Elena
- ¿Te apetece jugar a un juego?
- Al parchís, no, dijo ella, sonriendo. Sonreí a mi vez.
- No, no es al parchís. Se trata de que adivines de qué color llevo la ropa interior.
A Elena se le iluminaron los ojitos.
- Cada vez que falles te quitarás una prenda.
Su sonrisa se hizo aún más grande.
- Si te terminas quedando desnuda, gano yo. Si aciertas antes, ganas tú. El que pierda tiene que hacerle un completo al otro. ¿Quieres jugar?
- Claro que sí.
- Pues empieza.
- Ummmm... ¿roja?
- Tan tan tan tan. Primera prenda. Espera, me voy a ir poniendo cómodo, dije al tiempo que me tumbaba sobre la cama.
- ¿Los pendientes cuentan como prenda?
- Eso lo decides tú.
Elena meditó antes de hablar.
- No, no valen. Espera, que voy a situarme yo también, dijo mientras se subía a horcajadas sobre mi vientre y se quitaba la camiseta.
- Segundo intento.
- Veamos... ¿rosa?
- Eeeeeehhhh... ¡no!
Soltó una carcajada. Lo cierto es que no paraba de sonreír. Y se despojó de su segunda camiseta. Su sostén color azul claro cubría sus dos hermosos pechos. 'No por mucho tiempo', pensé yo.
- Una pregunta. ¿Qué pasa si es de colorines? ¿Tengo que adivinarlos todos?
- No, no hace falta. El color es el que es.
- Vale. Ummmmmmmm...... azul no puede ser... ¿amarillo?
- Hoy estás sembrá. Hala, tercera prenda.
Se despojó de su sujetador con parsimonia, dejando al descubierto sus pequeños pezones, ya erectos por la excitación. Acaricié con deleite la curva de sus senos.
- Cómo me gusta jugar contigo.
Elena se inclinó para besarme. Sus labios estaban húmedos. Su lengua, caliente.
- No vale si te digo un color, por ejemplo, el rojo, me dices que no y luego es granate.
- No, no vale. Pero para que te quedes más tranquila, cuando terminemos, si no estás de acuerdo con algo lo negociamos.
- Me parece bien. Morado.
- Nop.
Se incorporó levemente para quitarse la falda. Sus braguitas eran de color violeta. Sus medias, negras. Podía sentir el calor de sus muslos en mis costados, y la textura de su coñito sobre mi vientre. Me costaba estarme quieto, así que comencé a acariciar todo su cuerpo. Elena se dejaba hacer. La atraje hacia mí. Esta vez fui yo quien la besó.
- No sé si te habrás dado cuenta de que sólo te quedan tres oportunidades.
- Lo sé, lo sé, soy muy consciente. Verde.
- Jé. Dos.
Elena levantó su pierna derecha para quitarse una media. Despacito. Disfrutando del momento. Y volvió a sentarse sobre mi vientre.
- Ya estás nerviosa.
- Para nada. Yo me lo voy a pasar igual de bien.
Pensó un momento antes de decir:
- ¡Ah! ¡Negro!
- Ups...
- ¿Es negro? ¡Es negro, a qué sí!
- No, no es negro.
- ¿Entonces por qué has dicho 'ups'?
- Porque ya sólo te falta una prenda. Venga, la otra media.
Y se la quitó. Volvió a besarme, esta vez con más pasión.
- Qué bien me lo paso contigo.
- Yo también.
- A ver, azul no puede ser...
- ¿Y por qué no puede ser azul? ¿Lo has dicho ya, o qué?
- No, no lo he dicho. ¿No será azul?
- ¿Eso es tu último intento o es una pregunta retórica?
- No, espera, estoy pensando...
- ¿Y por qué dices entonces que no puede ser azul?
- Porque el azul no es un color para la ropa interior.
Puse cara de circunstancias. Para jugar con ella.
- ¿Es azul?
- Repito. ¿Es ése tu último intento?
- Sí, venga. Azul.
- Psss...
Abrió los ojos, sorprendida.
- ¿Es azul?
- Especifica.
- ¡Pero eso no vale, si es azul, es azul!
- Es que no es exáctamente azul, pero si sú lo ves y consideras que sí que es azul, entonces tú ganas. Pero concreta antes.
- Pues un azul... veamos... tirando a violeta. Como éste, dijo señalándo sus braguitas.
- Oooooohhhhh. Perdiste.
- ¿He perdido?
- Yo creo que sí.
- ¿No es azul?
- Ahora lo verás.
Elena se puso en pie y fue bajando sus braguitas, contoneándose levemente para ofrecerme un mejor espectáculo. Tenía una vista completa de su coñito rasurado sobre mi cabeza. Cuando acabó, volvió a sentarse. Ahora sí sentía totalmente su humedad sobre mi vientre. Estaba muy caliente.
- ¿Qué es exáctamente un completo?
- Un completo es como tú quieras.
Sonrió pícaramente.
- Muy bien.
Se acercó a mí, sin besarme. Sentía su aliento en mis boca. Cerré los ojos. Besó mi frente, mis párpados, rozó levemente mis labios. Comenzó a mordisquearme el cuello, y con su lengua saboreó mi pecho, mis pezones, bajando despacito hacia el ombligo, demorándose ligeramente antes de empezar a bajarme los pantalones. Luego soltó una carcajada.
- ¡Eres un tramposo!
No soy un tramposo. Simplemente, que en esta época del año nunca llevo ropa interior. Es mucho más cómodo.
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