.

Salimos del sitio. En el exterior los oídos me pitan por el infernal estruendo musical. Hemos pasado en ese antro mucho tiempo. Ahora todo parece más calmado. De hecho quedan pocas personas por la calle. Son ya cerca de las cinco de la madrugada. Nos sentamos en unas escaleras al lado de un parque. Fumamos, mientras charlamos poniendo un poco de freno a la noche salvaje. Pero terminados los cigarrillos, volvemos a nuestro juego...

Buscamos en el parque un rincón oscuro, y allí, me siento en un banco. Ella se sienta sobre mi y un torrente desenfrenado de besos y caricias nos recorre el cuerpo, como un doloroso y dulce latigazo. Nos comemos de nuevo con hambre de alimañas. Desabrocho sus pantalones y hundo mis dedos entre sus piernas, por de bajo de las bragas. Ya ha pasado el tiempo de las fronteras. Ahora no hay límites... Ella responde con el mismo fuego y cuando queremos darnos cuenta, hemos perdido los pantalones. Quedo sentado en el banco, con las piernas estiradas. Ella cabalga sobre mi, y mis manos acarician su ahora desnudo culo, mientras penetro en el interior de su ser, sintiendo su calor y su aroma más profundo. Noto su humedad, su temperatura, su fluir más íntimo. Un temblor, un estremecimiento, un jadeo acelerado, cada vez más, un gemido, un quejido y por fin, una explosión y después, su cuerpo, como muerto descansando sobre mi. Se sobrepone al instante, y sigue cabalgando, con más y más fuerza hasta que ahora el que estalla soy yo...

“Creo que ha sido el mejor polvo de mi vida”. Calla mi comentario besándome ahora suavemente. Casi no reconozco sus labios, desnudos de la violencia acostumbrada. Acaricio su pelo y retenemos el instante un poco más.

(3)

Está amaneciendo y caminamos sin rumbo y perezosamente por las calles más viejas y gastadas de la ciudad, agarrados de la mano. Nos paramos de vez en cuando y nos besamos suavemente.

Llegamos a un portal de un edificio bastante antiguo. Las sombras del amanecer juegan, caprichosas, con los detalles de la fachada, escondiendo fantasmas. Saca una llave de su bolsillo y abre la puerta. Me invita a pasar. Subimos por unas escaleras amplias y altas, hasta la tercera planta. Abre de nuevo otra puerta, desproporcionadamente alta y entramos en un pequeño estudio. No le pregunto nada, pero supongo que es ahí donde vive.

Me besa de nuevo. Sin decir nada se desnuda de la ropa y se viste con la suave luz del amanecer que entra por la ventana. Ahora contemplo con asombro la belleza de su cuerpo pálido y precioso. Se dirige a mi de nuevo y violenta, arranca mi camisa, y araña con energía mi espalda mientras muerde mi cuello. Enciende de nuevo la llama, con más fuerza, con mucha más fuerza que en el parque...

No sé cuanto tiempo estamos amándonos, ni cuantos placeres compartimos. Al final, mi cuerpo sudoroso cae rendido de cansancio sobre su cama de sábanas blancas y me duermo acurrucado en sus caricias ahora tiernas y dulces. Siento como un beso suave roza mi cara, y poco a poco, voy perdiéndome en una espiral cada vez más profunda.


Me despierta un terrible dolor en el estómago. Me llevo la mano al abdomen y noto un líquido viscoso y caliente que sale de mi cuerpo. Miro mi mano y veo una gran cantidad de sangre. Intento ponerme en pie y no puedo... El miedo me ahoga. Un miedo atroz que me hace temblar. No estoy en su cuarto, ni en su cama, ni ella está aquí. Han desaparecido sus caricias, sus besos, su cuerpo y todo el placer, disueltos en un oscuro pozo de dolor. Estoy en una calle que no conozco, en un sucio callejón trasero lleno de mierda y basura, desangrándome horriblemente.



