Cogí el coche, un Mercedes de hace 20 años, y me fui para San Roque. Llegué a la dirección que me habían dado, aparqué y llamé a la puerta. Me abrió un chaval sudamericano, con gorra. Parecía que me estaban esperando.
- Pasa.
Dentro, en el salón, había bastante gente. Seis chicos ocupaban distintos sillones y sofás. Un par se estaban haciendo un porro, otros dos charlaban y fumaban, otro miraba la tele con ojos idos. El último estaba preparando fichas y cartas. Una chica me miraba curiosa, otra se estaba metiendo una raya, supongo que de coca, usando la carátula de un cd. Me miró con ojos vidriosos.
- Hola, dije.
- Hola, respondió. ¿Quieres una?
- Bueno.
Cogí la carátula y el billete enturulado que me ofreció. Lo apoyé en la mesa y me metí. Un poco cayó de nuevo de mi nariz al cd. Nunca se me ha dado bien meterme rayas.
- ¿Tienes algo para beber?
La coca siempre me queda mal sabor en la garganta.
- ¿Una cerveza, coca cola...?
- Coca cola está bien, gracias.
Me senté en el sofá. Me ofrecieron un porro. Era bueno. Algunos chicos se sentaron alrededor de la mesa. Repartieron fichas.
- ¿Tú vas a jugar?
- ¿Qué es, póker?
- Sí, póker.
- Venga, va.
Sonreí tontamente. No debería fumar mucho, esa hierba, o costo, o lo que sea, era fuerte, y no me iba a enterar de la partida.
- ¿Cuantas fichas quieres?
- ¿Cuánto estáis jugando?
- Yo qué sé, 10 euros, 20...
- Espera, a ver cuánto tengo.
Saqué el monedero. Aproveché para sacar también las llaves del coche, y el móvil, y los dejé encima de la mesa. Así estaba mucho más cómodo. Me sentía observado. ¿Era una expresión burlona lo que veía en los ojos de esa chica? Será la marihuana. Me pasaron otro porro.
- ¿Cuantas fichas vas a querer?
- Sí, perdona.
Abrí el monedero. Tenía 30 euros. Saqué también una bolsita con un polvo blanco, ¿coca o speed? Ni idea. Se la di al chaval de las fichas.
- Dame 15 euros, y hazte unas rayas si quieres.
- ¿Qué es?
- La verdad es que no lo sé.
Algo de polvo se me quedó pegado a los dedos. Los pasé por mis labios para ver qué era, pero la marihuana había alterado mis sentidos. Bebí coca cola. Las burbujas chocaban contra mi paladar. Parecían petas zetas. El de las fichas le dio la bolsa al chaval de su derecha. Creo que es coca, le dijo. Se puso a barajar y repartió cartas. Me ofrecieron otro porro, pero esta vez lo decliné. Tenía una buena mano.
- ¿Y qué tal todo?
- Bien, como siempre.
- Te pongo tus cosas aquí, al lado de la tele.
- Toma. Me pasaron de nuevo el cd. Y tu bolsa.
- ¿Qué es al final?
- Zarpa.
Zarpa, farlopa, coca, perico. Cada generación renombra sus vicios, como si así los conocieran más e invocaran poderes nuevos para controlarlos. Estaba buena. ¿Qué coño hacía yo con una bolsita de buena farlopa en mi monedero? A saber de cuándo sería, pero la hierba no me dejaba pensar bien. Jugamos varias manos. Los porros seguían pasando, a veces fumaba, a veces no. Nos hicimos una cuantas (zarpa, farlopa, perico, coca) rayas más. Estaba perdiendo, pero tranquilamente.
- Dame otros 15.
No se puede jugar al póker fumando. Pero bueno, no se trata de ganar. Me lo estaba pasando bien.
- ¿Me dejas el teléfono para hacer una llamada?
Me volví para encontrarme unos ojos azul intenso mirándome inquisitivamente. Era la chica del principio, la de la expresión burlona.
- Sí, claro, acerté a contestar.
- Toma, te lo cambio por un porro.
La chica cogió el móvil. Marcó un número y se fue para otra habitación.
- Oye, ¿vas o no vas?
- ¿Perdona?
- Que si vas.
Intenté concentrarme. Lo importante es no dar la sensación de que no te enteras, pero a mí me resulta complicado. Mis gestos, mis movimientos, me delatan. Soy como un libro abierto.
- Voy, voy. ¿Cuánto hay que poner?
- Dos fichas, dijo sonriendo. Un libro abierto.
- Nosotras nos vamos, hasta luego.
- Chao.
Seguimos jugando y lo perdí todo.
- ¿Quieres más fichas?
- No, gracias, creo que me voy para casa.
Me levanté para recoger mis cosas. Faltaban el móvil y las llaves del coche. Estaba super fumado y no me atrevía a preguntar.
- Oye, la chica ésta, ¿ha dejado mi móvil por algún sitio?, le pregunté al que repartía fichas.
- Yo qué sé, tío, tú sabrás a quién le dejas las cosas.
- Es que también me faltan las llaves del coche.
- El coche está atrás, lo hemos movido. Ven por aquí.
Fui con él por un pasillo largo y oscuro. Estaba algo asustado. Me abrió una puerta que daba a la calle, del otro lado de donde había entrado.
- Vuelve cuando quieras, me dijo, sonriendo. Y cerró.
La puerta no tenía asa, ni timbre al que llamar. Me di la vuelta y salí balanceándome a la calle. El coche no estaba por ninguna parte. Paré un taxi, me monté y me fui para casa.
Así que de una tacada me quedé sin móvil, sin coche y sin pasta. Y sin la poca autoestima que me quedaba.