Monicca (I)
Lo malo de encontrar
el amor verdadero
es que luego
cualquier otra cosa
te parece insustancial.
Lo malo de encontrar
el amor verdadero
es que después
conoces chicas interesantes,
incluso atractivas,
pero que no te dicen nada.
Lo malo de encontrar
el amor verdadero
es que te sientes tan vivo,
desprendes tanta luz
que todo el mundo lo percibe,
la gente se siente atraída,
intenta seducirte,
pero tú lo único que quieres
es estar solo.
Lo malo de encontrar
el amor verdadero
es cuando se acaba.
- Estoy en La Casa de Granada, con unas amigas.
La voz de Merteuil sonaba sugerente, a las 7 de la tarde de un domingo cualquiera en el centro de Madrid. Llevaba todo el día en la oficina y me apetecía dar una vuelta para despejarme un poco. Y un fin de noche compartiendo vinos con la marquesa y sus amigas resultaba una propuesta imposible de rechazar.
- No os mováis, estoy en veinte minutos.
Me acerqué caminando al bar, junto a la plaza de Tirso, al tiempo que el sol se ponía en el horizonte. Merteuil estaba bebiendo cerveza y fumando algún porro que otro. Me pedí un tinto con limón.
- ¿Qué tal el día?
- Cansado. Pero vengo muy vital.
Así me sentía yo: vital. Tenía la sensación de que me podía comer el mundo, que toda la energía del universo se concentraba en mí.
- ¿Habéis hecho algo el fin de semana?
- Nada, lo de siempre.
Pedimos otra ronda de cervezas y tintos, pero el bar estaba cerrando. Así que nos fuimos al Máximo, en Lavapiés. Allí pedimos más cervezas, y yo me pasé al tinto a secas.
- Te veo bien.
- Ya te digo que vengo muy vital.
Seguimos bebiendo. La conversación transcurría sin sobresaltos, con muchas risas, y las rondas se acumulaban en la barra. Empecé a notarme algo mareado.
- ¿Has leído los últimos comentarios en el blog?
Una pareja entró en el bar. Se sentaron en una mesa al lado de la puerta. Me fijé en la chica. Vaya, pensé.
Ella se dio cuenta de que la miraba, sonrió, e hizo gesto de arreglarse el pelo.
Vaya, volví a pensar, y sonreí a mi vez.
Seguimos bebiendo vino, y mirándonos de vez en cuando. Lástima de ir borracho, no me gustaría meter la pata. Bueno, lo que tenga que suceder, sucederá.
- ¿Te quieres hacer un porro? Me estaba costando vocalizar.
- Bueno.
¿Había anochecido ya?
- No tenemos papel.
- Espera.
Me levanté con decisión, aunque con poco equilibrio, sabiendo a quién se lo iba a pedir. Me acerqué a la mesa de la esquina y mirando a la chica a los ojos les pregunté si tenían papel.
- Espera un momento.
Rebuscó en su bolso y sacó un librillo.
- Toma dos, para luego, me dijo sonriendo.
- Muchas gracias.
Volví donde Merteuil y le di uno de los papelillos. El otro me lo guardé de recuerdo. Al rato me acerqué a la barra y pedí papel y bolígrafo. Dividí el folio en dos, anoté un par de cosas y me volví a acercar a la pareja.
- Tomad, esto es la dirección de un blog que tenemos con unos amigos.
- Ah, gracias.
- ¿De qué es, de cine, de fotografía...?, preguntó él.
- No, qué va. Son escritos, un poco de todo, poesía, relatos cortos... cada uno escribe lo que le apetece.
- Gracias, repitió ella, y volvió a sonreír. Qué ojos más bonitos, pensé. Volvía a ser consciente de que andaba bastante borracho.
- ¿Cómo te llamas?, me preguntó.
- Enrique. ¿Y vos?
- Yo me llamo Monicca. Encantada.
Tenía un leve acento extranjero. Nos dimos dos besos. Me gustaba su olor.
- Hola, yo soy Enrique, dije tendiendo la mano hacia el chico.
- Qué tal, yo soy Pablo.
- ¿De dónde eres, Monicca?
- Soy italo-asturiana. ¿Y tú, eres argentino?
- No, de Badajoz. Sonreí adivinando el origen de la confusión entre el vos argentino y el voseo heredado de mi tiempo en Cali.
- ¿Cómo?
- De Badajoz, Extremadura. Esto es Portugal, esto es Andalucía, aquí está Extremadura y esto es Badajoz, expliqué, al tiempo que dibujaba un mapa imaginario en el aire.
- Pues gracias por la dirección. Ya le echaremos un vistazo.
- Es http://revistavicaro.blogspot.com. Os he apuntado también mi mail, por si queréis comentarme algo.
- Vale. Volvió a sonreir. Qué ojos más bonitos.
- Pues nada, a ver si nos vemos pronto.
- Seguro.
La noche no dio para mucho más. En un momento dado las amigas de Merteuil se fueron y nos quedamos ella y yo solos. La parejita seguía a lo suyo, hasta que una vez que pedí otros dos vinos, sentí un leve toque en el brazo.
- Enrique, creo que eso es tuyo.
Me volví y era Monicca. Sonreía. Dios, ¿es que nunca paraba de sonreír? Y esos ojos...
- Gracias, balbuceé como pude recogiendo los dos vasos de la barra.
A ver si consigo centrarme un poco y les digo a Monicca y a Pedro que se unan a nosotros, pensé en un momento de lucidez. Pero ya era demasiado tarde. Al levantar la vista desaparecían por la puerta del bar.
La marquesa y yo seguimos hasta tarde de bares y de confidencias. De madrugada nos arrastramos hasta la cama. Me desnudé y me dormí pensando en que acababa de conocer a un ángel.
(Fin de la primera parte)