Víctor M. Jiménez
21 mayo 2007

1

Miguel Ángel salió de la oficina a las 20:34h, según su reloj (que llevaba adelantado unos 8 minutos, para corregir en parte su manía de llegar tarde a todos sitios). ‘Ya está bien’, pensó, evitando las miradas acusatorias de sus compañeros de trabajo, mientras recorría los pocos metros que le separaban de la salida a los ascensores. ‘Hoy salgo antes. No se puede mantener este ritmo cinco (a veces seis) días a la semana, sentirte culpable si sales a tu hora, y encima sin cobrar las horas extras’.

La verdad es que no entendía por qué los informáticos tenían que ser diferentes a otros profesionales. Normalmente (o eso creía él) tú trabajas las horas que te pagan, y que están prescritas por ley, o sea, cuarenta horas semanales, o lo que es lo mismo, ocho horas diarias de lunes a viernes. Cierto es que algunos conocidos suyos trabajaban nueve horas al día, pero a cambio de salir los viernes a las 14h. O de tener jornada intensiva los meses de verano.

- Pero esto de los informáticos es que no hay quien lo entienda. Normalmente hay trabajo de sobra, con un poco que sepas y un poco que te muevas es relativamente fácil encontrar una empresa que se interese por ti, así que tenemos poder (o, al menos, una base inicial de negociación) para exigir nuestros derechos. Entonces, ¿por qué no lo hacemos?

Su cara dibujó un rictus de amargura al recordar a sus ¿compañeros? mientras abandonaba la oficina.

- Es el eterno problema. Primero, nuestros padres nos han imbuido la idea de que el trabajo es lo más importante. Eso podía ser cierto en su época, nuestros abuelos vivieron la posguerra, y nuestros padres la escasez; no tenían cubiertas sus necesidades básicas, y había que luchar por sobrevivir. Al fin y al cabo, mi abuelo trabajaba 16 horas al día.

Pero las cosas habían cambiado, claro que habían cambiado, ya no se luchaba por sobrevivir, sino para mantener un nivel de vida más o menos desahogado. Y ocho horas diarias de curro eran más que suficientes para cubrir esa necesidad.

- Incluso menos. Pero bueno, partiendo de la base de 8 horas diarias. A casi nadie le gusta trabajar más de 8 horas, y a quien le guste, fenomenal, allá él. Pero los informáticos trabajamos más, en nuestra mayor parte sin quererlo. Y de esto sólo se beneficia la empresa, que juega con nuestro miedo, con lo que nos han inculcado en casa. ‘Tú a callar y a trabajar, no te quejes tanto, que yo cargaba piedras hasta que se ponía el sol y nunca me quejé, señoritingo’. O sea, a trabajar y a callar, porque si te planteas que algo está mal, eres un desagradecido. La mentalidad de los señoritos y la servidumbre, o del amo y los esclavos, porque eso es al final lo que somos, amos y esclavos, si nos ponemos en plan radical. Pero trasladado a un contexto moderno y socialmente aceptado, que no legalizado.

Al abandonar el ascensor y salir a la calle se sorprendió de que aún hubiera luz natural, aunque algunas farolas ya empezaban a encenderse. Era finales de octubre, dentro de poco ni saliendo a esas horas disfrutaría de la luz del día. Y aún tenía compañeros que lo justificaban.

Pero bueno, la empresa tiene que tener unos resultados’, le había dicho en una ocasión Yolanda, su jeja de proyecto. ‘En ese caso, es normal que todos pongamos de nuestra parte, y si hay que sacrificarse un poquito, nos sacrificamos todos’.

- Por supuesto, Yolanda. Pero yo me sacrificaré en momentos concretos. Y si me sacrifico cuando las cosas van mal, me gustaría que la empresa se pringase y nos compensara cuando las cosas van bien.

- Pero si nos compensa.

- ¿Ah, sí? ¿Cómo?

- Pues, por ejemplo, con las subidas.

- Este año, muy poca gente ha tenido subida.

- No hombre, eso no es cierto.

- Yo no he tenido subida. Edu tampoco. Y de nuestro departamento, no conozco a nadie que la haya tenido.

- Ya, pero este año la empresa no ha tenido beneficios, y sin beneficios...

- No me vas a convencer, Yoli. Estamos en lo mismo. No me puedes decir que la empresa nos compensa con subidas, cuando luego no las da, o peor, se las da siempre a los mismos. Y aunque las diera. Yo trabajo para vivir, no vivo para trabajar. Que me tengo que quedar 9, 10 u 11 horas diarias, y venir fines de semana, pues lo hago, como ya lo he hecho más de una vez. Pero lo hago durante dos semanas o un mes, a lo sumo. Y que luego me compensen. No lo acepto como forma de vida.

