miércoles, febrero 25, 2009

WASP

Nueva Zelanda es un país extraño. Al menos en lo que al clima se refiere. Se supone que estamos a mediados de verano, el equivalente de agosto en el hemisferio norte. Y parece más que estemos en otoño. A veces. Porque de vez en cuando aparece el sol, y entonces hace calor. Todos los calcetines, las botas, los pantalones que han permanecido mojados los tres primeros días de boda se han secado en veinte minutos en cuanto ha aparecido el sol. Hemos tenido todo el día sol, pero eso sí, aunque vayas en camiseta sin mangas ten la cazadora a mano porque a veces se nubla, sopla el viento frío y parece de nuevo que va a llover. Y efectivamente por la noche llovió, y no paró de nuevo hasta la noche siguiente.

Pero es lo que tiene la vida de peter pan, te adaptas a las circunstancias y tiras palante. Así que tras llegar a Christchurch y recogernos Eric en el aeropuerto, sin deshacer las maletas cogimos al día siguiente carretera hacia Peel Forest, un parque natural en el centro de la isla sur, donde se iba a celebrar la boda. El entorno era precioso, todo muy verde y muy húmedo, aunque afortunadamente el primer día no nos llovió. Al rato de llegar nosotros apareció la camioneta con la carpa de alquiler, y a montar. Básicamente nos tiramos dos días preparando cosas, dos días de fiesta y otros dos desmontando y limpiando. Es decir, seis días de diversión, porque el trabajo físico bien enfocado es también diversión, y sobre todo meditación. Los dos días de fiesta se repartieron, a saber, el primero ceremonia, cena, fotos con los novios (aquí os dejo la nuestra) y baile ochentero con la familia hasta bien avanzada la noche (yo me retiré antes algo perjudicado, así que no sé si duró mucho más). Al día siguiente hubo barbacoa, los familiares se retiraron tras la comida y por la noche algunos amigos de la pareja estuvieron pinchando tecno, d&b y minimal hasta que nos acostamos.

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Ahora ya de vuelta en Christchurch ando buscando granjas helpx o wwoof hacia el sur de la isla, antes de que entre el otoño y haga demasiado frío. Hay cosas para hacer con caballos, comunidades de permacultura y alguna granja con estudio de grabación.

Y aún queda todo por hacer.

domingo, febrero 15, 2009

Más de 90 horas de viaje...

...que parece que están acabando ahora. Comenzaron a las 4,30h del lunes pasado en Madrid. Pasé el fin de semana anterior en Sevilla, con mi ángel, tocando con el Uli en la Malandar el viernes y viendo perder al Sevilla (y van esta temporada...) el sábado en el Pizjuán, encima contra el tercer. Ya esa misma noche comencé a sentir punzadas en la garganta, pero no les di importancia porque estaba fumando cigarros prestados que conseguí por ahí.

El domingo fuimos a ver a Enrique a Doble Zero. Enrique siempre tiene o un costo muy bueno o una hierba muy buenas, o ambos (para eso es la Grow Shop más antigua de Sevilla). Luego a comer a casa de mis tíos, luego al AVE de vuelta a Madrid, y por la noche, aunque ya me encontraba mal, a los baños árabes de Jacinto Benavente.

Es una putada estar malo, o en proceso de, y hacer algo que sabes que normalmente disfrutarías muchísimo pero que por las circunstancias sólo lo haces a medias.

Lo hice por mi ángel. Se me apareció a primeros de diciembre, y me ha ayudado a llevar estos dos meses pre-partida ofreciéndome una comprensión infinita, grandes dosis de paciencia y sobre todo mucho, mucho amor. Gracias cielo, y aunque pueda parecer fuera de lugar y sensiblero, quiero decirte que mi madre habría estado encantada contigo, al igual que lo están mi padre y mi abuelo.

Bueno, por mi ángel y por mí, qué coño. Aunque sea sólo disfrutado a medias, iba a ser mi última oportunidad en mucho tiempo. Y me gusta imaginarme entre los que apuran la última copa de vino. Hasta el final.

Y el lunes, parches de última hora en el curro, cerrar el coche, comprar las tres cosas que me faltaban, pa casa, cerrar la mochila, envolver el didgeridoo, dormir.

Olvidé mencionar que ese mismo lunes al mediodía comencé a tomar ibuprofeno. Una cápsula cada 8 horas. Para reducir la inflamación sin recurrir a los antibióticos.

