5 Años de Vícaro
Que os lo paséis bien.
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Vicaro
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9:56 a. m.
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Fraguaron la traición en su ausencia.
Aprovecharon la oscuridad de la noche, la soledad de la casa y el frío de las sábanas para el ataque letal. Cierto era que los balances marcaban pérdidas terribles, pero de malas situaciones habían escapado otras veces. Mientras, en la distancia, se dejaba adular por los vasallos de los traidores. Entretenían sus horas y le ofrecían los mejores vinos con falsas sonrisas.
En las sombras se afilaban los cuchillos.
No pudo escuchar los gritos agonizantes del animal. Deseaban que sufriera y lo hicieron lentamente.
Se despertó sobresaltado en la madrugada, quizás en el mismo instante en el que la desgraciada criatura dejaba de respirar. Entre las tinieblas de la resaca intuyó lo que había sucedido. Llamó a sus amigos y compartió sus sospechas. Todos decían no creerle, pero algunos, los más cercanos y malvados, cruzaban miradas de duda y espanto. No se podían explicar aquel presentimiento. Tuvieron miedo de su ira.
Cuando regresó a Ítaca, consultó el libro de cuentas y en las últimas hojas, las gotas de sangre confirmaron sus temores. No vertió ni una lágrima. El cadáver nunca apareció. Lo habían enterrado en la cueva más profunda.
No esperó la celebración de los funerales y se marchó para siempre, antes de que algún amigo aprovechara la palmada en el hombro para hundirle una daga por la espalda.
Desde la distancia, volvió la vista atrás. Su vida pasada se había convertido en un páramo estéril que se alejaba cada vez más. Sonrió y siguió su camino sin olvidarse de arrojar el libro de cuentas al fondo del río que marcaba la última frontera.
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Victor Manuel Jiménez Andrada
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1:32 p. m.
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didgewind
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12:09 p. m.
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Tenía cita a las diez y media y eran más de las once.
—Por eso nos llaman pacientes —pensó mientras un ratón le roía los pilares de la cordura.
No pudo reprimir una sonrisa irónica. Había cinco personas en la sala de espera que charlaban. Él se mantenía en silencio, odiaba aquellas conversaciones vanas y estúpidas. Intentó concentrarse en el libro que tenía en las manos. Consiguió leer un par de páginas, pero pronto su cabeza voló por un cielo lleno de incertidumbre. Se abrió la puerta de la consulta y salió el paciente que estaba en su interior. Luego apareció la enfermera y leyó un nombre de la lista que portaba. Alguien se levantó y la siguió. Cerró el libro definitivamente. Los minutos goteaban lentos. Casi no había dormido las últimas noches y el cansancio se le incrustaba, como un terrible replicar de campanas, en las sienes. Alguien más llegó, era una mujer joven. Se sentó en la primera silla vacía, sacó una revista de un bolso grande y se puso a leer.
—Si no me llaman pronto me voy a volver loco —acompañó el pensamiento con un suspiro profundo. Su gesto provocó la mirada desconcertada del anciano de la silla de al lado.
La puerta volvió a abrirse. Salió el paciente y tras él, la enfermera. Esta vez pronunció su nombre, recreándose en cada sílaba. Su vida se acababa de convertir en una bifurcación y él no podía elegir el camino.
Víctor Manuel Jiménez Andrada
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Victor Manuel Jiménez Andrada
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12:06 p. m.
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Asisto, atónito, al juego de cambios que se está viendo estos días en el diminuto cosmos en el que flotamos. Parece que el que ha estado cerca del poder no quiere perder el calor que le generaba la estrella que orbitaba y busca, apagada ésta, otras que brillen, sin importarle muy bien la procedencia ni el color.
No hay escrúpulos cuando se intenta mantener, a cualquier precio, cierta posición cómoda dentro de este universo cada vez más podrido y lleno de basura. Poco importan los principios y los valores cuando se interpone una nube de intereses personales que eclipsa la mejor de las intenciones.
He visto, con espanto, como en algunos círculos se evita la crítica y la verdad, para no molestar al que está sentado en el trono y para seguir contando con las migajas de una limosna miserable.
La honestidad pasa prendida en la cola de un cometa y muy pocos son capaces de distinguirla en su vuelo rápido y fugaz por un cielo contaminado. Solo me queda el consuelo de que una masa formada por millones de asteroides venga con furia a provocar un nuevo Big-Bang, cada vez más necesario.
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Victor Manuel Jiménez Andrada
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10:18 a. m.
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