Y con esa frase lapidaria, se había acabado la conversación. En realidad había acabado antes, cuando Miguel llamó ‘Yoli’ a su jefa, en vez de ‘Yolanda’, cosa que a ‘Yoli’ no le gustaba nada. Ahora se arrepentía de haberlo hecho, porque sabía que tenía todas las razones de su parte, y emplear trucos de ese tipo le quitaba parte de ellas. Pero también sabía que Yolanda no iba a cambiar de opinión, porque era de las que se mantenía gracias al sistema. No hacía mal su trabajo, se esforzaba en aprender, pero no era informática, era química. Dios, química. Otra incongruencia de las jerarquías empresariales. Era como poner a un filósofo a diseñar puentes, y a los ingenieros a cargar carretillas y remachar juntas. Y ninguno de sus compañeros protestaba. A los que habían protestado, los habían echado a la calle. Y ni pensar en ir a quejarse al delegado sindical, porque no había. A los que propusieron su creación, los habían largado también.

Miguel Ángel entró en el metro cada vez más deprimido. ‘Adiós, luz’, pensó irónicamente, a sabiendas de que cuando volviera a salir a la calle, en Carpetana, las luces que vería serían las de las farolas, los coches y las ventanas. Pasó a través de los tornos con su abono de transportes, bajó las escaleras mecánicas, y mientras esperaba de pie a que llegara el metro que le llevaría a su casa, sacó el periódico gratuito, que recogía todos los días a la salida de la estación, antes de entrar a trabajar, y leyó el titular:

‘Afganistán: 150 mutilados diarios a causa de las minas antipersonales’

Una sonrisa irónica y amarga al mismo tiempo se le dibujó en la cara. A fin de cuentas, en España no se vivía tan mal.

