jueves, mayo 31, 2012
Cuando fuimos tan crueles
A la hora del recreo, hay siempre un niño solo en el patio. Todos los
demás juegan mientras él se refugia en un rincón. Mira a los otros con
una mezcla de envida, admiración y vacío, muy quieto, como si temiera
ofender a alguien. Tiene nueve años y ya sufre la herida que tendrá
abierta toda su vida. Es diferente a los demás y lo rechazan por eso. No
se le dan bien las matemáticas, ni la lengua, ni siquiera la gimnasia.
Sin embargo, no le falta una sonrisilla en la cara cada vez que alguno
le llama por su nombre, aunque sea para burlarse de él.
Lo
recuerdo así, paradito, mirando fijamente con aquellos ojos grandes y
desproporcionados. Eran principios de los años ochenta y estábamos en
cuarto curso. Por entonces las cosas funcionaban de otra forma. Había un
profesor al que le gustaba ridiculizarlo delante de todos. Le hacía que
se tumbara en el suelo, que saltara, que cantara con su vocecilla
aguda, que hiciera el mono... Los demás nos reíamos a carcajadas y
aquellos momentos eran los más felices del día en nuestros pequeños y
crueles corazones. Ahora me parece que fui cómplice de algo horrible,
pero yo era “normal”, como mis compañeros, y había que despreciar al
diferente. Existían normas no escritas que justificaban nuestra
conducta.
Vergüenza. Ese es el sentimiento que sobrevuela mi
cabeza cada vez que algún recuerdo al azar me trae las imágenes de aquel
niño que un buen día desapareció del colegio y que nunca más volvimos a
ver. Finalmente supimos que sus padres habían aceptado la realidad y se
lo habían llevado a otro sitio donde le pudieran ayudar. Por desgracia,
del profesor solo conservo su estampa despiadada. No digo que aquel
hombre no tuviera también valores positivos, pero jamás me llegaron a
calar sus enseñanzas.
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Victor Manuel Jiménez Andrada
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viernes, mayo 25, 2012
Edades
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didgewind
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Etiquetas: amor, consciencia, didgewind, relaciones
domingo, mayo 20, 2012
El miedo
El miedo es el título de uno de los relatos más conocidos
del escritor uruguayo Eduardo Galeano. En el mismo describe
magistralmente, en apenas cuatro líneas, el sufrimiento de un pequeño
conejo de indias al que le abren la puerta de la jaula. Cuando el
animalito ve la posibilidad de escapar, le produce tanto terror lo que
hay más allá de los barrotes, que se queda quieto, en su sito,
temblando.
Los políticos, reforzados por los medios de
comunicación, se dedican a pregonar a los cuatro vientos lo mal que van
las cosas, el déficit tan tremendo que sufrimos, el número de parados,
la falta de solvencia económica, la pobreza... y aún vaticinan tiempos
peores. Uno se imagina el futuro a corto plazo como un Apocalipsis
terrible.
Si bien es cierto que estamos sumergidos en una grave
crisis, parece que unos y otros pretenden usar estos argumentos para
justificar cualquier tipo de recortes, de rebajas salariales y de
disminución en los derechos sociales que tantos años de lucha han
costado conseguir. Infunden miedo en la gente, en el ciudadano de a pie,
que se ve al borde de un abismo oscuro y desconfianza en el
emprendedor, que no se atreve a dar el primer paso por no hundirse en
arenas movedizas. El miedo echa raíces en cada individuo, que a su vez
se encarga de contagiar a otros. El temor al futuro nos está
encadenando, enjaulando en un presente en el que nos dedicamos a vivir
con el espíritu mermado.
En estos tiempos, parece que el cuento
de Galeano está más de actualidad que nunca. Somos como el pequeño
conejo de indias, que ante el desconocimiento de lo que hay más allá y
ante las perspectivas que otros auguran, ni siquiera se plantea dar un
paso hacia un nuevo horizonte, hacia un destino que de alguna manera
controle.
El miedo nos tiene paralizados y mientras tanto, quienes se aprovechan de las circunstancias, siguen haciendo caja.
Publicado por
Victor Manuel Jiménez Andrada
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miércoles, mayo 16, 2012
15Musica y Video
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didgewind
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viernes, mayo 11, 2012
Opiniones de gente "respetable" sobre la Marihuana
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didgewind
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Etiquetas: consciencia, didgewind, legalización, marihuana
Manis del 12 de Mayo
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didgewind
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jueves, mayo 10, 2012
Elegir
Hay muchas ocasiones en la vida en las que es complicado decantarse
por una postura determinada. Elegir un camino condiciona y más cuando
uno titubea en la encrucijada, sobre todo si los argumentos de las
partes enfrentadas tienen razón. ¿Puede ser algo blanco y negro a la
vez? Si entendemos la verdad como relativa, sí.
Me parece que a
mi edad, tengo las ideas asentadas, pero sobre esa base más o menos
fuerte, se construyen torres de cristal que amenazan con desmoronarse
con la brisa más leve.
Hace mucho tiempo —tendría yo unos veinte
años—, creía tener unos principios sólidos, asentados sobre rocas
firmes. Veía a mi alrededor a mucha gente perdida, sin ese faro que
marca con claridad el rumbo a seguir en las noches más cerradas. Pensaba
que tenía suerte porque no era como esos pobres naúfragos que buscaban
en mitad de la nada un tablón al que agarrarse. Estaba contento con mi
forma vivir. Pero habitaba entonces en una isla y no lo sabía. Mi mundo
estaba separado de los otros y sin se consciente, había construído mis
pilares en terreno volcánico.
Lo que ocurrió después, cualquiera
se lo puede imaginar. Primero fue un temblor de tierra, suave, casi
inapreciable, luego un latigazo y al final, la temida erupción que
arrancó de raiz mis cimientos.
Por eso digo que es tan
complicado elegir, porque los principios en los que se fundamenta el
pensamiento pueden cambiar con un movimiento bajo los pies. Nadie está
exento de esto y de hecho, vemos ejemplos a nuestro alrededor cada día.
Esta
reflexión viene a cuento porque he llegado a la siguiente conclusión:
me cuesta adoptar una postura determinada. Hay momentos, en los que con
toda rotundidad, señalo mi preferencia, pero hay otras muchas veces, en
las que no sé por dónde ir. Entonces me siento molesto, porque no solo
pienso en mí, sino en lo que los demás pensarán y ahí está mi verdadero
dilema y mi error.
Publicado por
Victor Manuel Jiménez Andrada
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