miércoles, octubre 17, 2007

3

Espera...¿qué hora es? Las 13:30h. Buff, mierda de resaca. Hacía tiempo que no me cogía una así... ¿Dónde acabamos? Ni idea, a saber. ¿La Fontana de Oro, tal vez? No recuerdo. El caso es que tampoco bebí demasiado. Bueno, sí, entre el vino de la cena, los licores, los Cutty con cola, y los sorbos de los vasos de los demás, a saber. Y además, los porros. Y encima, como siempre, sin comerme un rosco. Soy patético.

Joder, qué dolor de cabeza. ¿Es que no me bebí los tres vasos de agua correspondientes? No lo recuerdo bien, así que supongo que no. Estos martillazos en la sien... Bueno, me lo pasé bien. Nos lo pasamos bien. Aunque ya no estoy para muchos trotes como éstos, qué mierda. A ver si desayunando algo... uff, mi estómago. Mejor me ducho primero, así me quito de la piel toda la mierda que llevo encima: sudor, olor a tabaco, y semen. Siempre igual, al final llego solo a casa, totalmente fumado, totalmente bebido, o ambos, y con unas ganas de sexo, como si no hubiera follado en años. Y hala, a hacerme una paja. Que está muy bien y es muy sano, pero me deja una sensación de culpabilidad... supongo que la educación religiosa. Bah, es una gilipollez, a ver si de una puta vez supero mis traumas.

Ligar, siempre ligar. ¿Por qué los tíos le daremos siempre tanta importancia al sexo? También la educación, supongo. Las niñas, cuando salen, salen principalmente a divertirse. Los tíos, principalmente a ligar. Claro que ellas lo tienen mucho más fácil, si necesitan compañía hay un montón de tíos dispuestos a dársela. Deberíamos cambiar el mundo, equilibrarlo. La compañía nocturna es agradable, el cariño siempre es reconfortante. Te hace sentirte mejor. Seríamos mucho más felices, mucho más seguros, si no tuviéramos tanto miedo de expresar nuestro cariño. Y menos agresivos.

- Buenos días.

Miralles entró en la cocina. Con el pijama puesto y sin gafas, parecía un científico loco, con el cabello de punta y sin peinar.

- Buenos días. ¿Quieres un café?

- No, gracias, voy a tomar un zumo. ¿Quieres tú uno?

- Sí, gran idea. Tengo la cabeza que me va a reventar.

- No me lo creo.

Los dos sonrieron. Ambos compartían esa complicidad que se suele dar entre personas que tienen un mismo sentido del humor.

- ¿Dónde terminamos anoche? Estoy intentando recordar, pero no soy capaz.

- En la calle.

- Vale, me refiero a antes de venir para casa.

- En la calle. ¿No te acuerdas que nos echaron de un taxi, y nos quedamos tirados en la calle como dos gilipollas?

Joder, era verdad. Al salir del último bar, Miralles y yo fuimos a coger un taxi con dos chicas que habíamos conocido dentro. Todo parecía muy normal, hasta que al entrar en el coche una de ellas me dio un empujón que me hizo caer al suelo, encima de Miralles. Los dos contemplamos el taxi mientras desaparecía por las venas de la noche. Luego nos miramos y estallamos en risas, tirados por el suelo como unos diez minutos. Hasta que Joaquín salió del bar, nos hicimos un porro y nos vinimos para casa.

- ¿De qué os reís?

Joaquín acababa de entrar. Recordando la escena habíamos vuelto a empezar a reír, sólo que esta vez sin tirarnos por el suelo.

- De cómo nos dejaron tirados las dos pivas de anoche.

- ¿Y cómo fue?

- Te lo contamos anoche, antes de volver.

- Hicisteis como que me lo contabais. Estabais tan borrachos que no hacíais más que balbucear.

- Pues, que cuando salimos...

Miralles describió la escena. Se le da mejor contar historias que a mí. En general no se me da bien contar historias. Mis amigos se terminan aburriendo cuando les cuento algo que dura más de dos minutos.

Entre los tres reconstruimos la velada. Habíamos cenado en ‘Viento del Sur’, un restaurante de comidas del mundo, muy barato, que además destinaba parte de sus ingresos a distintas ONGs. Allí disfrutamos de la comida, el buen vino y la grata compañía de dos amigas de Joaquín, muy guapas y muy simpáticas, por cierto. Joaquín suele ir siempre bien acompañado, aunque no tiene pareja estable. Un alma solitaria, supongo. Como la de casi todos. Después, ya bastante contentos, comenzamos el desfile por los bares de la calle La Palma: La Vaca que Ríe Cuando da Leche, el Ombú, la Vía Láctea, el Tupperware... en alguno de ellos, las chicas nos abandonaron. Y entonces, comenzó la cacería. Bueno, exagero. Hace ya tiempo que descubrimos que si buscas ligue, lo más probable es que no lo encuentres y además te acuestes amargado, así que intentamos salir a divertirnos, sin pensar demasiado en el sexo contrario. Pero una cama solitaria es una cama muy fría, cargada con el peso de las noches que no fueron y las noches que no serán, así que siempre te acercas a alguna chica que te parece atractiva, con la esperanza de que será tu alma gemela, al menos hasta que despunte el alba. Kundera escribió que hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos cosas distintas; la primera es deseo, la segunda es amor. Estoy seguro de que muchos hombres de treinta para arriba, cuando salen ‘a ligar’, lo que buscan es lo segundo, pero están tan condicionados por el estereotipo de masculinidad que se centran toda la noche en conseguir lo primero. Como dije antes, el cariño siempre reconforta.

- Al final terminamos en La Palma de Oro, y vosotros ibais tan borrachos que Miralles, antes de entrar, tiró un porro recién hecho después de darle dos caladas. Y tú, Miguel, ni siquiera protestaste. Por cierto, muy buena música y muy buenas chicas. ¿No te acuerdas que estuviste hablando con una bastante tiempo? Se os veía bastante a gusto. ¿Qué pasó?

Intenté recordar esa parte de la noche. Entre brumas me vino a la memoria la imagen de una chica alta, de espalda ancha, con trenzas reggae y un piercing en la nariz. No recuerdo su nombre, no recuerdo la conversación que mantuvimos. Sólo recuerdo sus ojos, azules y verdes al mismo tiempo, limpios como el cielo de Menorca en un atardecer de septiembre, y de una tristeza profunda, melancólica y solitaria.

- No lo sé, sólo sé que estábamos hablando y de repente desapareció.

- Pues es una pena, porque parecía una tía interesante. ¿Qué hacemos hoy de comer?

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