viernes, junio 01, 2007

El camino de la felicidad

Por suerte o por desgracia, en mi vida he visto pasar la muerte muy de cerca varias veces. He sufrido muchísimo más que la mayoría. He visto morir a mi hermano mayor por una sobredosis cuando tenía 21 años. Y, aparentemente, fue lo mejor que le pudo pasar. Incluso a veces pienso que él mismo lo buscó. Cayó en un mundo de esclavitud del que no quiso o no pudo salir. Empezó por un porro, quién sabe por qué. Probablemente, que fumara no fue la causa de que pasara a cosas mayores o de que muriera. Por fortuna, murió sin matar, a diferencia de lo que hacen otros cuando roban para pillar o conducen ebrios.
Estudié en un colegio católico, donde sufrí el acoso no precisamente de las monjas, sino de mis compañeras. Unas niñas de papá con pasta y personalidad de putas. Yo, al ser hija de la clase obrera, costeaba mis estudios mediante becas.
Mi padre, que guardó ovejas cuando tenía 9 años, me enseñó el valor de la honestidad y de la entrega.
Y esa formación ha forjado la felicidad de la que disfruto ahora.
Pero para llegar a encontrarme con la verdadera felicidad he tenido que tropezar muchas veces y aplicar lo que mis padres me enseñaron y lo bueno de la religión que aprendí en el colegio. Tropecé sin quererlo, pues fui encontrando gente mala en mi vida. Fundamentalmente mi ex, que es la persona más mala con diferencia, que conozco.
A lo que voy. Al principio, que me dejara me costó una enorme tristeza, pero luego me di cuenta de que alguien me había hecho un favor.
Cuando mi madre estuvo a punto de morir, no sentí por dentro lo mismo que cuando supe que mi hermano había muerto, antes de que nadie me lo dijera. Pensé: "no quiero tener la sensación de que va a morir, ya sea casualidad o no". Otra vez percibí que alguien escuchaba mi súplica ya que no sentí ningún presagio y mi madre se curó de una terrible y extraña enfermedad que la hizo estar a medio camino entre el otro mundo y éste, al que permaneció atada gracias aun montón de máquinas, durante 17 días. Y como estas experiencias muchas otras. Algunos dirán que es coincidencia y otros enfermedad, para mí son simplemente señales del que me ha hecho. Mi cuerpo es como un guante y mi espíritu como la mano que lo viste. Mi cuerpo me permite conectar con el mundo pero no puedo tocarlo o comprenderlo directamente.
No me importa, no necesito más conocimiento que el que proviene de mi interior.
Nunca me he drogado para conocer más allá de mis límites. Pues drogarse no proporciona más conocimiento, sino más engaño de los sentidos. Lo externo a nosotros es percibido por el filtro de los sentidos y manipular los sentidos no es más que engañarnos aún más de lo que ya lo hacemos.
El caso es que desde hace tiempo descubrí del poder ilimitado de mi conocimiento siguiendo una única máxima que aprendí en el colegio de monjas: "camina por el sendero estrecho y valora las heridas que te haces, porque ellas son un mapa para alcanzar la verdadera felicidad".
Nunca me he creído las paranoias que ciertos sectores de la iglesia enseña. Pero tampoco he rechazado la mano del que me ha hecho los favores antes referidos y que me ha iluminado todo este tiempo. Tan absurdo como creer todo lo que la iglesia dice, es pensar que la gente es esclava de ella. El ateo es tan esclavo de no creer en nada, como el beato lo es de creer en preceptos vacíos.
Sólo si uno desnuda sus sentidos y no los intoxica con sustancias, se despoja de lo que cree saber y va más allá, sólo entonces descubre el verdadero sentido de la vida y del gran arquitecto o programador de la misma.
En esos momentos, sin pensar, sólo hay que coger un lápiz y escribir lo que percibes y al releerlo te encuentras ante la verdadera sabiduría.
Es entonces cuando descubres el porqué de la infelicidad:
- Porque estamos demasiado preocupados de ser felices.
- Porque somos esclavos de nuestro egoismo.
- Porque estamos perdidos en una búsqueda de sensaciones físicas que engañan nuestra mente.
- Porque nos hemos olvidado de nuestra familia, del dolor de nuestro padres, de las preocupaciones que tienen, de la necesidad de nosotros cuando se hacen viejos...
Cuando uno es demasiado egoista, sólo busca su beneficio. Entra en un círculo vicioso donde los demás son utilizados para conseguir la propia felicidad y no al contrario. La frustación de no conseguir todo lo que queremos nos hace engañarnos explorando nuestros sentidos a través de sensaciones falsas producidas por sustancias que nos provocan un continuo letargo.
El mundo que percibimos, lo percibimos filtrado a través de los sentidos. Ni la ciencia ni nadie puede asegurarnos que esas sensaciones sean el reflejo de la realidad. Nada puede ser conocido a través del guante sino desde dentro mismo. Tenemos plena fe en los axiomas matemáticos pero rechazamos la posibilidad de que exista Dios. En el fondo ese rechazo se debe a dos cosas: nuestra vanidad y nuestro miedo. El rechazo nos hace intentar demostrar contínuamente que somos libres, modernos, intelectuales... Sin darnos cuenta de que nos convertimos en esclavos de nuestras propias pajas mentales.
La solución está en sufrir, o en salir a la calle y observar a los niños o los viejos, oler alguna flor o mirar al cielo. En ese momento uno se acuerda de lo pequeño que es, de lo poco que significa, y piensa en lo importantes que son los demás para él. Entonces siente unas tremendas ganas de hacer cosas buenas por la gente que quiere y luego por la gente a la que ni conoce, y la suma de todas esas bondades consituye la verdadera felicidad.
A partir de ahí uno observa lo mucho que ahorra si no tiene que fumar, o beber, o drogarse, o salir de botellón porque todo el mundo lo hace. Y usa el dinero para hacer cosas más agradables o más útiles.
Un rabino preguntó a un ateo: ¿por qué no crees en Dios? y el ateo respondió: "No puedo verlo". El rabino preguntó: "¿quién cose tu vestido?" El ateo contestó: " El sastre". Y el rabino preguntó de nuevo: "¿y cómo lo sabes?". El ateo dijo: "Es evidente". Y el rabino volvio a preguntar: "Pero si no lo has visto". El ateo insistió: "pero está claro". Y el rabino dijo: "Igual que está claro que existe Dios".