domingo, abril 29, 2007

Sevilla

La Semana Santa la pasé en Sevilla. En principio iba a estar sólo el jueves, pero mi familia se fue de miércoles a sábado, así que me fui con ellos, porque para estar solo en Badajoz con la gata… Me apetecía volver a ver algunas procesiones que no veía desde mi niñez, cuando mi abuelo nos llevaba a mi hermano y a mí a la Madrugá, y veíamos el Gran Poder, La Macarena, jugábamos a los bolos, comíamos churros con chocolate en La Alameda… Fueron mis primeras noches de ocio nocturno, un ocio muy light, por supuesto, pero más que suficiente para un chaval de ocho años. Merece la pena ver los pasos de Semana Santa en Sevilla, la solemnidad, la devoción, toda la energía que proyecta la muchedumbre está en el aire, como en un concierto pero en esta ocasión la música la pone la banda que acompaña el recorrido, que marca el ritmo al que los costaleros bailan a la Virgen y al Cristo, con qué habilidad son capaces de girar, con ese peso inmenso sobre los hombros, por las estrechas calles del centro de la ciudad…

Este año quería haber ido también a la Madrugá, pero después del partido salí con mi primo y nos liamos por ahí. Otro año será.

El caso es que la tarde anterior la pasé en Chez Sylvie, un cabé-bar muy coqueto que regenta una buena amiga allá por la calle San Vicente, muy cerca de la iglesia. Allí conocí a una chica, francesa ella, que me dio bastante buen feeling, no cien por cien pero sí el suficiente para mantener una conversación amena y divertida durante todo el tiempo que pasé allí. Cuando nos fuimos la acompañé (o me acompañó ella, ya que íbamos por el mismo camino) un trecho, nos dimos un abrazo y quedamos en llamarnos.

A la noche siguiente salí con mi primo después del fútbol a hacer botellón en La Alameda. Como Marlene (llamémosla así) no me llamaba le di un toque a ver dónde se encontraba. Me dijo que iba a casa de unas amigas, así que aprovechamos para preguntarle si nos podíamos apuntar. Y para allá fuimos mi primo y yo con nuestra botella de Barceló (¿o era Brugal?), la coca cola, los vasos y la bolsa de hielo. Lo que se dice un botellón en toda regla.

Cuando llegamos nos encontramos el salón lleno de niñas. Bueno, no había muchas, pero como la habitación era pequeña las seis chicas que había prácticamente lo llenaban (creo recordar que había también un par de chicos, pero no les presté mucha atención). Todas eran francesas menos una, que era italiana. Marlene estaba preciosa, sentada en un sillón al extremo de la mesa. Llevaba su melena rizada suelta, morena a más no poder, y con esos ojos cautivadores estaba aún más hermosa que el día que la conocí. Me acerqué y le pregunté si cabíamos los dos en el sillón, pero me respondió que era muy pequeño y no había sitio (mal comienzo), así que me senté en el reposabrazos. Después de un par de comentarios triviales continuó su conversación con la chica de su derecha, por lo que yo me dediqué a conocer al resto de chicas de la mesa. Y el tiempo pasó.

En un momento dado Marlene se levantó, cosa que yo aproveché para ocupar su lugar en el sillón. Me encontraba enfrascado en una conversación muy interesante sobre literatura diversa con una chica también francesa, aunque en realidad no recuerdo mucho de la conversación, porque el botellón continuaba y yo iba a buen ritmo. De hecho no hice mucho caso a nadie más, creo que mi primo estaba por ahí hablando con gente, Marlene volvió al rato y se sentó en la silla de al lado, le ofrecí de nuevo su sitio pero declinó el ofrecimiento, llegaron los amigos de mi primo y al rato se fueron… Marlene seguía a lo suyo y yo a lo mío, yo simplemente dejaba que las cosas fluyeran, y parecía que fluían por separado para ella y para mí. Y algo más tarde llegó más gente, entre ellos un italiano que se puso a hablar con Marlene y que al rato compartió con ella el mismo sillón que ella y yo no habíamos compartido anteriormente. Unos instantes más tarde mi primo me dijo que nos fuéramos, así que plegamos velas y nos dirigimos al Fun Club, donde estuvimos bailando hasta las tantas de la mañana (por cierto, chica de Bilbao: ¿dónde están las fotos que me prometiste?)

Quizás si me lo hubiera currado más con Marlene la noche habría seguido otro curso. Quizás. Lo que sucede es que ya no me apetece currármelo y prefiero quedarme solo a tener que hacer un esfuerzo para conseguir algo con lo que al final no voy a estar a gusto. Y no es que crea que con Marlene no fuera a estar a gusto, pero, si la tarde anterior fue todo tan sencillo, ¿por qué no fue tan fácil a la noche siguiente? ¿Quizás nos creamos unas expectativas que a la postre no se vieron satisfechas? ¿O quizás actuamos de forma muy distinta en entornos diferentes?

No sé lo que sería, pero la verdad es que me da exactamente igual (o al menos, intento que me dé exactamente igual). Si comparto algo con alguien quiero que surja por sí mismo, sin presiones y sin apariencias. Currarse a una tía (o al revés, que pasa, aunque menos) es hacer algo no por el hecho de ese algo en sí, sino para conseguir otras cosas, que no digo que estén mal, de hecho están muy bien, pero que pierden todo su valor al depender de acciones anteriores para su realización. Si comparto una noche con alguien quiero que sea porque esa persona me gusta como es y viceversa, y no porque ambos nos lo hayamos currado en mayor o menor medida. Que el ‘currárselo’ no sea currárselo sino tan solo un momento más que compartir, tenga o no consecuencias. Que las consecuencias se produzcan no como consecuencias, sino como hechos completos en sí mismos.

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