martes, julio 17, 2007

Cieza, Murcia

Estaba llegando a Albacete. Sonó el móvil. Era Alfonso.

- Tío, te juro que las dos únicas veces que me he dejado el móvil en el coche este año, las dos veces que me has llamado.

Sonreí.

- No hace falta que te disculpes, hombre. Como si fuera tan importante.

Eran las 14:35h.

- Escucha, acabo de parar a tomar algo, estoy llegando a Albacete.

- Entonces te queda sólo una hora.

- Guay. ¿Tú estás en casa?

- Estoy volviendo, en 20 minutos llego.

- Vale, nos vemos en un rato, pues. Si no me pierdo.

La autovía seguía su curso, jalonada por algún coche a uno y otro lado. Tras pasar Albacete y tomar el desvío a Murcia, las Montañas Rocosas hicieron su aparición, paisaje del desierto de Almería, patria del spaghetti western de Sergio Leone, Cint Eastwood y Claudia Cardinale. Me gusta este entorno, me resulta muy atrayente. España es diversa.

Llegué a casa de Alfonso y Ester sobre las 16h. Otto empezó a ladrar nada más sentirme. Otro perro se oía a su lado. Tardaron en abrirme.

- Fonso, chaval, cómo vas.

- Ké hay kike, cuanto tiempo.

Nos dimos un abrazo. Es agradable tener amigos a los que casi no ves pero con los que existe un nexo de unión profundo. Claro que quizás ese nexo se mantiene precisamente por no verlos a menudo. Sea como fuere, Alfonso y Ester pertenecen a este grupo.

Los conocí hará tres años, en una playa nudista en Almería. Yo iba de vacaciones creativas con Judit y su sobrina. Fue el verano en el que compusimos Silent World. Al llegar a la playa, montamos la tienda al lado de una parejita con un perro. Eran Ester y Alfonso. Permanecimos cinco días juntos, y al subir hacia Valencia nos quedamos una noche en su casa. Me chocó ver a Ester con ropa, se me hacía raro, después de estar viéndola desnuda durante una semana.

- ¿Y Ester, no está por aquí?

- Está de celebración, es el último día de trabajo. Tío, me coges empanao. Según llegué me eché a dormir, y hasta ahora.

Nos sentamos y hablamos un rato de cómo nos iba en nuestra vida.

- ¿Quieres algo de beber? ¿Una cerveza, una coca cola...?

- Una coca cola está bien, gracias.

Se levantó y cogió un cogollo de hierba de una caja de madera.

- Este año estoy fatal de marihuana, tuvimos poca cosecha y en abril ya se acabó. Me quedan unos restos de una caja que estaba aquí, en el salón, donde meaba la perra. Y un día fue Ester a tirarla y resulta que había unos restos.

- ¿Meados?, pregunté con una sonrisa irónica.

- ¡Sí, meados y todo! Alfonso se echó a reír. Ostia, no tendrás tabaco, ¿verdad?

- No, pero voy a por él. ¿Dónde es, en la gasolinera?

- Enfrente

- Y para salir, al revés que para entrar, ¿verdad?

- Sí. ¿Quieres que vaya contigo?

- Como quieras, no hace falta.

- Venga, te acompaño.

- ¿En tu coche o en el mío?

- ¿El tuyo tiene aire acondicionado? No, Otto, tú esta vez te quedas aquí.

Montamos en el coche y en diez minutos estábamos de vuelta.

- Eso que tenías puesto en el coche, ¿qué era?

- Ni puta idea, música del Kevin, mi ex-batería. El tío también pincha, así que está muy metido en temas de electrónica. De hecho es el que me metió a mí, aunque ahora se ha vuelto muy popero. Muy electro-pop, vamos.

- ¿Conoces a Pink Martini? Es música parecida.

- No me suenan.

Se acercó a la estantería a poner un cd. Aproveché para ir al coche.

- Por cierto, estoy aprendiendo a tocar el didgeridoo. Lo tengo en el coche, voy a por él.

Cuando volví sonaba una música que me resultaba familiar. Alfonso se estaba terminando de hacer un canuto. Me senté y soplé por el tubo, intentando acoplarme a la melodía.

