5 años de vícaro: Las cárceles del alma
Fecha original de publicación: 20 de mayo del 2009
Autor: merteuil
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Sentada en el ordenador, escribiendo de manera que me pueden leer en cualquier lugar del mundo, me olvido de dónde estoy y todo me parece fruto de una pesadilla. Pero si vuelvo la cabeza veo que no, que no estoy soñando, que sigo en India, en la cárcel de mujeres, en la sala de ordenadores donde nos dejan estar unas horas un día a la semana. La mayoría de las páginas están capadas pero no tengo interés en leer lo que ocurre en el mundo exterior, sólo necesito escribir. Sacar a pasear de su encierro a mi alma ya que no puedo sacar a mi cuerpo.
Que cómo he acabado entre rejas es algo difícil de creer. Para empezar yo no debería estar aquí. Pero eso es lo que piensa la mayoría de nosotras. Ayer se llevaron a mi compañera de celda envuelta en ese papel de aluminio que utilizan para que no se vean o se huelan los cadáveres. Según ella misma apuñaló a su marido hasta verlo muerto. No es que yo pueda decir que el tío se lo merecía, pero tener encerrada a tu mujer en casa debería ser delito. Pero no lo es, y menos en India. Mamattha se sentía tan culpable, tenía tanto miedo de que la fueran a ejecutar que prefirió hacerlo ella misma. Así que ahora tengo una celda para mí sola. En mi egoísmo pienso que un poco de intimidad nunca viene mal. Y desear que mi próxima compañera hable inglés o español me anima la mente porque a menudo se ahoga con las palabras que no pueden salir de la garganta.
Las primeras semanas intenté tomármelo como una meditación, meterme tanto en mí misma que no me importara estar aquí dentro. Yo soy una secuencia de latidos, una respiración continua, un alma atrapada en un cuerpo. Un cuerpo encerrado en una cárcel. Así que básicamente estoy doblemente encarcelada. La cosa tiene su gracia. Mi propia cárcel, mi cuerpo, está encerrada en otra cárcel. Si bien mi cuerpo no puede hacerme callar mucho menos lo podrán hacer unas rejas. Mi alma sólo puede ser esclavizada por mí. Nadie más que yo puede encarcelarla. Y si como decía Marea la voz no hay quién la encierre, ni rejas ni paredes, ahora con internet las palabras no hay quién las borre.
Es irónico que haciendo tan poco tiempo que he aprendido a liberar mi alma me encierren a mí entera. Desde que estoy aquí río y lloro a la vez constantemente. Todo me parece para descojonarme y llorar a moco tendido. Así que cuando me desahogo ahogándome en lágrimas estoy lista para echarme a reír. Cada vez que bajamos al comedor y aspiro el olor a curry, a chilli, a pakora, a cúrcuma... me imagino que sigo fuera, paseando por las calles de Hampi, buscando un sitio donde comer. Y es que lo bueno de estar en una cárcel india es que sigues comiendo comida india, que debe ser mejor que la comida de las cárceles españolas. Por lo que cuentan porque lo único que sabía hasta ahora era basado en películas y en algún colega de San Blas que comentaba que donde mejor hachís había fumado era en el talego. Una pena que aquí eso no pase porque el Charas indio abre las puertas de la percepción. Pero cada vez que insinúo a alguna compañera (o colega, no se cómo referirme al resto de mujeres que me acompañan en mi penitencia) que cómo se consigue aquí de fumar me invitan a callar con la mirada. Supongo que además de ser esto India, es India en femenino, así todo está doblemente censurado. Y lo único que me consuela es pensar que a lo mejor Manuel tiene suerte y puede conseguir de fumar y relajar mente y cuerpo. Aunque Manuel no tiene ni un solo músculo tenso, lo que también me consuela en el caso de que aquí también se estile porculizar a los novatos en el tigre, porque Manuel podía meterse mi mano por el culo en cualquier momento sólo para enseñarme que se pueden tener todos los músculos del cuerpo relajados con sólo creer que se puede hacer. ¡Manuel! ¡Mi amor! ¿Dónde estarás? ¿Estarán nuestras cárceles tan sólo a unos metros de distancia? ¿O te habrán llevado a la otra punta de este país? Manuel, ni siquiera tengo tu email, tu dirección, tu teléfono. ¿Quién nos iba a decir que nos íbamos a separar? Y ahora puede que te haya perdido para siempre, mi vida. Sé que si estuvieras aquí me dirías que eso es imposible, que nuestras almas ya se han encontrado y que nunca se separarán... pero me cuesta tanto creer en esas palabras ahora... Yo quiero estar contigo en cuerpo y alma.
