sábado, junio 30, 2012

Vocaciones extrañas

Llegó a casa cargado de pinturas, lienzos, pinceles y un caballete. Compró el mejor material que pudo. Vació una habitación y en el centro dispuso todo lo necesario para trabajar. Cuando se sentó frente al lienzo en blanco, con la paleta de pintura en una mano y un pincel en la otra, se dio cuenta de que no sabía pintar.

lunes, junio 25, 2012

Un Nuevo Mundo

Salgo de la ciudad, panel de abejas sin miel ni abejas, donde he permanecido seis días rastreando el latido sordo de mi conciencia agnóstica. Un poco de busking, un poco de programación, mucho de ansia por salir de allí y frustración por buscar lo que viene y no aceptar el momento presente. Me dirijo al campo, a Warburton, parada intermedia de tres días  antes de entrar a servir en un centro Vipassana en Woori Yallock.

No se puede decir que no tenga expectativas. Voy a un pueblo en medio del bosque, de couchsurfer a casa de una chica de mi edad madre de dos niños preadolescentes. Mi ideal son unos alrededores frondosos, con vegetación abundante por donde dar largos paseos y sosegar el alma; una casa de madera acogedora donde descansar y leer tranquilamente sorbiendo una taza de té junto al fuego; y un ama de casa comprensiva y cariñosa a la que poder amar estos días. Y a la que regresar cuando termine el curso, y pasar quizás unas cuantas semanas mientras espero a la nena y encamino un trabajo de desarrollo que voy a hacer a medias con Mikel.

Descendiendo un escalón del ideal soñado, y siendo más realistas, encontrar una madre amorosa con quien compartir arrullos y cama, aunque no quimérico, si es bastante utópico, pero al menos los alrededores bucólicos y la casa acogedora serían muy bienvenidos por mi parte, y aunque sólo los alrededores me inspiraran paz ya me daría por satisfecho. Si no, pues lo que ya me ha sucedido muchas veces, si te quejas no disfrutas lo bueno que hay, cuando se cierra una puerta se abren otras diez, y no llores cuando se oculte el sol porque tus lágrimas te impedirán ver las estrellas.

Así que a ver qué pasa.

miércoles, junio 20, 2012

Mejor no tener cimientos

Un edificio se construye sobre unos cimientos que jamás se mueven. Si eso llegara a ocurrir, estaríamos ante un temblor de tierra o un terremoto, lo que significaría que el edificio tendría muchas posibilidades de sufrir graves daños y, en el peor de los casos, que se viniera al suelo. No hace falta contar las devastadoras consecuencias de un terremoto de intensidad, porque en nuestra memoria conservamos imágenes muy recientes de este tipo de catástrofes naturales.
Hace muchos años yo era de los que pensaba que la vida se asentaba sobre apoyos firmes e inamovibles y que sobre ellos tendría que construir mi “hogar”, es decir, mi existencia y el día a día. Pero el tiempo ha transcurrido y he aprendido que los pilares que creí firmes, se han movido bajo mis pies. Sin embargo, ni he sufrido daños de gravedad ni me he derrumbado.
Esto me lleva a una conclusión: o los temblores de tierra que he padecido no han sido lo suficientemente fuertes o mi hogar no está sustentado sobre columnas, sino que habito en una autocaravana, que si bien puede parecer más incómoda o más pequeña que otro tipo de casa, es mucho más divertida y ligera, además de permitir una movilidad extraordinaria.
Aunque parezca extraño, he ido madurando esta forma de pensar con el paso de los años. La experiencia me ha enseñado que en el día a día no hay cimientos firmes en los que enraizarse y cualquier intento de buscarlos queda reducido al fracaso más notable o a la condena de unas cadenas terribles, porque después de todo, el que se ata a algo firme, está construyéndose una prisión de la que luego será muy doloroso y complicado escapar.
Viendo cómo están las cosas, prefiero seguir recorriendo la vida en este vehículo. Me siento muy a gusto y así he conseguido afrontar una serie de situaciones complicadas o raras y he logrado salir de encrucijadas oscuras con bastante holgura y sin demasiados rasguños.
Cuando se viaja de esta manera, se puede huir de las borrascas, de los huracanes, del frío, de la sequía y de otros azotes de los elementos, mientras que cuando se habita en un edificio bien agarrado a la tierra, no queda más remedio que aguantar lo que va llegando y cruzar los dedos para que en una de esas no se venga todo abajo con nosotros dentro.
En definitiva, una autocaravana puede estar mucho tiempo aparcada en el mismo sitio, anclada en el mismo rincón del mundo, pero siempre tendrá el depósito lleno para recorrer nuevos caminos en un momento dado.

jueves, junio 14, 2012

Costumbres desagradables

Anabel no soportaba el vicio de su compañera Pepa de leer en voz alta las esquelas del periódico. Se recreaba haciendo comentarios sobre la edad de los finados de turno y la comparaba constantemente con la suya. No ahorraba en detalles escabrosos sobre las causas posibles de las defunciones. Por suerte para Anabel, aquella costumbre se perdió el día que apareció publicada la esquela de Pepa en el diario local.

martes, junio 05, 2012

Unos vecinos intolerantes

Tengo unos vecinos que no aguantan nada. Entiendo que si montáramos escándalos constantemente, estuvieran mosqueados, pero lo que no entra en mi cabeza es que las tres veces en un año –siempre en sábado- que he tenido visita en casa, me hayan llamado la atención en cuanto el reloj ha pasado de las doce de la noche. Como pueden imaginar, no es que en mi casa pongamos la música alta, o contratemos a algún grupo de percusionistas, o nos juntemos cincuenta personas bailando en el salón, ni mucho menos. Me refiero al ruido que pueden hacer dos familias con niños tranquilamente reunidas. Lo curioso del tema es que de estos vecinos me separan dos plantas. Pero todavía me puedo dar por conforme, porque llegaron a denunciar en su día al del cuarto (ellos viven en el primero) por un perro que ladraba de vez en cuando. Les he oído muchas veces protestar por los llantos del bebé que vive en frente, por los niños que juegan en el patio, por la verja exterior cuando alguien entra o sale del edificio, por el sonido de pasos en las escaleras e incluso porque la gente de ducha por la mañana temprano. Es algo fuera de toda lógica. Su intolerancia es terrible y son un grano infestado dentro de la convivencia normal de una comunidad de vecinos.
Creo –y cualquier día se lo digo- que se han confundido de vivienda. Para ser felices, tenían que irse a una cabaña en mitad del monte, muy alejados de cualquier núcleo de población y de cualquier contacto humano. Y pueden dar gracias que vivimos en un barrio relativamente tranquilo. No sé que hubiera sido de ellos si estuvieran en otras zonas más conflictivas de la ciudad.
Cuando cuento estas cosas, recuerdo la vieja historia de aquel señor que estaba dormido. Su sobrino, para gastarle una broma, le untó el bigote con un trozo de queso apestoso. Cuando se despertó, renegó de todo el mundo porque decía que olía mal donde quiera que iba y se enojaba con el que se cruzaba en su camino, sin saber que el problema estaba en él mismo.
La próxima vez que vea a mis vecinos del primero, les recomendaré que se laven el bigote con bien de agua y jabón, a ver si acaso.