Misterios de la red
Estaba ese día matando el tiempo en una navegación a la deriva. Buscaba sin saber el qué y leía al azar fragmentos de los más variados temas. Otras veces, detenía mi mirada en fotografías, o me dejaba seducir por algún diseño flash en el que alguien anónimo buscaba su lucimiento.
Fue entonces cuando vi aquel poema. Estaba en un foro de poesía, donde escritores desconocidos dejaban trozos más o menos acertados de sus obras. Aquellos versos me llamaron enseguida la atención. Eran de una belleza sublime, de una crudeza impresionante, de una profundidad abismal. Hablaba del amor y el dolor, tema redundante en todos los poetas, pero lo hacía desde una perspectiva nueva para mi. Enseguida lo hice mío, pues parecía retratar mis propios sentimientos.
Quise saber quién lo había escrito, pero en la cabecera solo un nombre lo identificaba: Luna.
Me quedé profundamente apenado. No podía localizar el alma que había derramado tan precioso poema, escondido entre la maraña de la red.
Esa noche me fui a la cama soñando con Luna. Imaginaba una mujer, con el rostro difuso, entre nieblas, cuyos indefinidos rasgos me atraían. Pero veía sus manos con toda nitidez. Unas manos jóvenes, de largos y finos dedos. Tomaba entre ellos una pluma y sobre un papel blanco comenzaba a escribir.
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