Ya pocos se acuerdan, pero aquel curso 1989-90 fue uno de los más movidos en nuestra Universidad. Yo era alumno de primero, recién llegadito de colegio de niños bien, a aquella jungla donde todo era tan distinto.
Comenzó, al principio como un rumor, en el mes de enero, que se fue extendiendo vertiginosamente por todos lados. Se oía hablar de huelgas, movilizaciones y encierros, todo para pedir una “enseñanza decente” en aquella Escuela de Informática. Utópicos nosotros, quisimos extender este movimiento no sólo en la Universidad de Extremadura sino en todo el país (pobrecitos). El fondo era mucho menos romántico. El alto índice de suspensos en algunas asignaturas, hicieron que los alumnos se levantasen y alzaran la voz. A estas alturas no sé si había o no razón por nuestra parte. A mi, alumno de primero, que no sabía muy bien aún por donde le venían los tiros, además me tocó ejercer de subdelegado (eterno delegado en funciones) de curso. Nuestro querido primero se unió a aquel movimiento. Trabajé desde el principio, por una causa que creía justa. Mi coche recorría las calles con una pancarta adherida, luché en eternas reuniones áridas y destrocé mi voz en “mítines” clandestinos.
Comenzaron los encierros en el viejo edificio de correos en la calle Pizarro, donde estaba entonces la Politécnica, encierro que mantuvimos hasta el final, aunque eran muchos los domingos por la mañana que tan solo dos o tres fuimos capaces de llegar allí a las ocho para mantener fielmente nuestro turno. Allí me hice experto jugador de Trivial y de otras cosas, allí se entablaron eternas tertulias y allí perdí muchas preciadas horas. Organizamos una gran manifestación, como hasta entonces no se había visto en Cáceres. Fuimos alagados en los medios de comunicación por la organización y el civismo, pero la práctica realidad indicaba que nadie parecía escucharnos. Entonces salieron a la luz los sectores más radicales. Se comenzaron a dar cortes de carretera, a volcar algunos contenedores y las carreras delante de los nacionales, que entonces seguían vistiendo de marrón. Salíamos a diario en los periódicos, la gente hablaba de nosotros y al final conseguimos la mediación política de la Junta. Me tocó ir a Mérida a representar a mi curso y allí, se acordó la vuelta a las aulas con el sabor agridulce de no saber si se había ganado o perdido.
El último examen de aquel año lo hice en julio. Aprobé dos asignaturas y de milagro. Mi paso por la política fue breve pero intenso, lo justo como para a día de hoy no volver a meterme en estas historias. Hubo gente que sin mojarse salió muy beneficiada y otros que se tuvieron que largar a otras universidades. Los más, como mi caso, perdimos un año y ganamos una experiencia. De esta época podía escribir largo y tendido, pero como muestra y resumen, quedan estas pocas palabras y la pequeña pancarta de “Informática en lucha” que aún guardo en una caja de mi trastero.