viernes, julio 11, 2008

No soy ni hombre ni mujer, sólo soy una persona

Está atardeciendo, llevo muchos kilómetros en el cuerpo y busco un sitio donde poder aparcar la furgoneta. Un sitio tranquilo puesto que voy a pasar la noche en ella, en mi casita azul. Como la ley de costas está hecha para los ricos, para los que pagan por construir sus chaletes en primera línea, para los que conocen a la policía y permiten a sus amigotes que aparquen sus lujosas caravanas en medio de la playa, y no para los jipis, tengo que buscar minuciosamente el sitio del que no me puedan echar, aunque ahora ya pueden largarte de cualquier sitio si quieren, no se puede dormir en la playa, ni en la calle, ni dentro de tu coche. La otra noche en una playita la guardia civil echó a una parejita que estaba al final de la playa en su furgoneta, en un rinconcito en el que no molestaban a nadie. Pero no dijeron nada a dos pedazo de caravanas que estaban dentro de la playa, en todo el medio, ocupando todo el sitio que querían con sendos territorios a modo de jardín que se habían agenciado. Cosas del sistema.

Así que cuando veo una callecita que está en primera línea de playa, un lujo legal donde aparcar, esbozo una sonrisa triunfal y allí que me planto. Me hago mi cena y me siento en la acera, apoyada en la pared de lo que viene a ser un tremendo chalete, donde celebran un cumpleaños a lo grande. Yo estoy bajo la farola, con mi Lady Chatterley´s lover y mis cereales con leche. Los invitados pasan por mi lado y me miran de soslayo, me desprecian con la mirada. Tras unas páginas de lectura el niño del cumple sale con el porsche que le acaban de regalar a dar una vuelta. Pasan a mi lado, la mujer que va con él me mira sonriéndose; se piensa que siento envidia.

Ya por la mañana me despierto prontito, cuando la luz entra por las cortinillas de la furgoneta. Miro al techo y no recuerdo dónde estoy...Miro a mi derecha y mi chikulin no está a mi lado, recuerdo entonces que está a miles de kilómetros de distancia. No voy a llorar, yo elegí la soledad de la carretera. Salgo a mirar el mar, a pisar la arena de la playa, a darme un baño de vida, con las olas que me despierten el cuerpo y me alegren el alma, con la intención de disfrutar del presente. Como no estoy en lo que la gente llama zona naturista no me puedo bañar desnuda, la policía suele llamarte la atención en este tipo de sitios por escándalo público. A mi lo que me parece un escándalo es que no se tomen el desnudo con más naturalidad. Bueno, pues me baño con mi tanga amarillo, ya ves que diferencia, así no pasa nada, es decente porque no se me ve el sexo. El agua me activa, me siento viva. Cuando salgo, las miradas masculinas se posan en mi cuerpo, el dueño del chalete que ayer me ignoraba ahora me mira los pezones y hasta me saluda. El niño pijo del porsche pone su toalla muy cerca de la mía y al cabo de un rato se me acerca. Qué si tengo hora!! me dice el pipiolo...y luego que si quiero me lleva al pueblo a la noche a tomar unos cubatas. Ya ves, soy la misma de ayer, pero con los atributos físicos al aire el trato que recibo es muy diferente. Se qué tengo suerte de ser blanca, joven y de buen ver, por lo menos en lo que respecta a poder estar en la calle leyendo si quiero. De lo malo me pueden mirar mal, pero si llego a ser negra, Rumana o un viejo barbudo podrían incluso llamar a la policía. Es muy fuerte lo que determina nuestras vidas y nuestra libertad, el color y el cuerpo con el que hemos nacido. Pero ser joven, femenina y de buen ver me complica también la vida. En este viaje furgonetero me estoy encontrado mucho tío que se cree con derecho de venir a molestarme con sus groserías sólo porque estoy sola. Se me acercan con cualquier estúpido pretesto, se permiten mirarme lascivamente, se creen con derecho a todo, me ven como al ñu cojo; indefensa fuera de la manada.

Una caravana con matrícula portuguesa se ha puesto cerca de la mía, un digamos jipi con su perro ha llegado a la playa. Durante todo el día nos observamos sin molestarnos. Cuando está cayendo la noche me acerco y le digo que tenga cuidado porqué donde está aparcado pueden echarle. Me sonríe, es granadino y ya sabe cómo está el percal. Empezamos a charlar, me dice que no se ha acercado a mí antes porque no le va el rollo de acercarse a una tía y que se piense que quiere ligar; se lo agradezco. La conversación fluye espontánea, pasamos unas buenas horas juntos, nos entendemos muy bien. El tabaco se acaba y tiene que irse al pueblo a comprar, luego seguirá viaje. Nos despedimos deseándonos suerte. Le veo alejarse y me siento muy agradecida de haber disfrutado de su compañía, me deja ver que hay mucha gente que merece la pena, que aunque haya una gran mayoría de mete pollas también hay desconocidos con los que se puede charlar muy tranquilamente. Me vuelvo a mi hueco en la acera, bajo la farola continuo leyendo...

1 comentario:

Victor Manuel Jiménez Andrada dijo...

Que hipócrita es la vida a veces. Siendo la misma persona como eres, la perspectiva de los observadores perciben todo diferente. Me ha gustado tu historia.
Un beso.