- Eso suena muy bien.

- Gracias, no es difícil. Sólo tienes que hacer vibrar los labios y luego bajar la intensidad.

- Pero tú respiras sin dejar de tocar.

- Eso se llama respiración circular. Físicamente es imposible soltar aire de los pulmones al mismo tiempo que inspiras, así que lo que haces es que de vez en cuando inspiras rápido por la nariz y utilizas el aire de la boca para mantener el sonido, haciendo fuerza con la lengua y las mejillas. Me pasó el porro, le di dos caladas. Como la intensidad del sonido decae en ese momento, intentas respirar acoplándote al ritmo, creando de esa manera un patrón rítmico. Escucha.

Me concentré en el drone, siguiendo el compás de la canción. Las vibraciones del didge hacían resonar los huesos de mi cabeza, atrapándome desde el interior del tubo y transportándome junto con el aire que expulsaba en un ciclo continuo: aspirar por la nariz, bajar a los pulmones, salir a través de los labios por el didge y volver a entrar por la nariz. Era hipnótico. Y la hierba cumplía su función. Alfonso siempre tenía buena marihuana.

Me vino a la cabeza una escena de hace tiempo.

- Ey, esto sí que lo he escuchado. Aquí en tu casa, el año pasado. También me pusiste a los Pink Martini.

- Puede ser, puede ser.

Seguimos fumando y tocando el didge un rato.

- ¿Y a qué te estás dedicando, aparte de currar y hacer la casa?

- Pues mira, se levantó y trajo un libro, hemos creado una asociación para recuperar el Segura. Este libro lo presentaron la semana pasada.

Era un volúmen grande, titulado 'El Segura: el río que nos une'. Estaba lleno de fotos con un pequeño texto que las conectaba.

- Ves, aquí es donde nace. Y éstas son las Pozas de Claver. El tío se ha tirado dos años, claro, ha hecho las fotos en el mejor momento. Porque la última vez que estuve yo aquí, dijo, señalando otra foto, el verano pasado, estaba totalmente seco.

- ¿Y con la asociación ésta, hacéis algo?

- Ahora mismo no, acabamos de fundarla y con el verano estamos todos muy liados, ya para septiembre. Pero se trata de organizar cuadrillas de limpieza, dar charlas, organizar seminarios, concienciar a la peña...

Seguimos pasando páginas.

- Oye, si te cansas de ver fotos dímelo, que igual te aburres.

- Qué va tío, si están de puta madre.

Terminamos de hojear el libro. Muy interesante. Alfonso se levantó un momento. Sonó mi móvil. Era Ester, pero al ir a cogerlo se cortó, por la cobertura. Sonó el móvil de Alfonso. Era Ester de nuevo.

- Fonso, es Ester. ¿Lo cojo?

- Sí, cógelo, cógelo.

Descolgué.

- Hoooolaaaaa.

- ¡Hola kike! ¿Qué tal, cómo vais?

- Pues aquí, relajados, tocando el didgeridoo y viendo fotos. ¿Y tú, de fin de curso?

- Ya ves, aquí en el pueblo, que como no te voy a ver he dicho, le voy a llamar, y así hablamos un rato. ¿Qué tal estáis?

- Bien, como siempre, ni bien ni mal, sino todo lo contrario. ¿Y tú?

- Pues bien también, ya de vacaciones. ¿Qué vais a hacer ahora?

- Espera. ¡Alfonso, que dice Ester que qué vamos a hacer ahora!

- ¿Ella dónde está?

- ¿Tú dónde estás?

- En un bar, con la gente del curro.

- ¡En un bar, con la gente del curro!

- Dile que ahora la recogemos y nos vamos al parque a fumarnos un porro.

- ¿Le has oído?

- Sí, sí le he oído, dile que no, que la gente con quien estoy no es de fumar porros.

- Dice Ester que la gente con la que está no es de fumar porros.

- Ya, rió Alfonso.

- ¿Por qué no os venís un rato a tomar un café y así nos vemos?

A mí no me apetecía meterme en un bar ligeramente fumado con gente que no conocía, aunque fuera para ver a Ester.