Y así me pegué todo el viaje.

Lo primero que noté de forma consciente fue la falta de peso en los bolsillos. Siempre que salgo de casa, o a veces cuando voy por la calle, comrpuebo que mis dos bolsillos estén ocupados. En uno llevo el monedero, en el otro el móvil. Aunque a veces llevo uno vacío y el otro doblemente cargado, pero siempre las dos cosas.

Ahora ya no. Ahora llevo sólo el monedero. Lo que me deja por un momento desconcertado cuando me echo mano a los bolsillos y veo que uno está lleno, pero el otro no. Pero es sólo un instante, hasta que recuerdo que ahora lo normal es que esté vacío.

Lo segundo que he notado de forma consciente, consecuencia indirecta de lo primero, es que en el mundo hay muy pocos relojes públicos, incluso en los aeropuertos. Aunque no es algo que me afecte de momento, porque voy sin ninguna prisa.

Los vuelos intercontinentales son la polla. Y seguro que se disfrutan mucho más si no vas tomando ibuprofeno cada ocho horas deseando que ese intervalo termine pronto (más cuando sólo te quedan 2 ó 3) para poder meterte otro chute y que a la hora u hora y media te de el subidón de nuevo para poder interacccionar algo. Aunque prefieres pasar dormido la mayor parte del tiempo, porque así no te enteras del dolor, ni de las incomodidades. Pero como ya os digo en Singapur Airlines el vuelo es bastante ameno (tengo constancia de que en LAN sucede lo mismo, supongo que en el resto de compañías sucede igual). Para empezar tienes una minitelevisión por asiento con un mando interactivo. Puedes elegir entre más de 100 películas, episodios de series, videojuegos, mapa de ruta que te indica las condiciones internas y externas del avión (velocidad, temperatura...), los países por los que has pasado, los que te falta por pasar y el tiempo de llegada. Por otra parte en el avión de Barcelona a Singapur (hice Madrid – Barcelona – Milán – Singapur – Melbourne, aunque en Milán no cambiamos) conocí a una chica muy maja de Sevilla, Istar, con la que interaccioné más bien poco durante el viaje debido a mis condiciones físicas, pero con la que mantuve una conversación más que interesante sobre energía, percepción y los dos lados de nuestro cerebro.

Y ya, por fin, tras unas 30 horas de recorrido aterrizamos en Melbourne. Un par de horas antes me había tomado otro ibuprofeno para poder responder al menos con una sonrisa a los oficiales de inmigración (conforme la anestesia de cada dosis iba llegando a su fin comenzaba a costarme articular sonido alguno, hasta que me tomaba otra dosis y pasaba el tiempo de absorción, aproximadamente una hora). Pero afortunadamente no fueron muy estrictos conmigo. Cuando llegas a Australia te hacen rellenar un cuestionario, no tan absurdo como el que rellenas al entrar en EEUU, pero sí mezclando cosas como para pillarte, del estilo: ‘¿Está intentando introducir en el país fármacos, drogas o substancias ilegales que podrían estar sujetas a restricciones y/o control por parte de las autoridades Australianas?’. La primera reacción es decir a todo que no, claro, pero yo llevo medicinas (el ibuprofeno, por ejemplo) que no sé si están sometidas o no a control en el país. Así que marqué tres de las preguntas como que sí y el resto que no.

- ¿A la pregunta 1 ha contestado que sí porque lleva medicinas de uso personal?

- Sí, mi padre es médico y siempre que salgo de casa me obliga a llevar un mini botiquín de emergencia, contesté con una parodia de la mejor de mis sonrisas.

- ¿Qué tipo de comida trae?

- Galletas de chocolate para una amiga de aquí.

- ¡Ummmm, galletas de chocolate!

Ahora es la oficial la que sonríe. Vacía la mitad de mi mochila, me abre un par de cajas.

- ¿Conoce ustéd el dominó? Éste era de mi abuelo.

Al final lo único que me da problemas es el didgeridoo.

- ¿Esto qué es?

- Un didgeridoo

- ¿Un didgeridoo? ¿Lo compró ustéd en Australia?

- No, lo hice yo mismo, en España.

- ¿Lo hizo ustéd mismo? Se gira y vuelve con la hoja que rellené.

- ¿Podría ustéd leer la pregunta número siete?

La pregunta número siete habla de artículos de madera, semillas... No tengo que leer más, mi yidaki es de pita. Contesto sinceramente.

- Lo olvidé.