Dejar de ser consciente del tiempo que llevo aquí y del que me queda es la mejor terapia para mí. Me alegro de haber aprendido a hacer que el tiempo sea cero. Aquí hay compañeras que dibujan los típicos palitos de a seis y los tachan con el séptimo para contar las semanas. Dicen que así te vuelves menos loca pero yo estoy convencida de lo contrario; contabilizar este calvario sería mi muerte. Si medito lo suficiente puedo hasta creerme que estoy de retiro espiritual. Y es que nunca he meditado mejor que aquí dentro. Es irónico, ya digo que no paro de reír y llorar todos los días. Incluso estoy aprendiendo hindi, porque el inglés que hablan aquí es tan rudimentario que siempre acabo hablando por señas. Nos vamos conociendo poco a poco. Aquí dentro cada historia que oyes es tan increíble que termina siendo creíble. Y desde luego todas tratamos de pensar que somos inocentes. Y es que un error de cálculo te puede traer aquí. Fumando en el baño del tren por ejemplo, un policía que va de paisano te sale al paso. Te viene con el cuento de que o te folla allí mismo o acabas en prisión. Así que te mete mano como si tuviera 12 años, amasándote las tetas, y parece que está bromeando. Pero cuando se arrima y notas que está empalmado desaparece esa percepción. Manuel está lejos y no puede venir en mi ayuda, pero sé que en cuanto esté a unos metros de mí podrá sentir el miedo en los latidos de mi corazón y vendrá a ayudarme. Y sí, viene, y le dice al policía que si no le da vergüenza estando casado… Y el tío baja la cabeza humillado porque sabe que Dios le está mirando. Pero para entonces una mujer nos ha visto y el lío ya está montado. Y me separan de mi vida, de mi amor, y le veo alejarse sonriéndome y cantando para mí, para que no tenga miedo. Y se lo llevan a rastras entre 5 porque no pueden con él. Y le devuelvo el amor con otra sonrisa. Y pensando en él me olvido de que estoy en comisaría y de que me están encerrando entre 3 paredes y unas rejas. Y no se me borra la sonrisa porque el amor llena mi cuerpo, mi alma mi todo. Y los policías deben pensar que estoy fumada o loca pero me da igual. Ya no puedo hacer nada de todas maneras.
Y aquí sigo, viviendo el momento presente, sin pasado ni futuro. Haciendo mucho yoga y meditando más que nunca. Prestando más atención que nunca a mi respiración y a mis latidos… así que a veces me parece que cuando estaba encarcelada era cuando estaba fuera. Y es que empiezo a perder la noción de dentro y fuera, de viva o muerta. Empiezo a entender lo de ser uno con el universo porque a veces pierdo por completo mi identidad, y mi ego se está muriendo. Y eso es lo mejor que le puede pasar a una, aunque desde luego irónico que haya necesitado estar aquí dentro para que suceda.
Y claro, todo sería más fácil si no tuviera que mentir cada vez que escribo a mis padres, lo que daría por verles, por darles un abrazo. Pero no puedo decirles dónde estoy, vendrían a verme y se les caería el mundo encima. Y a mí, por lo único que se me empieza a caer el mundo encima es porque sin compañera de celda no puedo alcanzar la ventanita por la que se ve el atardecer, con esa transición de colores con los que atardece aquí en India. Lo que más deseo es que mi próxima compañera sea alta, como Mamattha, y subirnos a hombros para alcanzar a ver el sol con nuestros ojos. Porque por mucho que aprenda a vivir con el sol que llevo dentro creo que nunca querré prescindir del que brilla ahí fuera.
Y hoy he encontrado una edición en inglés de "Las cárceles del alma" que me recuerda tantos libros devorados en el metro camino al instituto. No podía haber encontrado otro título más acertado en estos momentos. Quién me iba a decir que lo releería aquí dentro.