- Pues no sé, niña, ahora lo hablo con Alfonso, aunque no creo.

- Bueno. ¿Y el domingo a la vuelta?

- Ya veremos, no te prometo nada. Cucha, ¿te paso a Alfonso?

- Sí, pásamelo. Cuídate.

- Un beso.

Le pasé el móvil a Alfonso. Cuando terminó cogimos el coche. Me llevó al Segura. Unos muchachos hablaban sentados en un banco. Otros se bañaban en el río. Atardecía. Los tonos eran ocres y rojizos. Una chicharra se oía a lo lejos, anunciando el anochecer.

- ¿Has cogido el tabaco?

- No, qué va.

- Bueno, habrá que preguntarles a los chavales.

Me acomodé en el banco. Qué bien se estaba allí. ¿Qué hago yo en una ciudad tan grande y masificada como Madrid? Ya son nueve años. Mi ciclo acabó hace tiempo.

Alfonso regresó con dos cigarros en la mano.

- Bien, ¿no?

- Me ha costado un porro.

- Qué caro, sonreí.

- No, bueno, se lo he ofrecido yo.

Rebuscó en su bolsillo. Puso cara de resignación.

- Papel tampoco tienes, ¿verdad?

- Pues... ¿no?

- Espera, voy a pedírselo a los mismos chavales.

Pasó una pareja con un perro.

- Joder, aquí se está de puta madre.

- Sí, vinieron unos del ayuntamiento, voluntarios, y lo limpiaron todo.

- Se nota.

- Pero es que la gente no se conciencia. Se echó a reír. El otro día estoy aquí tranquilamente al mediodía y viene un tío con la mujer y los niños, para el coche, se baja, y saca ¡una barbacoa! ¡Aquí, en medio de un pinar! Fui para él y le dije: '¡Pero tío, qué estás haciendo, no sabes el multazo que te puede caer como te vean!'

- Ya ves.

- Pues sí, con los niños. Eso es lo que están aprendiendo, a hacer fuego en una zona de alto riesgo en pleno verano. Por lo menos el tío se acojonó con lo de la pasta.

- Es lo triste, que la gente no se conciencia, y estamos enseñando a nuestros hijos a ser como nosotros. Estamos acabando con todos los recursos como si fueran ingaotables.

Fumamos en silencio. El sol seguía su recorrido diario. La luna tardaría poco en aparecer.

- Qué bien se está aquí.

- Ya ves.

- Tío, estoy pensando que, en Madrid, todo son coches, prisas y contaminación. Y aquí, al contrario. Te metes en la vorágine y te olvidas de que la vida es otra cosa.

- Pero tú estás bien en Madrid, ¿no?

- Estoy cansado, llevo ya mucho tiempo. En breve me iré, en cuanto solucione unos temas.

- ¿Y a dónde te quieres ir?

- Pues no lo sé, pero cobra mucha fuerza la idea de irme a Asia. Allí se puede vivir muy barato, por 10€ o menos comes y duermes. Quiero ahorrar pasta e irme para allá un tiempo.

- ¿A algún sitio en concreto?

- No sé, Tailandia, Laos...

La tarde era cada vez más ocre. El tiempo fuera de la capital transcurre más lentamente.

- ¿Qué hora es?

- Las ocho y media. Nos vamos a ir yendo.

- Sí, yo tengo que estar en Torrevieja a las diez.

Regresamos a casa en silencio, disfrutando del viaje. Al llegar recogí el didge, nos dimos un abrazo y me monté en el coche.

- Pues nada kike, un placer, como siempre.

- Lo mismo digo. Hasta la próxima vez que vaya a otro sitio y me caigáis de camino.

Cogí de nuevo la autovía, hacia el este. El sol, a mi espalda, agonizaba en colores rojos y anaranjados. La luna jugaba al escondite con las montañas de mi izquierda.

Luna llena, luna bella
que cabalgas a mi vera.
¿Traes noticias de mi amada,
de mi dulce compañera?

Cogí una curva y me miró de frente.

Bajo ella, el mar.

Y más allá, el infinito.

Para Ester,
que no pudo estar con nosotros.

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