- ¿Lo olvidó? Es algo muy grande para olvidarlo, ¿no cree ustéd?

Sonrío cansado.

- Supongo que serán las 30 horas de viaje.

Me mira con escepticismo.

- Sí, supongo, contesta finalmente. Jane, ¿tienes unas tijeras para desembalar esto? Ustéd puede ir recogiendo todo lo demás.

Así que reempaqueto todo en la mochila mientras observo cómo la oficial intenta desembalar el instrumento, y al serle demasiado complicado, opta finalmente por destrozar el plástico, la caja y todo lo que encuentra por delante. Tras revisarlo unos instantes me lo devuelve.

- Muy bien, todo correcto, que tenga una buena estancia en nuestro país.

Observo los pedazitos de plástico y cartón que permanecen en la mesa y también yo decido cortar por lo sano, envolver en su tela el didgeridoo y olvidarme del embalaje.

- Disculpe, ¿hay algún sitio donde pueda tirar todo esto?, pregunto, señalando los trozos dispersos por el suelo.

- Oh, no se preocupe, yo me hago cargo.

Bueno, pues terminado. Cojo mis cosas y salgo. Y ahí está, esperándome, la marquesa. Mi princesa. Nos abrazamos.

- ¿Qué tal el viaje?

- Muy bien, algo cansado pero sobre todo por la garganta. No puedo casi hablar.

La marquesa se ríe.

- Es que el tabaco no es bueno. ¡Fuma sólo porros! ¡Sólo porros!

Me vuelve a abrazar.

- ¡Didgewind, que ya estás en Australia!

Cogemos un taxi. No me fijo mucho porque cada vez me molesta más la garganta. Cuando llegamos a casa decido que voy a comenzar con los antibióticos. Me meto en la cama y muero.

Resucito ayer sábado.

Entremedias, sueños lisérgicos, la marquesa cuidando de todo y una alpargata zarapastrosa de flemas en la garganta.

Y el martes nos vamos a Nueva Zelanda.

Afortunadamente tengo tiempo de sobra para conocer Melbourne. Hoy, mañana, o en cualquier otro momento del resto de mi vida.

viernes, febrero 13, 2009

Besos de sangre

“Me esclavizo en ti, aunque el duro látigo de indiferencia, con el que arrancas mi carne macilenta, me abre el alma de dolor. Lamo tu puño de acero aun sabiendo que un día lo usarás para aplastarme la cabeza. Te odio, pero te amo por encima de todo, y lo demuestro besando con ternura tus labios crueles. No puedo vivir sin ti y no puedo pasar un segundo más contigo. En ese mortal equilibrio pasan, lánguidos, mis días...”

Escribía estas líneas con las lágrimas inundando mis ojos, cuando un tremendo portazo anunció la llegada del hijo puta. Otra vez borracho y fuera de sí. Dando voces, me buscaba en la penumbra en la que me intentaba, en vano, ocultar. Me encontró, por supuesto. Agarró mi cuello, ya lleno de señales anteriores y aplastó mi maltrecho cuerpo contra la pared, tirando estruendosamente uno de los cuadros del salón. Estrelló su puño en mi cara. Mi boca se torció escupiendo sangre y dientes arrancados. Me soltó y caí de rodillas en el suelo. Aprovechó mi posición para patear mi cabeza.

Todo se nubló...

... Llegó la mañana.

El sitio en el que caí fue mi lecho esa noche. El tarareo de una cancioncilla me despertó. El hijo puta estaba delante de mi, con un vaso de agua y un analgésico, canturreando tranquilamente.

– Perdona lo de anoche, cariño, pero ya sabes que a veces pierdo los papeles. Tu sabes que te quiero con locura. – Su sonrisa hipócrita me producía náusea. – Toma esta pastilla y estarás como nueva.

Cubrí la cara con mis manos y no quise mirarle más.

Se marchó a trabajar, con su inmaculado traje chaqueta, con su impecable porte, con su sonrisa galante, su simpatía y su fama de buen hombre. Luego vendrían las flores y las disculpas, luego vendrían los besos... malditos besos con sabor a sangre.

v.m.j.a

El brillo de los cristales rotos

Veo en el suelo gris de la calle algo que llama poderosamente mi atención. Me acerco. Son sólo cristales rotos iluminados al capricho de un rayo de sol. Sigo mi camino, pero antes, guardo en mi bolsillo un pedacito.

v.m.j.a.
nov 2008