Sentada en el ordenador, escribiendo de manera que me pueden leer en cualquier lugar del mundo, me olvido de dónde estoy y todo me parece fruto de una pesadilla. Pero si vuelvo la cabeza veo que no, que no estoy soñando, que sigo en India, en la cárcel de mujeres, en la sala de ordenadores donde nos dejan estar unas horas un día a la semana. La mayoría de las páginas están capadas pero no tengo interés en leer lo que ocurre en el mundo exterior, sólo necesito escribir. Sacar a pasear de su encierro a mi alma ya que no puedo sacar a mi cuerpo.
Que cómo he acabado entre rejas es algo difícil de creer. Para empezar yo no debería estar aquí. Pero eso es lo que piensa la mayoría de nosotras. Ayer se llevaron a mi compañera de celda envuelta en ese papel de aluminio que utilizan para que no se vean o se huelan los cadáveres. Según ella misma apuñaló a su marido hasta verlo muerto. No es que yo pueda decir que el tío se lo merecía, pero tener encerrada a tu mujer en casa debería ser delito. Pero no lo es, y menos en India. Mamattha se sentía tan culpable, tenía tanto miedo de que la fueran a ejecutar que prefirió hacerlo ella misma. Así que ahora tengo una celda para mí sola. En mi egoísmo pienso que un poco de intimidad nunca viene mal. Y desear que mi próxima compañera hable inglés o español me anima la mente porque a menudo se ahoga con las palabras que no pueden salir de la garganta.
Las primeras semanas intenté tomármelo como una meditación, meterme tanto en mí misma que no me importara estar aquí dentro. Yo soy una secuencia de latidos, una respiración continua, un alma atrapada en un cuerpo. Un cuerpo encerrado en una cárcel. Así que básicamente estoy doblemente encarcelada. La cosa tiene su gracia. Mi propia cárcel, mi cuerpo, está encerrada en otra cárcel. Si bien mi cuerpo no puede hacerme callar mucho menos lo podrán hacer unas rejas. Mi alma sólo puede ser esclavizada por mí. Nadie más que yo puede encarcelarla. Y si como decía Marea la voz no hay quién la encierre, ni rejas ni paredes, ahora con internet las palabras no hay quién las borre.
Es irónico que haciendo tan poco tiempo que he aprendido a liberar mi alma me encierren a mí entera. Desde que estoy aquí río y lloro a la vez constantemente. Todo me parece para descojonarme y llorar a moco tendido. Así que cuando me desahogo ahogándome en lágrimas estoy lista para echarme a reír. Cada vez que bajamos al comedor y aspiro el olor a curry, a chilli, a pakora, a cúrcuma... me imagino que sigo fuera, paseando por las calles de Hampi, buscando un sitio donde comer. Y es que lo bueno de estar en una cárcel india es que sigues comiendo comida india, que debe ser mejor que la comida de las cárceles españolas. Por lo que cuentan porque lo único que sabía hasta ahora era basado en películas y en algún colega de San Blas que comentaba que donde mejor hachís había fumado era en el talego. Una pena que aquí eso no pase porque el Charas indio abre las puertas de la percepción. Pero cada vez que insinúo a alguna compañera (o colega, no se cómo referirme al resto de mujeres que me acompañan en mi penitencia) que cómo se consigue aquí de fumar me invitan a callar con la mirada. Supongo que además de ser esto India, es India en femenino, así todo está doblemente censurado. Y lo único que me consuela es pensar que a lo mejor Manuel tiene suerte y puede conseguir de fumar y relajar mente y cuerpo. Aunque Manuel no tiene ni un solo músculo tenso, lo que también me consuela en el caso de que aquí también se estile porculizar a los novatos en el tigre, porque Manuel podía meterse mi mano por el culo en cualquier momento sólo para enseñarme que se pueden tener todos los músculos del cuerpo relajados con sólo creer que se puede hacer. ¡Manuel! ¡Mi amor! ¿Dónde estarás? ¿Estarán nuestras cárceles tan sólo a unos metros de distancia? ¿O te habrán llevado a la otra punta de este país? Manuel, ni siquiera tengo tu email, tu dirección, tu teléfono. ¿Quién nos iba a decir que nos íbamos a separar? Y ahora puede que te haya perdido para siempre, mi vida. Sé que si estuvieras aquí me dirías que eso es imposible, que nuestras almas ya se han encontrado y que nunca se separarán... pero me cuesta tanto creer en esas palabras ahora... Yo quiero estar contigo en cuerpo y alma.
