Historias del hidromasaje
Aún no se lo creía: despertó y cuando había realizado su quehacer diario, recordó la experiencia vivida la noche anterior y no dejaba de parecerle más una pesadilla o secuencias de películas que algo real.
Disfrutaba de los placeres del hidromasaje, tanto que había pasado a ser un vicio. Esa noche se lavó el pelo y decidió enjuagarlo con los potentes chorros del hidromasaje. Nunca hubiera creído que aquel redondel con forma de espumadera era también otro tapón. Cuando le pareció que los chorros habían más que aclarado el pelo, quiso salir y se percató de que se le había enredado el pelo en él. Al tirar y no conseguir nada, quitó el tapón para hacer la maniobra más fácil sin agua. ¡Caro error! Aún le absorbió más y más, hasta la frente. Con la cabeza bajo el agua, pensó que lo primero era coger aire, con lo cual, libraría la parte alta de la cara lo primero. No sin esfuerzo, logró sacar la nariz e ir respirando, para continuar el proceso. La puerta cerrada con llave, pues vivía sola y era lo que siempre habían aconsejado. La puerta del cuarto de baño cerrada, para no pasar frío y que la sesión durara lo máximo posible. Las tijeras en la estantería y el móvil fuera.
Todo esto pasaba por su cabeza mientras se decía que estaba claro que no iba a salir de allí y que jamás hubiera imaginado una muerte tan tonta. Dudaba si dejarse o intentarlo una vez más y pidió a sus antepasados ayuda. Su petición fue escuchada, porque tras tres cuartos de hora intentándolo y con todos los tirones de pelo que fueron necesarios, consiguió salir de allí.
Tras sentarse en el sofá, una vez seca, las piernas le temblaban y sólo pasado un rato, el cuerpo empezó a sudar, acusando la tensión vivida.
No sabía si contarlo o no. Era la segunda vez que había visto a la muerte tan cerca.
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