Estaba trabajando con el portátil en el salón. Mi hermano entró hablando por teléfono.
- Sí, entonces, ¿vienes para acá? ¿Sí? Venga, vale.
Colgó. Tenía los ojos llorosos.
- Enrique, échame una mano, que no sé si puedo controlar la situación.
- Sí, claro, dime
- A mamá ya no le responden las pupilas. Eso quiere decir que está entrando en la última fase.
- ¿Y papá?
- Acabo de hablar con él, está en la calle. Viene ahora.
- ¿Hay alguien en la habitación?
- Sí, está Manolo.
Fui a avisar a mi abuelo. Estaba en el baño.
- ¿Abuelo? ¿Estás ahí?
- Sí, un momento.
Fui a la habitación. Manolo estaba sentado junto a mi madre, cogiéndole la mano. Ella tenía la mirada perdida. Fui a buscar de nuevo a mi abuelo.
- Abuelo, sal.
- ¡Ya voy, un momento!
Salí al balcón. Mi padre estaba llegando. Entré a decírselo a Javi. Mi abuelo estaba ahora en la cocina.
- Abuelo, que mamá ya se está muriendo.
Me miró sin comprender. Volví a la habitación. Javi, Manolo y mi padre rodeaban la cama. Mi madre estaba sentada, apoyada en unos cojines. Su cabeza ladeaba a la derecha, los ojos mostrando sorpresa, la mirada vacía. Respiraba con la boca muy abierta, haciendo ruido, con dificultad. Y muy lentamente. Estuvimos un minuto en silencio. Digo un minuto porque mi sensación fue que pasó todo muy rápido, pero pudieron haber pasado segundos, varios minutos o media hora. Mi abuelo salió de la habitación. Tras un instante fui a buscarle. Estaba en su cama, llorando.
- Abuelo, ¿estás bien?
- ¡Ve con tu madre!
Así que volví a la habitación. Tras otro rato de espera, mi madre comenzó a boquear. Los estertores de la muerte, le dicen. Unos instantes más, y se quedó inmóvil. Javier se acercó, le tomó el pulso y le inspeccionó las pupilas. 'Creo que ya está', dijo, dirigiéndose a mi padre. Éste se acercó y le tomó el pulso a su vez. Luego se echó a llorar y le cerró los ojos. Es lo bueno de tener un médico en la familia. No tienes que ir al hospital, te traen las medicinas a casa y cuando se muere tu madre ellos pueden certificar la muerte. Así no hay extraños.
Nos acercamos uno a uno y le dimos un beso. Mi padre dijo que iba a la funeraria. Yo dije que iba también. Manolo y Javi se organizaron para vestir a mi madre. Eran las 12'15h.
Al cruzar San Francisco nos encontramos con el amigo de mi padre, el de la funeraria.
- Hombre, mira qué casualidad, precisamente iba a buscarte... Mi mujer acaba de fallecer.
Tuvimos mucha suerte porque no sabíamos si iba a estar, pues era sábado por la mañana. Fuimos a su oficina y elegimos el ataúd y la esquela. Queríamos incinerarla, así que arreglamos también los detalles del funeral (al día siguiente en la capilla del tanatorio, ya que San Juan Bautista estaba de obras) y del traslado al cementerio. Aproveché para llamar a mi tía Ana.
- Hola Enrique, estamos en el campo, por eso he tardado en cogerlo.
- No te preocupes, no pasa nada.
- Dime.
- Que, mi madre, se ha muerto hace un rato.
Hubo un silencio al otro lado de la línea. Supongo que no por esperado el golpe es menos duro.
- Lo siento mucho.
- Ya lo sé, muchas gracias.
- ¿Queréis que vaya para allá a prepararla? Se lo puedo decir a Isabel, que seguro que también quiere venir.
A mi tía se le quebraba la voz por momentos.
- No, no hace falta, gracias, yo estoy con mi padre en la funeraria y Manolo y Javi se están encargando de vestirla.
- Pero es muy duro, y os podemos ayudar.
- No, de verdad. Preferimos hacerlo nosotros, y que no haya nadie más.
- Sí, claro, claro, mejor. Así tenéis más intimidad.
- Te quería decir, ¿el sacerdote ése que vino antes a casa...?
Nos perdimos en detalles del funeral. Ana dijo que iba a ir avisando a la gente. Yo le dije que no viniera nadie a casa, que los mandara a todos directamente al tanatorio.
Al terminar volvimos a casa. Por el camino nos encontramos con otro amigo de mi padre.
- ¡Hola Manolo! ¿Qué tal todo? ¿Cómo está tu mujer?
- Pues, tengo malas noticias, lamentablemente acaba de fallecer...
No pudo seguir. Se le saltaban las lágrimas. Es normal, mi padre quiere mucho a mi madre. La quería mucho. Bueno, la quiere.
Subimos a casa. Mis hermanos ya habían vestido a mi madre. Estaba muy guapa, como siempre. Le habían puesto los zapatos nuevos, unos que le habían comprado sus amigas hace poco, un pantalón negro, una blusa blanca y su rebeca beige. En la cocina andaban Manolo y mi abuelo, haciendo algo de comer. Les expliqué los detalles. Mi abuelo no decía nada. Sobre las 14,30h vendrían los de la funeraria. Al día siguiente, a las 12, se oficiaría la misa, y luego iríamos al cementerio a incinerarla. Así que comimos los cinco, sin hablar demasiado. No habíamos terminado aún cuando vinieron a por mi madre. El ataúd no cabía por el pasillo, así que entramos con el sudario en la habitación, la envolvimos y la sacamos a la entrada. Y luego se la llevaron.