Dejar de ser consciente del tiempo que llevo aquí y del que me queda es la mejor terapia para mí. Me alegro de haber aprendido a hacer que el tiempo sea cero. Aquí hay compañeras que dibujan los típicos palitos de a seis y los tachan con el séptimo para contar las semanas. Dicen que así te vuelves menos loca pero yo estoy convencida de lo contrario; contabilizar este calvario sería mi muerte. Si medito lo suficiente puedo hasta creerme que estoy de retiro espiritual. Y es que nunca he meditado mejor que aquí dentro. Es irónico, ya digo que no paro de reír y llorar todos los días. Incluso estoy aprendiendo hindi, porque el inglés que hablan aquí es tan rudimentario que siempre acabo hablando por señas. Nos vamos conociendo poco a poco. Aquí dentro cada historia que oyes es tan increíble que termina siendo creíble. Y desde luego todas tratamos de pensar que somos inocentes. Y es que un error de cálculo te puede traer aquí. Fumando en el baño del tren por ejemplo, un policía que va de paisano te sale al paso. Te viene con el cuento de que o te folla allí mismo o acabas en prisión. Así que te mete mano como si tuviera 12 años, amasándote las tetas, y parece que está bromeando. Pero cuando se arrima y notas que está empalmado desaparece esa percepción. Manuel está lejos y no puede venir en mi ayuda, pero sé que en cuanto esté a unos metros de mí podrá sentir el miedo en los latidos de mi corazón y vendrá a ayudarme. Y sí, viene, y le dice al policía que si no le da vergüenza estando casado… Y el tío baja la cabeza humillado porque sabe que Dios le está mirando. Pero para entonces una mujer nos ha visto y el lío ya está montado. Y me separan de mi vida, de mi amor, y le veo alejarse sonriéndome y cantando para mí, para que no tenga miedo. Y se lo llevan a rastras entre 5 porque no pueden con él. Y le devuelvo el amor con otra sonrisa. Y pensando en él me olvido de que estoy en comisaría y de que me están encerrando entre 3 paredes y unas rejas. Y no se me borra la sonrisa porque el amor llena mi cuerpo, mi alma mi todo. Y los policías deben pensar que estoy fumada o loca pero me da igual. Ya no puedo hacer nada de todas maneras.
Y aquí sigo, viviendo el momento presente, sin pasado ni futuro. Haciendo mucho yoga y meditando más que nunca. Prestando más atención que nunca a mi respiración y a mis latidos… así que a veces me parece que cuando estaba encarcelada era cuando estaba fuera. Y es que empiezo a perder la noción de dentro y fuera, de viva o muerta. Empiezo a entender lo de ser uno con el universo porque a veces pierdo por completo mi identidad, y mi ego se está muriendo. Y eso es lo mejor que le puede pasar a una, aunque desde luego irónico que haya necesitado estar aquí dentro para que suceda.
Y claro, todo sería más fácil si no tuviera que mentir cada vez que escribo a mis padres, lo que daría por verles, por darles un abrazo. Pero no puedo decirles dónde estoy, vendrían a verme y se les caería el mundo encima. Y a mí, por lo único que se me empieza a caer el mundo encima es porque sin compañera de celda no puedo alcanzar la ventanita por la que se ve el atardecer, con esa transición de colores con los que atardece aquí en India. Lo que más deseo es que mi próxima compañera sea alta, como Mamattha, y subirnos a hombros para alcanzar a ver el sol con nuestros ojos. Porque por mucho que aprenda a vivir con el sol que llevo dentro creo que nunca querré prescindir del que brilla ahí fuera.
Y hoy he encontrado una edición en inglés de "Las cárceles del alma" que me recuerda tantos libros devorados en el metro camino al instituto. No podía haber encontrado otro título más acertado en estos momentos. Quién me iba a decir que lo releería aquí dentro.
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