lunes, julio 21, 2008

La noche antes

La mirada perdida en el horizonte delataba su tristeza. Sentado en las escaleras del ayuntamiento, con un vaso de plástico en las manos, daba pequeños sorbos al amargo néctar que como fuego recorría su garganta, deshaciendo un poco la angustia que le ahogaba. En la otra mano un cigarrillo casi consumido elevaba al aire el humo como una forma fantasmal.

La tarde dominical se desvanecía con insultante color del cielo. El rojo del sol se mezclaba en alegre orgía con el gris azulado de las nubes otoñales, entrecortándose entre las torres y las murallas, que como añejos centinelas, contemplaban el paso fugaz y efímero de la vida a sus pies.

Hoy las torres tenían algo más que contar con el transcurrir de los años: La desesperación de Carlos, su mirada ausente y su cabeza quebrada de pensamientos imposibles.

La noche antes, en el mismo escenario, era todo muy distinto. Ahora la plaza se veía desierta. Solamente en por los portales de la izquierda, algunos viejos paseaban lentamente, y algún turista despistado miraba hacia los balcones más alto, apuntando con su cámara de fotos, con el peligro de dar un traspiés en el irregular firme de la calle. Todo era silencio, solo quebrado por el paso aislado de algún coche que bajaba la Gran Vía a una velocidad imprudente.

* * * *

La noche antes...

No sabía muy bien qué ocurrió. Fue todo tan rápido... que cuando quiso correr hacia del alboroto que se originó en la calle, él ya yacía tumbado boca arriba. Sus ojos estaban muy abiertos y en blanco y de su boca corría un hilillo de sangre. Una llamada y la ambulancia no tardó en llegar. Los sanitarios se bajaron rápidamente, apartando a la gente, que como moscas a la miel se habían congregado. Llegó un coche de la policía nacional. Intentaron disolver el tumulto formado alrededor del herido, a voces...

- ¡Venga esto ya se ha acabado...!
- ¡Despejen por favor!¡ Dejen sitio para respirar!.

Carlos se quedó muy quieto, dejó caer de su mano la copa que aún tenía, observando una realidad que le parecía imposible. Ahí mismo, en el sucio asfalto de la calle, a su amigo le llenaban de tubos... Marián, chillaba desesperada y se abrazaba a Sandra, que pálida e inerte miraba el cuadro que se le presentaba. Nando aporreaba la pared cercana con sus puños y lloraba a viva voz, presintiendo lo que todos temían.

Lo subieron en la ambulancia. El personal sanitario corría de un lado para otro coordinadamente y la policía se abría paso entre la multitud que se amontonaba alrededor. Las sirenas comenzaron su canto lastimero, rompiendo el aire de aquella madrugada.

Carlos aún no se explicaba cómo había podido acelerar tanto en tan poco espacio. Una breve despedida, un “hasta mañana, me largo que tengo que levantarme temprano...” Aquel chirriar de neumáticos y luego el golpe seco.

La moto aparecía destrozada. El carenado totalmente arrancado era la prueba del violento golpe. La aceleración, el ligero frenazo y luego el estruendo contra el bordillo, los contenedores de basura y la señal de tráfico... Ese sábado por la noche la fiesta había terminado.

* * * *

En el hospital, todo tomó una faz más siniestra. La fría sala de espera de urgencias aparecía en penumbra y casi en silencio. La ausencia de noticias a lo largo de los minutos que tan lentamente pasaban angustiaban la espera. La llamada a la familia, en mitad de la madrugada fue otro trago de hiel, tan doloroso como necesario.

Nervios, llantos y oraciones ahogadas en los que aún creían en un dios que esa noche les había abandonado.

Ya despuntaba un triste amanecer por las ventanas de la sala de espera de urgencias cuando un médico con la cara larga, huesuda y con la mirada vidriosa se dirigió a ellos.

- ¿Algún familiar, por favor?

Una madre y un padre destrozados, puestos en pie ante el llamamiento del doctor. Se apartaron un poco del grupo. En susurros el médico habló con ellos en un rincón de la maldita sala de espera...

Un grito desesperado, les hizo comprender, sin palabras que todo había acabado para su amigo.

* * * *

Ahora Carlos recordaba cada momento vivido con su amigo como si se hubiera grabado a fuego en su mente para siempre. Se puso en pié y cogió el teléfono de su mochila para llamar al resto de los amigos. Se necesitaban todos más que nunca. El funeral sería al día siguiente, y las horas venideras serían largas y duras, muy duras.




Víctor m.j.a.
28 julio 2005

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No os conozco, pero a veces cuando me siento sola me gusta leer vuestas historias, y en particular las tuyas, me parecen preciosas.
El otro día escribí una historia que me encantaría compartir con vosotros ¿la puedo publicar? ¿cómo lo hago? es que soy nueva en esto.
Un beso,

DIDA

didgewind dijo...

hola dida, gracias por tus comentarios, personalmente me animan a seguir adelante con este proyecto (aunque últimamente no le hacemos mucho caso... en fin, circunstancias de la vida. Menos mal que víctor y merteuil siguen en la brecha).

Pues yo te diría que te abrieras una cuenta en blogger (www.blogger.com), con eso creo que ya tienes un blog, y te pusieras a publicar ahí. Una vez que tengas algo, deja si quieres un nuevo comentario en esta entrada con la dirección, para que podamos echarle un vistazo.

Un saludo y ánimo.

Victor Manuel Jiménez Andrada dijo...

Gracias Dida